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En el auto, con las ventanas subidas, me siento más seguro de pasar desapercibido. La tensión en el aire es palpable, y aunque he llamado a la policía, sé que no puedo esperar a que lleguen. Quiero darle una visita a la idiota esa antes de que le pongan las esposas. Dejé a Izan en casa después de darle una buena paga por ayudarme. Con un último respiro profundo con el cuál intento calmarme, salgo del coche y camino con parsimonia hacia su casa, cada paso resonando como un tambor en mi pecho.

Frente a mí se alza una casa bien presentable, con paredes de un color grisáceo. Con decoraciones en negro y las ventanas brillan limpias y relucientes, mientras que el jardín, con un césped vivo y colorido y flores que apenas comienzan a crecer, da la impresión de maravilla. Es evidente que “Sarah” mantiene todo muy bien cuidado.

Con determinación, toco la puerta tres veces. El sonido resuena en el silencio como un eco de mi propósito. Desde dentro, escucho su voz gritar: —¡Voy enseguida!— El tiempo se detiene durante esos segundos que parecen eternos. Finalmente, la puerta se abre con un chirrido que resuena como un aviso fatal. Al verme, Sarah se queda paralizada en el umbral, como si hubiera visto a un espectro del pasado. Sus ojos se abren como platos, llenos de sorpresa y pánico.

—Hola, Sarah…— saludo con una sonrisa ladina —oh, debo decir... Nathalie— concluyo con mi voz gruesa que intenta ocultar mi satisfacción por verla así. La expresión en su rostro es una mezcla de incredulidad y miedo; frunce el ceño al darse cuenta de quién está frente a ella.

—¿Qué...? ¿Cómo es posible...? ¿Por qué...?— balbucea, retrocediendo un paso involuntario hacia atrás.

—Tus planes no salieron como esperabas, ¿verdad?— le digo con tono burlón, disfrutando del momento. En ese instante, veo cómo su ira comienza a brotar por debajo de su miedo. Intenta cerrar la puerta en mi cara, pero soy más rápido; empujo la puerta con fuerza y entro en su casa sin pedir permiso.

El interior es tan sofisticado como el exterior, muebles de cuero color negro que hacen contraste con el color grisáceo de las paredes; es acogedor. Nathalie me mira con una mezcla de sorpresa y nerviosismo; puedo notar cómo le tiemblan ligeramente las manos.

Me cruzo de brazos y la miro fijamente con desdén —Eres una idiota— le suelto sin rodeos —¿Por qué no tomaste el maldito dinero y te fuiste lejos como te lo ordené?— Mis palabras flotan en el aire cargadas de reproche.

Ella me mira con rabia contenida, sus ojos chispean como llamas furiosas —¿Creíste que te dejaría ser feliz con Bill, eh?— pregunta desafiándome, su voz tiembla entre la ira y el miedo —Merecías lo que te pasó... deberías estar muerto como les pedí a esos imbéciles— sus palabras son dagas afiladas lanzadas hacia mí. Dagas que no logran hacerme ni el más mínimo daño.

Jamás imaginé que Sarah o mejor dicho, Nathalie, fuese tan... inmadura...

Suspiro profundamente para mantener la calma ante su furia desatada —Te has metido en un buen lío, Nathalie— le digo con tranquilidad calculada. Cada palabra es como un golpe contundente para ella. Es mi objetivo —En estos momentos la policía viene en camino y créeme…— Me acerco a ella desafiante; mi altura parece proyectar una sombra amenazante sobre ella.

Muerdo mi mejilla interior.

Nuestros rostros están tan cerca que puedo ver cómo sus labios tiemblan ligeramente mientras retrocede un paso atrás involuntariamente —... haré que no vuelvas a ver la luz del sol por un muy largo tiempo…— concluyo con voz firme y autoritaria.

La tensión entre nosotros es casi palpable; siento cómo su respiración se acelera mientras lucha por recuperar algo de control sobre sí misma. Ella intenta mantener una postura desafiante, pero sus ojos traicionan su verdadero estado: miedo profundo e incertidumbre.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Crees que eso me asusta?— dice Nathalie intentando adoptar una actitud valiente, aunque sus manos temblorosas revelan lo contrario.

