La ciudad de Washington realmente se veía segura, al fin no tendríamos que luchar por sobrevivir y llorar por más perdidas. Avanzamos menos de media hora en las camionetas hasta que nos vimos obligados a detenernos debido a que una muralla de llantas apiladas nos impedía avanzar. Intercambie miradas de desconcierto con mis amigos, temiendo que nos prohibieran la entrada a la zona segura.
El conserje Martín y el comandante Mason se bajaron de la camioneta, dejando la jaula de Peanuts dentro, con los militares de la otra camioneta siguiéndolos por detrás, con las pistolas en alto.
—¿Deberíamos bajarnos también? —preguntó Ian, volteando hacia todos lados.
—Es mejor que esperemos —le contesté después de unos segundos.
Un minuto exacto después, nos vimos sorprendidos al ver como soldados aparecían por todos lados, rodeándonos con pistolas en alto, ordenando que levantáramos las manos y que bajáramos lentamente de la camioneta. Observé de reojo como obligaban al conserje y al comandante junto con los demás militares a arrodillarse en el suelo con las manos en la nuca.
—¡No estamos infectados! —exclamó Jason mientras todos nos bajábamos de la camioneta, pero un soldado lo calló y nos empezó a examinar a uno por uno, de pies a cabeza, sin embargo, no nos revisaron las pupilas ni la temperatura. Probablemente desconocían los síntomas, solo buscaban heridas o mordeduras.
—¿Qué tienes en el brazo? —le preguntó un soldado a Jason de mala gana.
—Me fracture el brazo.
Pasados unos segundos alcancé a escuchar como los soldados que revisaban al grupo de militares gritaban que estaban despejados. Pronto los soldados que nos revisaban a mis amigos y a mi igualmente anunciaron que estábamos despejados. Finalmente bajamos los brazos y el conserje Martín junto con el comandante Mason se acercaron a nosotros con los demás militares por detrás.
—¿De dónde vienen? —nos preguntó un soldado, quitándose su casco.
—De Virginia.
—¿Por qué vinieron?
—Necesitamos ir al Laboratorio Monroe —contesto el conserje Martín, apresurándose a ir por la jaula de Peanuts y explicarles a los soldados la historia que había escuchado junto con mis amigos a escondidas en el estadio, lo que el director Joseph les había dicho.
—Sígannos.
Intimidados comenzamos a seguir a todos los soldados, dejando las camionetas atrás. Nos guiaron hacia una entrada de portones de metal, en la cual a los costados se alzaban dos torres de vigilancia imponentes llenas de soldados con francotiradores. Cuando los portones se abrieron intercambie una media sonrisa con Diana y Pete al ver el interior, sabíamos que ahora estábamos seguros.
La primera vista del refugio me dio esperanza. Dentro había millones de carpas gigantescas de un color verde militar, con médicos, soldados y sobrevivientes yendo de un lado a otro, además que alcancé a observar varios puestos en donde entregaban agua y comida gratis. El lugar era gigantesco, ni siquiera se alcanzaban a ver las murallas improvisadas hechas con llantas.
—Los enviaremos a la zona de cuarentena —nos detuvo un soldado, explicándonos lo que íbamos hacer— donde permanecerán dos días. Les darán comida, agua y ropa después de que se den un baño y se desinfecten, y posteriormente los llevaré al Laboratorio Monroe junto con el perico.
Cuando llegamos a la zona de cuarentena, la cual era una casa de dos pisos, todos entramos y nos recibieron varios doctores con mascarillas y trajes blancos de cuerpo completo.
—Soy el doctor Taylor —se presentó un doctor con un tono amigable que me hizo confiar en él—. Vamos a proceder con unas pruebas de rutina, les sacaremos un poco de sangre y después irán a bañarse mientras las enfermeras desinfectan su ropa.
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¿Apocalipsis?
Science FictionUn grupo de estudiantes queda atrapado en la escuela en un caótico ambiente apocalíptico, luchando por sobrevivir de los muertos vivientes y a la vez, por descubrir secretos. Las diferencias y relaciones ya no importan, lo único que queda es sobrevi...