2317 palabras.
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Orpheus vagaba por la superficie en la que vivían los humanos, cazando para su hembra que quería carne con la que comer sus verduras.
Ahora que ya no tenía hambre, sabía que esta tarea sería mucho más fácil, ya que no se perdería en un frenesí. Desgraciadamente, algo parecía tener en alerta máxima a la manada de ciervos que seguía, y fue incapaz de acercarse sin espantarlos.
La persecución seguía excitándole. Acabó matando con saña al que había conseguido cazar hacía poco, por lo que no pudo atravesar el Velo.
Había intentado cazar un conejo, pero era rápido, y había acabado aplastándolo sin querer al golpearlo con la mano. Nunca había intentado cazar un conejo, pero Reia le había dicho que era una buena carne para guisos y tenía curiosidad por saber cómo podría enseñarle a cocinarlo.
Era la primera vez que la dejaba en dos semanas durante un largo periodo de tiempo y tenía muchas ganas de volver con ella. Ya había pasado un día y ansiaba verla, abrazarla, olerla y escucharla tararear, ya que últimamente había empezado a hacerlo.
Esperaba que fuera porque estaba contenta con él.
Sólo había tardado una semana en descubrir el hechizo que le impedía tener un hijo suyo. No le había gustado no poder conectar con ella, y su urgencia por ello le empujó a aprender. Sólo después de la primera vez que volvieron a tener sexo, ella empezó a tararear para sí misma.
Orpheus caminaba agachado sobre sus pies y manos, moviéndose lentamente para no sacudir demasiado sus cascabeles. Empezaba a pensar que tal vez el ruidito que hacían era lo que sobresaltaba a los ciervos, y se planteó guardárselos de momento en el bolsillo del pantalón.
No quería hacerlo, y le preocupaba romperlos, ya que no podía ver detrás de su cráneo para mirar sus cuernos.
La próxima vez, le pediría que se los quitará antes de salir de caza. Al menos ahora lo sabía.
El sol de la mañana brillaba en sus ojos, pero se sentía cálido contra su cuerpo, calentando su ropa y la carne debajo de ella. Ahora que la primavera estaba a punto de terminar, había muchos colores y flores.
Una vez había recogido flores para Katerina. Las había encontrado bonitas, como ella, y había querido dárselas con la esperanza de que ella también las encontrara bonitas. A ella no le habían gustado.
¿Le gustarían las flores a Reia? La idea de que pudiera regalarle aquella sonrisa radiante que mostraba, aquella en la que parecía que el corazón se le derretía en el pecho de forma parecida a como le hacía sentir a él su sonrisa, le rogó que lo intentara. Me llevaré algunas cuando me vaya. Si no le gustan, no volveré a hacerlo.
Quería regalarle rosas rojas, ya que ella olía a ellas. Quería que ella entendiera por qué adoraba su aroma, y sabía que había muchos arbustos de saúco justo al borde del acantilado del Velo. Podía presentarle ambos para que los oliera y ella pudiera compartir lo que él experimentaba en su presencia.
Justo cuando se acercaba a la manada de ciervos, viéndolos un poco más allá de los árboles, el olor de las bayas de saúco y las rosas revoloteó en sus sentidos.
¿Quería volver a ella tan profundamente que estaba imaginando su olor?
—¿Orpheus? —Oyó aquella encantadora voz detrás de él y se giró rápidamente.
Allí estaba ella, sentada en una pequeña zona de hierba de la que brotaban flores amarillas de maleza. Estaba sentada con las piernas curvadas hacia un lado y una mano apoyada en el suelo para sostenerse.
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𝐀 𝐒𝐎𝐔𝐋 𝐓𝐎 𝐊𝐄𝐄𝐏 (Traducción al español) [TERMINADA]
FantasíaTodo lo que Reia siempre quiso fue la libertad. Conocida como presagio de malos augurios y culpada de que los demonios se comieran a su familia, Reia es rechazada por todo su pueblo. Cuando llega la próxima ofrenda y se ve al monstruoso Caminante de...