—Lo que me asusta es tu falta de sentido común— respondo sin titubear —Te creíste muy astuta al intentar jugar tus cartas contra mí— La ironía se desliza entre mis palabras mientras me acerco aún más.

Ella traga saliva con dificultad, sus ojos buscando alguna salida en esta situación desesperante —No sabes lo que estás haciendo...— murmura casi para sí misma.

—Sé exactamente lo que estoy haciendo— afirmo con seguridad mientras observo cómo su rostro palidece aún más ante la inevitable verdad de sus acciones pasadas —Pagaré lo que sea necesario para ver cómo te pudres en la cárcel por tu patética ridiculez— gruño con rabia contenida, sintiendo cómo la adrenalina corre por mis venas. Mis palabras se cortan como cuchillos en el aire —Soy Tom Kaulitz, y si decides meterte conmigo, ten por seguro que no saldrás bien de la pelea…— La tensión es palpable, cada letra de mi advertencia resuena con fuerza.

En ese preciso instante, la policía irrumpe en la escena, y una sonrisa retorcida se dibuja en mis labios al contemplar cómo se desmorona su mundo.

—Debiste pensarlo dos veces antes de atentar contra mí, Nathalie...— susurro con un tono lleno de desprecio solo para que ella pueda escucharme.

La veo mirar a los oficiales con ojos llenos de pánico y desesperación, como si su mundo estuviera a punto de desmoronarse.

—Hagan su trabajo, señores…— les ordeno con una voz fría y decidida, y ellos no dudan en acercarse, listos para cumplir con su deber.

—Nathalie Frank, queda usted detenida por intento de homicidio contra el joven Tom Kaulitz aquí presente— declara uno de los oficiales con un tono grave, mientras yo observo con satisfacción cómo los otros la esposan. Ella se retuerce como una serpiente atrapada.

—¡No! ¡No, esto es una equivocación!— grita histérica, su voz resonando en la sala como un eco desesperado —¡Yo no he hecho nada, lo juro! ¡Soy inocente!

—Patética...— murmuro para mí mismo, sintiendo una mezcla de satisfacción y alivio mientras veo cómo se la llevan.

Es un momento que esperé durante dos largos meses: la caída de alguien que ha intentado hacerme daño. Eso no puedo perdonarlo.

Una vez en la estación de policía, el ambiente es tenso. Nathalie, aún temblando por el miedo y la furia acumulada dentro de ella, confiesa entre sollozos que ha orquestado todos esos problemas porque yo la he sobornado para que se aleje de Bill.

—¡Lo hago porque no puedo soportar verlo contigo! Y además… estaba embarazada...— su voz tiembla en ese momento mientras acaricia su vientre con melancolía fingida.

—¿Embarazada?— repito incrédulo. El silencio se hace pesado entre nosotros mientras ella continúa hablando.

—Perdí al bebé cuando me empujaste por las escaleras— dice con un hilo de voz temblorosa, sus lágrimas cayendo como lluvia sobre el suelo frío de la estación.

Esta chica sí que sabe fingir...

La ira burbujea en mi interior al escucharla. La culpabilidad no tiene cabida en mí; sé que todo lo que ella dice son más que mentiras y después de unos análisis, la verdad sale a la luz: obviamente, nunca estuvo embarazada. Al final del día, decido pagar para asegurarme de que pase más años tras las rejas. Mi decisión está tomada: no permitiré que alguien como ella vuelva a amenazar mi vida.

Mientras los oficiales llevan a Nathalie lejos de mí, siento una mezcla extraña entre satisfacción y ansias. La justicia se sirve fría y calculadora en este momento; todo lo que he hecho ha valido la pena.


~ • • ~

Nota: último capítulo por hoy, espero y les haya gustado, debía darle un poco de drama a la historia y he quedado satisfecha, no se vosotros que opináis, JEJE. No se olviden de votar, y comentar, eh... os quiero, beshoooss... Xoxo.


𝐃𝐄𝐁𝐈𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora