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El debilitamiento moral de Occidente.

El abandono progresivo de las ideas y concepciones teológicas que constituían los pilares morales de Occidente es la principal característica del posmodernismo. Esto es algo ya bien sabido.

El avance de la doctrina científica, ocurrido a finales de la Edad Media, permitió que las sociedades abrieran sus ojos y encontraran una respuesta racional a fenómenos naturales que solían ser todo un enigma.

Este auge del espíritu científico trajo consigo el debilitamiento de la religión y su influencia en nuestra forma de relacionarnos, dejándonos la ardua tarea de reevaluar nuestras bases morales.

Entramos en el posmodernismo sabiendo que sería un periodo de cambios gigantescos, como lo anticiparon reconocidos filósofos y estudiosos de la época. Sin embargo, el principal error de Nietzsche fue pensar que este proceso de suplantación moral se daría de forma unilateral con todas nuestras creencias, tradiciones y concepciones. La realidad es que un sistema moral de creencias no se reemplaza como si fuera una máquina, en donde podemos retirar un componente desgastado e introducir uno nuevo. En cambio, cuando se trata de modificar aspectos morales, a menudo no encontramos un reemplazo adecuado para ese componente.

Es preocupante la manera en que Occidente se marchita espiritualmente. Las encuestas muestran que cada día más personas conciben la vida como carente de propósito o sentido.

Hemos caído en el error de pensar que toda concepción y creencia de base religiosa puede ser reemplazada por una explicación científica y racional como parte de este proceso de reevaluación moral. Incluso si esto fuera posible, ni siquiera consideramos si esa "respuesta racional" sería igualmente gratificante a nivel espiritual como su predecesora.

No es coincidencia que, en este escenario de una sociedad perdida y marchita, podamos apreciar una creciente necesidad de reivindicar el ego e imagen individual. La desconexión moral y la falta de sentido han llevado a que los individuos reivindiquen su identidad y propósito reafirmándose de forma personal, lo que se traduce en una sociedad cada vez más ególatra e individualista.

Por otro lado, el placer inmediato y el entretenimiento vacío son el bálsamo que apacigua el profundo suplicio posmoderno. No es coincidencia que hoy nos encontremos en el auge del uso de sustancias ilícitas y demás drogas.

Así mismo, vemos cómo nuestra moral está subyugada a la voluntad perversa de las grandes corporaciones, las cuales reafirman sus intereses mediante los medios publicitarios y de comunicación, incentivando el espíritu hedonista del consumo inmediato. Esto nos ha llevado a escenarios éticamente absurdos, donde nos preocupamos y lloramos por el triunfo de un equipo de fútbol que falsamente nos representa, pero no lloramos por las decenas de miles de personas que mueren y sufren en el mundo a causa de las guerras.

Este crecimiento generalizado del hedonismo, indisciplina y falta de valores desembocará inevitablemente en una serie de conflictos que acabarán por darle fin a la era posmoderna. El nuevo rumbo de la humanidad estará marcado por un nuevo y reinventado conjunto de axiomas e ideas, los cuales aún tenemos el trabajo de descubrir.

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