11. Un día no tan anormal

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Jane

En el exterior todo se veía aterrador y apocalíptico, pero en lo único que podía pensar era en la culpa que sentía al tener de abandonar a mis amigos, en especial a Pete y Diana. Sin duda me sorprendió mucho el hecho de que mi hermano me hubiera buscado, pensé que ni siquiera había venido a la escuela.

En sigilo, junto con mi hermano y sus amigos, avanzamos agachados hasta el estacionamiento del instituto, pasando por las canchas infestadas de muertos y de sangre. El estacionamiento igualmente era un desastre, pero me sorprendió no ver zombis. Quería decirle algo a mi hermano, pero tenía miedo de hablar, así que no tuve más remedio que pellizcarle el brazo para llamar su atención.

—¿Qué, Jane? —me espetó en voz baja mientras nos escondíamos detrás de un auto chamuscado.

—No hay zombis —le informe sintiéndome conmocionada—. ¿De dónde vienes? ¿ya estabas en la escuela? ¿Cómo me encontraste?

—Hay un refugio con militares y sobrevivientes en el estadio de la ciudad —me dijo sin contestar a ninguna de mis preguntas; le hice mala cara—, iremos hacia allá y después puedes pedirle a un militar que vaya por tus amiguitos.

—Necesitamos encontrar armas de fuego —agregó Ryan, el primo de Jason.

—Sería imposible encontrarlas —le dijo Tom—, pero si servirían mucho para atravesar nuevamente las calles infestadas de zombis.

—Se me ocurrió algo —mencionó un chico; creo que se llamaba Sebastián—. Ryan, ¿crees que en los vestidores haya cascos de fútbol americano?, para protegernos el coco.

—Debe de haber, hay que ir.

Dimos la media vuelta y trotamos hacia las canchas, donde se encontraban los vestidores de deportes. La cancha estaba infestada de muertos, tanto alumnos como militares, pero no eran zombis, solo estaban pudriéndose produciendo un olor asqueroso; me dieron nauseas. Al llegar frente a los vestidores, Tom y Ryan fueron los primeros en entrar, asegurándose que no hubiera zombis.

—Se ve bastante despejado —informó Tom—, pero es todo un desastre.

Barry y yo cerramos la puerta una vez todos entraron, colocando una banca enfrente para evitar que alguien la abriera desde afuera. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo cuando observé que había sangre por todos lados, desde las paredes, en los casilleros y en el suelo, pero era demasiado extraño que no hubieran zombis.

Mientras los demás exploraban los vestidores, yo me comía unas galletas y tomaba agua de una botella que me había dado Tom. Estaba demasiado hambrienta.

Ryan nos guió hacia donde él estaba antes de que comenzara todo el caos de los muertos vivientes y encontramos solo cuatro cascos de fútbol americano, contando el de Ryan. Antes de comenzar a discutir para ver quién iba llevar los cascos, Barry no dudó en aventarle uno a su amigo.

—Es que eres el más vulnerable de todos, Ian —se excusó mi hermano, mientras Ian lo observaba con indignación pero no se quejó—, sin ofender.

—Ten, Jane —Ryan me tendió un casco amablemente, intentando sonreírme. Lo acepté después de unos segundos al percatarme que todos nos veían con una sonrisita, excepto Tom.
Creo que Barry me había dicho una vez que le gustaba a Ryan, pero la verdad nunca me esforcé por acercarme y conocerlo. Era buena persona.

—Barry, deberías de llevar casco, al igual que tu Sebastián —les dijo Tom, alzando los dos cascos restantes—. Ryan y yo podemos estar sin esa protección.

—¿No habrá de casualidad bates o algo que nos pueda servir para defendernos? —preguntó Sebastián con los brazos en jarras.

—¿Vamos a ir caminando hasta el estadio? —pregunté, atónita y todos asintieron con la cabeza— No vamos a sobrevivir.

¿Apocalipsis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora