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17 de Octubre; 1997
Mansión Inchausti

—¡Thiago, Allegra! Apurense, che, que llegamos tarde —a pesar de los llamados no hubo respuesta, cosa que pareció impacientar a Bartolomé, que se volteó a su esposa mirandola con reclamo. —Te dije que los tuvieras listos antes.

—Dejalos, deben estar jugando, llegamos bien —respondió Ornella manteniendo la calma.

Aunque esto pareció molestar todavía más a Bedoya Agüero, quien buscó con la mirada a su ama de llaves, que se encontraba junto con ellos, en la sala de la mansión, en espera de los mellizos.

—Justin —la mujer de inmediato atendió. —, haceme el favor y andá a buscar a los chicos que llegamos tarde al cumpleaños de Tatita, che.

—A sus órdenes, mi señor —firme, luego de agachar su cabeza ante el hombre, Justina desapareció subiendo las escaleras hacia las respectivas habitaciones de los menores de la familia.

—Yo podía ir a buscarlos —comentó Ornella mirándolo.

—De ninguna manera —negó rotundamente. —. No sea cosa que vos también te complotes con ellos para no ir —agregó mientras se alejaba a su despacho.

La mujer lo siguió con el semblante serio mientras le respondía.

—No entiendo porqué tanta insistencia en ir todos a ese lugar. Es toda gente mayor hablando de dinero, los chicos se aburren.

—Vamos todos porque es mi papá, es decir: tu suegro, es decir: el abuelo de Allegra y Thiago —respondió sin paciencia.

—No parece —respondió ella con ironía cruzandose de brazos. —, al cumpleaños de los chicos ni apareció y ahora pretende que ellos vayan al suyo.


—Es un hombre mayor, che —contestó ahora en un tono más apacible, mientras inclinaba lentamente la cabeza, como si dejara a la vista algo obvio. —¿Qué pretendés? ¿qué venga desde la cabaña esa en la que vive que queda en la otra punta de la provincia? Por favor.

Pero Ornella caía cada vez menos en las viles manipulaciones de Bartolomé. Sabía que si él tanto insistía era porque había algo más allá, más allá del deseo de aprobación por parte de su padre, era algo económico, lo único que movía a aquél hombre.

Y mientras se desencadenaba otra habitual discusión en voz baja por parte del matrimonio Bedoya-Blaquier, en lo más alto de la casa, reinaba el silencio hasta que habló una pequeña voz.

—¡Punto y coma! ¡El que no se escondió, se embroma! —exclamó Thiago desde el pasillo del segundo piso.

Destapó sus ojos y empezó a buscar a su hermana.

Primero por su cuarto, abriendo la puerta con el nombre de la nena pegado y revisando punta a punta entre las paredes empapeladas de color rosa bebé y unos cuantos juguetes en el piso. No había rastro de la nena.

fearless • Casi AngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora