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El pestillo de esa puerta reflejó una voluntad incomprensible.

Refirámonos a este enfermero como “Owen". A la par que miraba los resultados, asentía también con la cabeza, cargando este sabor amargo que acariciaba su paladar.

La endoscopia de la mañana de agosto, el análisis de sangre de la tarde noche del miércoles, y como no, el ultrasonido de hace unos minutos; todos los análisis habían sido concluyentes, y arrojaban que el señor Teodoro Sáenz del Valle padecía un terrible cáncer de esófago en estado avanzando, desde hacía al menos dos años, y que muy a pesar de sus allegados supondría su condena de forma asegurada.

Owen no supo de qué manera informar esta desgarradora noticia, claro pues, las facultades de medicina no contemplan estas situaciones, y ni siquiera capacitan a los estudiantes para su afrontamiento.

Desde el escritorio, exhibió los estudios, indicando sus conclusiones y resaltando los terribles números en rojo. Los familiares de Teodoro no se separaban de él, por mucho que las palabras del enfermero les hiciesen perder la compostura. No fue hasta que Owen hizo mención de la palabra “cáncer” que las lágrimas de algunos empezaron a brotar, su esposa Isabel emitió un alarido de realización, que sirvió de desencadenante para que los demás se unieran a su melodía de llanto. Teodoro era, sorpresivamente, el único que aún conservaba la calma, tal vez se aferró a los valores de resiliencia para no morir de corazón roto, pues quería al menos tener un lecho digno dentro de algunas semanas.

Uno no puede imaginarse todo lo que pasó por la cabeza de ese buen hombre, pues ningún ser humano cae en cuenta completamente que algún día morirá. Sin embargo, este anciano de ochenta y dos años estaba cerca, y aunque afligido; usó todas sus fuerzas para mantenerse firme, quizás no quería agravar el estado de su esposa e hijos que lloraban a sus hombros (claro, pues ¿Qué sentido tendría que hiciese algo por él mismo llegado este punto?).

Los cuatro se pusieron de pie para abandonar la sala, estando destruidos en todo sentido. Owen no esperaba nada, pero ocurrió algo hermoso y sin precedentes, un momento que contrasta la tragedia y la esperanza, lo ruin con lo bello; un acto del que se puede interpretar, perfectamente, que Dios bajó del cielo y se manifestó en una acción, de manera intangible: Habiendo cruzado la salida, Teodoro giró su torso hacia el consultorio, y haciendo uso de su mano izquierda marchita, tomó el picaporte de aquella puerta de madera, y lentamente la cerró, asegurándose incluso de que quede bien cerrada, es decir, que el pestillo haya trabado bien, y no fue hasta que escuchó el reconocible sonido del “click” que se permitió abandonar el lugar. Owen, quien hasta entonces había hecho lo posible por contener su tristeza, rompió en llanto salvajemente, el grito que emitió hizo eco en toda la sala, y de repente su rostro se tornó rojo. La fibra más profunda y elemental de Owen había sido tocada por ese acto de suma perfección, un acto tan humano y miserable, tan pobre y esperanzador. Aquel suceso lo llevó a cerrar el consultorio por el resto del día.

Al caer la noche, el médico no paraba de preguntarse cómo habría reaccionado esa familia de desdichados al escuchar su lamento desde el otro lado de la puerta, una inquietud que lo llevó a decidir, con firmeza y vehemencia, que ahora sería él mismo quien cerraría esa puerta en cada ocasión.

Ecos De Un Alma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora