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—Señor Kaulitz. Me alegra que haya venido, la situación no es tan grave simplemente se rehúsa a tomar sus medicamentos a menos que usted la visitara...

—¿En qué estado se encuentra?— pregunté.

El psiquiatra a cargo dio un respingo ante mi tono de voz, él negó y comenzó a caminar unos pasos delante de mí.

—Ella está saliendo de un episodio violento, en este momento se encuentra en nuestra sala. Es por aquí.

El psiquiatra a cargo me condujo por un pasillo iluminado y completamente limpio, entramos por una puerta de hierro bastante reforzada, colocó su tarjeta de acceso en unos de los paneles y entonces hizo un sonido que indicó que la puerta abrió. Un vez dentro el psiquiatra cerró la puerta a nuestras espaldas, la sala de la que habló era amplia parecía un enorme salón lleno de sillones blandos que sin duda estaban atornillados al suelo, el lugar era de colores neutros, con un estilo hogareño para cubrir la sensación deprimente del hospital.

Ella se encontraba al extremo del salón mirando por una enorme ventana que estaba reforzada con protección también, se encontraba tranquila y pensativa. Cuando corté la distancia, observé que llevaba una fotografía en las manos, curiosamente era yo de pequeño. Me coloqué en cuclillas para estar al mismo nivel de sus ojos y esperé a que notara mi presencia. Mi madre había pasado bastantes años encerrada en hospitales psiquiátricos por su insensibilidad emocional sin embargo ella aún era consciente de su entorno aunque eso no evitaba que fuera más lenta.

—Por fin llegaste— susurró ella en acusación.

—Perdón. El trabajo no me lo permitía.

Ella giró, sus enormes ojos muy parecidos a los míos me observaron por un largo rato hasta que apartó la mirada de regreso a la ventana.

—Soñé contigo cuando tenías siete años, ¿crees que las cosas habrían sido diferentes si yo no hubiera nacido enferma?— preguntó ella en un tono suave, cansado.

Apreté los labios.

—No lo sé. Creo que no deberías pensar en esas cosas y solo seguir con el tratamiento para que todo mejore.

—¿Eres feliz, Tom?— preguntó de nuevo ella, esta vez me miró con su rostro impasible.

—Lo soy, madre. No tienes de qué preocuparte, nuestra vida no salió como planeabas pero todo está bien ahora.

Ella asintió —Tom es feliz, es lo único que importa.

El psiquiatra interrumpió acercándose y se colocó a mi lado, me ofreció lo que eran cinco pastillas, las agarré y comencé a ayudar a mi madre a tomarlas. Al principio ella solo las observó y bufó sin embargo accedió y las tragó. Me quedé a su lado por dos horas más hablando de cosas triviales, de lo mucho que comenzaba a odiar a un nuevo profesor de arte y como una enfermera era amable con ella.

Después de que sus ojos comenzaron a cerrarse por la medicación la tomé en mis brazos llevándola hasta su habitación, con cuidado la metí en la cama. Ella soltó pequeños susurros, giró y quedó profundamente dormida. Cuando salí de la habitación el psiquiatra me esperaba, él me contó de la evolución y retrocesos que mostraba, incluso daba pequeñas esperanzas para visitar el exterior sin embargo, ella se rehusaba.

Después de brindar el donativo al hospital decidí que era tiempo de regresar al mundo real con Bill. Mi cuerpo se sentía molesto, agotado y tenso después de las visitas. La puerta hizo su peculiar sonido dejándome salir por las puertas principales del hospital, una vez en el exterior me detuve para tomar un respiro. De repente un pequeño cuerpo se quedó inmóvil en frente de mí. Él, con su cabello oscuro, piel clara y sonrisa radiante tan familiar se presentó.

—¡Joven Tom!— exclamó izan emocionado.

—Izan, ¿vienes con algún familiar?— pregunté de inmediato a la defensiva.

Él negó.

—Vine a traerle flores a mis padres, joven— respondió izan y apuntó con su dedo.

Al mirar en la dirección que él señaló se lograba divisar un pequeño jardín, supuse que a ese se refería.

—Interesante. Un cementerio cerca de un hospital psiquiátrico— murmuré ácidamente.

—Lo mismo pensé hace tiempo— dijo de acuerdo izan.

Asentí.

—Tengo que irme. Nos vemos luego...

—Sí, hasta pronto joven— respondió izan educadamente.

Caminé hasta el estacionamiento que el hospital condicionó, era bastante parecido a un callejón conectando la calle de atrás del hospital y adelante. Saqué las llaves de mi bolsillo, presioné el botón y la alarma se desactivó. Al tratar de abrir la puerta de mi auto un dolor se esparció por mi hombro luego de que alguien lo golpeará. Estaba por recibir otro golpe cuándo lo vi por el cristal de mi auto, me eché atrás y hacia un lado dejando que el bate golpee el cristal haciéndolo pedazos.

Un hombre con un traje negro y barato lo sostenía, me miraba seriamente. Sostuve mi hombro con mi mano sana confundido por la situación, al mirar de reojo logré darme cuenta que otros hombres se iban sumando a la escena. Mi cuerpo se tensó y se preparó para lo peor.

—¿Tom Kaulitz?— preguntó uno de ellos, era calvo y de baja estatura.

Sonreí de lado —No lo conozco.

—Umm, yo creo que sí— dijo este, mostrándome una foto mía. Me tensé, esa foto me mostraba con la ropa que usé el viernes.

—Entonces para que preguntas idiota— escupí con ira.

Dos hombres se echaron a reír.

—Solo quería confirmarlo antes de matarte. Alguien te manda un saludo y dice “no seas un héroe de brillante armadura”.

Mierda.

El hombre bajito me señaló, al mismo tiempo el hombre del bate comenzó acosarme tirándome golpes los cuales esquivé y este terminaba por dañar mi auto, debido a que la alarma había sido desactivada no hacia ruido.

MALDITA SUERTE LA MÍA.

Dos hombres más se sumaron llegando por atrás de mí, cayendo en la estúpida emboscada, solo logré darle un puñetazo a uno de ellos antes de que esta vez sujetaran mis ambos brazos y uno de ellos golpeará mi pierna haciéndome caer de rodillas. Traté de luchar sin embargo al ser sujetado con tal brusquedad lograron dañar más mi hombro ya lesionado. De repente ya no eran sólo cuatro hombres sino más y comenzaron a golpearme entre todos, mi cuerpo se resistía no obstante caí sobre el suelo de tierra tratando de protegerme, aun estando en el suelo fui pateado y golpeado con ese bate.

El dolor se esparció por todo mi cuerpo, era intenso y caliente, mi boca se llenó de un líquido con sabor a hierro cuando escupí pude ver la sangre salir. Ni siquiera cuando era pequeño me habían golpeado entre un grupo, eran unos malditos cobardes. Uno de ellos pateó mi cabeza haciéndome perder la vista un momento, todo se volvió blanco y mis oídos zumbaron.

No sabía cuánto tiempo pasó, solo tenía dolor por todos lados y la parte baja de mi cuerpo se adormeció. Por un momento creí que estaba muriendo pero el sonido cambió y mi vista comenzó adaptarse de nuevo. Una sombra se colocó en mi visión, no podía hablar sentía la boca entumecer y me ahogaba con un líquido.

La sombra tomó forma, era izan y parecía gritar pero solo sus labios se movían, después de eso todo dio vueltas y se oscureció.





𝐃𝐄𝐁𝐈𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora