25 - La sangre de un corazón azul.

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La mañana inundó con el cántico de las aves aquel refugio a sus temores

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La mañana inundó con el cántico de las aves aquel refugio a sus temores.

Alan fue el primero en despertar, deslizando su verde y soñolienta mirada hacía el moreno, quien dormía junto a él plácidamente distendido y envuelto entre una cobija de cuadros rojos y negros.

Joel portaba una camisa gris de manga larga, bastante ligera para el clima que los acogía ese invierno de crueldad desmedida; por lo tanto, él moreno no podía evitar tiritar entre sueños, aferrandose a la cobija.

La atmósfera y la neblina que se divisaba desde el pequeño mirador que poseía el fuerte, captó su completa atención, haciéndolo sentir como si viviera en el jurásico; cuya imagen mental, estaba más que nada, inspirada en algunas películas o documentales que hablaban del tema.

Tanta fue su fijación, que estaba casi convencido de que, si miraba con la suficiente atención, vería a un pterodáctilo surcando el cenizo cielo con su vetusta e inverosímil majestuosidad.

Jamás en su vida había presenciado una mañana así de vaporosa y misteriosa; capaz de despertar en él, los fuegos de su hiperactiva imaginación.

Las tripas de Alan pedían con apuro algo de alimento, mientras su vejiga suplicaba ser descargada lo más pronto posible.

Con esa sensación de urgencia entre sus piernas, Alan enrojeció. Un terrible y vergonzoso recuerdo arremetió contra su actual tranquilidad.

Rememorando el cálido liquido qué mojó sus pantalones en aquella cabaña de terror poco antes de escapar, revivió la creciente vergüenza que sintió cuando, después del emotivo encuentro que tuvo con Joel, el aroma de orines, mezclado con la humedad, la tierra y la ropa empapada, afloró entre su atmosfera.

Este detalle, obligó al pecoso a mantenerse retirado de Joel, quien por desgracia, buscaba estar a su lado cual chicle embarrado al cabello.

   —¿Todo bien chaparro? —preguntó el moreno, preocupado ante la tercera evasión del pecoso.

   —Si, si, todo bien —Alan miraba en dirección a una lejana esquina, apenas alumbrada por las linternas que Joel colocó estratégicamente por el lugar, reacio a sostenerle la mirada.

   —Si tú lo dices...

Joel caminó directo a el cuartito donde antes guardaba el carro de madera y sus herramientas. Movió y sacó varias cajas apiladas, unas tras otras, atrayendo la atención del pecoso.

Pronto el moreno, con el cuarto ya sin tiliches, empujó el sillón que ocultaba al otro lado del fuerte y lo llevó hasta la habitación, llamando al pecoso con un grito para que se acercara.

   —Mira, aquí tengo algunas cosas que pueden servirte —explicaba el moreno mientras Alan apreciaba el gran cambio al que se sometió ese pequeño cuarto ya sin tantas cajas alrededor—. Procuro tener ropa aquí porque a veces me meto en el rio y debo cambiarme para que mi mamá no me dé un sermón... ¡Piensa rápido chaparro!

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora