Capítulo 1

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El tintineo de las campanas sobre la puerta de la cafetería marcaba la entrada de los clientes y siempre llenaba a Argenti de una dulce expectativa, como si cada nueva cara pudiera traer consigo una historia por descubrir. Pero esa mañana, cuando Stelle cruzó el umbral, el aire pareció llenarse de un brillo especial.

Con su porte ligero y esos ojos que parecían guardar todos los secretos del universo, ella era más que una clienta habitual. A Argenti le costaba comprender por qué tenían que limitarse a ser solo amigos y no perdía la oportunidad para llenarla de halagos. Comenzaba a pensar en que esa era precisamente la razón por la que no conseguía progreso alguno: probablemente Stelle no diferenciaba los halagos y las insinuaciones románticas viniendo de él.

Se ajustó el delantal y se acomodó el cabello detrás de los hombros. Después, tomó una bocanada de aire y salió desde detrás de la barra para ir directamente hacia la mesa donde Stelle había ocupado un sitio.

— Un cappuccino con extra de espuma, por favor, Argenti.— Stelle hizo un ademán veloz para saludarlo, acompañándolo con una sonrisa que le derritió el corazón.

— Será un placer, al igual que siempre.—  Contestó él, conservando la compostura a pesar de su corazón desbocado.— ¿Deseas algo más para acompañarlo?

— También un vaso de agua. No es para mí, estoy esperando a un amigo.

Argenti estuvo a punto de preguntar curiosamente acerca de la inesperada compañía, sin embargo, la campanilla volvió a sonar, y el recuerdo amargo de una vieja rivalidad interrumpió su ensoñación. Boothill, un ex compañero de trabajo, destacado por ser incalculablemente problemático y maleducado, cruzó la puerta de la cafetería. Sus ojos recorrieron el lugar hasta posarse en Stelle, y una sonrisa que a Argenti le pareció grotesca deformó su rostro. Sintió que se le contraía el pecho entre la sorpresa y el desagrado.

— Nada de agua. Yo quiero un café negro bien cargado. Fíjate que tenga hielos.— Dijo Boothill repentinamente. Su voz tenía un volumen inapropiadamente elevado para un espacio tan reducido, y cuando tomó asiento al otro lado de la mesa, la silla hizo un sonido desagradable al deslizarse contra el suelo.

— Claro. Lo traigo enseguida.— Argenti hizo su mejor esfuerzo por mantener una sonrisa dulce, pero se le desvaneció en cuanto les dio la espalda, con un regusto agrio entre los labios, y desapareció detrás la barra para preparar el pedido.

— Tienes los mismos gustos que un anciano.— Retomó Stelle, mirando rápidamente la hora en su celular.— Y llegas veinte minutos tarde, ¿no tenías urgencia por verme?

— Desde la distancia te vi entrar hace unos minutitos. No puedes reclamarme nada.— Boothill cruzó los brazos sobre su pecho álgido, estirando las piernas bajo la mesa.— Además, ¿no vas a esperar a entibiar la conversación antes de los asuntos serios? Que ser tan insensible.

— ¿Tendré que escuchar las vueltas interminables que le das a todo para enterarme por fin?

— No hace falta. Solo déjame remojar la lengua.— Hizo un ademán en el aire con la mano para restarle importancia y luego volvió a cruzarse de brazos.— Ese camarero ya se tardó mucho, ¿debería ir a apresurarlo? No es posible que deje a un par de clientes tan importantes todo este tiempo sin algo que probar.

— No es un camarero, es el dueño del café. Se llama Argenti, y es mi amigo.— Stelle arqueó una ceja con expectación, dejando el peso de su cuerpo contra el respaldo de la silla.

— Pues sea el dueño o el de la limpieza, hay que admitir que su servicio es fatal.

— Lo que pasa es que tú eres muy impaciente.— Stelle apenas había terminado su oración cuando Argenti les llevó las bebidas. En el centro de la mesa, también colocó un plato pequeño con galletas variadas.

— Disculpen la demora. Las galletas son cortesía de la casa. Siéntase cómodos de pedir por más.

— Pues si la casa invita, hay que aprovechar.— Boothill tomó una de las galletas, pero antes de meterla en su boca echó un vistazo a su café.— ¡Santo Dios! Eso es puro hielo. ¿Estás corto de presupuesto o se te acabó el café?— Por primera vez, prestó suficiente atención al rostro de aquel hombre que los estaba atendiendo. Detuvo su reclamo y lo miró con detenimiento, pero también con sospecha, como sopesando por qué le resultaba tan conocido ese largo cabello rojo.

— Lo lamento, creí entender que así lo querías, pero no te preocupes que en seguida te lo cambio.— Argenti extendió su brazo para tomar la bebida, pero entonces Boothill le detuvo la mano, sujetando fuertemente su muñeca.

— Ni loco me espero otra media hora para que prepares una cosa tan desagradable.

— No será media hora. Permíteme cinco minutos como máximo; es un café simple en preparación.

— Pues no debe ser tan simple si te costó tanto hacerlo bien.

— Una vez más, reitero: malinterpreté la instrucción.— Tomó una rápida bocanada de aire, procurando mantener la cordialidad.— Pero el sabor no decepciona. Si gustas mantener tu bebida, entonces la dejaré.

— ¿Y qué si no me lo tomo? ¿Te lo vas a tomar tú? — Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa retórica. Seguía sosteniéndole la muñeca, solo que su agarre se había ajustado más alrededor de ella.

— Te pido de favor que me sueltes. No me gustaría convertir un problema pequeño en una gran discusión.— Le sostuvo la mirada con una igualmente intensa. Su sonrisa se había desvanecido, y ahora solo quedaba un residuo de molestia en sus labios.

Argenti no se equivocaba: era el mismo Boothill por quien había tenido problemas en la empresa donde antes trabajaba, el único hombre con quien nunca había logrado simpatizar.
En un instante, Boothill también lo comprendió todo: sí que lo conocía, y ahora recordaba bien por qué. Era ese tipo obsesionado con la perfección y la estética que lo sacaba de quicio con tantos reclamos sobre su espacio de trabajo. No se arrepentía en lo más mínimo de haberlo hecho despedir, aunque eso lo hubiese hecho irse también.

— Estas galletas de verdad están buenas. Solo tómate tu café y deja de molestar a Argenti, Boothill.— Stelle, cual si presenciara la escena más común, no podía estar menos interesada en el conflicto que se desarrollaba frente a ella.

Íntima Enemistad | Boothill & Argenti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora