Capítulo 16

108 16 2
                                    

El sol de la última hora de la tarde se desvaneció pronto, dejando que el silencio de la inactividad nocturna se apoderase de las calles.

Afuera de la cafetería pasaban pocas personas que ya no se interesaban en entrar y hacer un pedido. Por ello, Argenti cerró un poco más temprano para que Boothill y él pudieran aprovechar mejor el tiempo.

— Primero tienes que familiarizarte con la máquina.— Indicó Argenti, dándole espacio a Boothill a su lado para que pudiera observar cada uno de sus movimientos.— Te enseñaré a hacer un espresso. Es la base de muchos otros tipos de café, así que es prioridad que lo aprendas.— Mientras hablaba, señalaba los diversos componentes. Boothill no sabía si prestarle atención a sus manos o a su voz.— Cuando lo prepares, tienes que asegurarte de que esté bien nivelado o el agua fluirá de manera no uniforme. Eso hace que el sabor se arruine.

— ¿Qué tanta precisión se podría necesitar para algo así?— Boothill se estiró en su sitio, cansado por la jornada y desinteresado ante la lección en la misma medida.

— Lo vas a descubrir tú mismo. Apréndete los pasos.— Argenti insertó el portafiltro en la máquina, ajustándolo con un giro. Luego miró a Boothill, resignado al saber lo que diría a continuación.— Al final... Sí, aprietas este botón y estará listo.

— Ah, ¿entonces sí era solo apretar un botón?— Boothill sonrió con altanería. Argenti simplemente suspiró.

— Todo lo que haces antes de apretar ese botón es lo que importa.

— Sí, sí. Los detalles cuentan.— Hizo un ademán sin interés, intentándolo por su cuenta antes de que Argenti tuviera la oportunidad de hacerle la oferta. Realmente pensó que sería sencillo, pero se equivocó.

Primero, la medida del café fue incorrecta. Los intentos que le siguieron fueron igual de torpes, con vapor saliendo en momentos inoportunos y un espresso que nunca resultaba como debía.

— No, no hagas eso. Si el grano es muy grueso no se diluirá, y si es muy fino lo vas a amargar, ¿cómo puedes no entenderlo?— Argenti intentó corregirlo con paciencia al inicio, pero luego se dio cuenta de que era humanamente imposible ser paciente con Boothill, pues no parecía capaz de aprender de sus errores pasados.

Boothill, por su parte, ni siquiera se había permitido probar sus intentos de espresso. Sabía a simple vista que algo no estaba bien en ellos. Tenían un color extraño y se veían muy espesos o muy livianos, sin punto medio.

— ¡Puaj, carajo! ¡Cómprate una máquina que sirva!— Quiso golpear la máquina para descubrir si estaba descompuesta, pero Argenti ya no lo dejó acercarse a intentarlo.

— Es nueva, sirve perfectamente. Probemos algo diferente y después volvemos al espresso.— Tomó de entre los intentos de Boothill aquellos que parecían más decentes, aunque le costó distinguirlos, y los pasó hacia el reducido espacio a un costado de la máquina. También llenó una jarra con leche vaporizada, reflexionando qué tan buena idea era pasar de las bases al decorado.

— ¿Qué estás haciendo?

— Voy a enseñarte a hacer un latte.— Lo pensó un poco mejor, negando.— Te voy a enseñar a darle una buena presentación a un café, por sobretodo.

— ¿Buena presentación? Olvida las nimiedades. No voy a ponerme a dibujar figuritas en un vaso.

— No seas testarudo e inténtalo.— Argenti se acomodó las mangas de la camisa antes de comenzar a verter la leche. Hizo algunos movimientos que Boothill no comprendió, formando un patrón sobre la capa de espuma.— Definitivamente esta es mi parte favorita.— Bajó la jarra metálica a la mesa. Boothill apreció unos segundos más la figura sobre la espuma antes de agregar un comentario.

— ¿Eso es todo? Demasiado fácil.— Levantó la jarra bruscamente, acercándose a intentarlo. Argenti lo detuvo otra vez, solo que ahora fue para darle indicaciones.

— Primero acomoda tu ropa para que no arruines el diseño por error. Se supone que el uniforme es cómodo para estas cosas, pero siempre hay accidentes.— Le desabotonó las mangas, descubriéndole los brazos hasta casi los codos. Nunca antes había notado que Boothill tenía tatuajes por todas partes. De hecho, recién cuando levantó curiosamente la mirada descubrió que uno se asomaba por el límite del cuello de su camisa.

— ¿Qué me ves? Ya sé que soy guapo.

— No seas imbécil.— Argenti quiso regañarse a sí mismo por aquel insulto que se le había escapado con tanta ligereza. Se aclaró incómodamente la garganta, pues sentía que Boothill lo estaba enloqueciendo con su imprudencia.

— Que conste que yo no hice nada para ganarme un regaño.— Miró a Argenti y después miró a todos sus propios intentos fallidos de espresso sobre la mesa, encogiéndose de hombros.— O tal vez sí. Da igual, solo dime qué hacer ahora.

— Bien. Para empezar tienes que tener una idea de lo que quieres crear; yo voy a enseñarte el patrón más sencillo. Encárgate de sostener la jarra y moverla con precisión.— Vio que Boothill acercaba la jarra con demasiada confianza, pero de manera incorrecta. Entonces, utilizó su mano para sostener la de Boothill y guiar su recorrido. La incomodidad por el contacto repentino solo duró un segundo, pues el varón no se quejó, sino que se dejó llevar.

Argenti le mostró cómo inclinar la jarra y el ángulo específico para no deformar la figura con demasiado contenido. Le dio también un final sutil para no arruinar todo en el último momento, y al hacerlo soltó a Boothill, apartándose igualmente de la cercanía creada con su cuerpo, ya que no quería ser demasiado invasivo.

— ¿Ya ves? No tuve ni un error de esos que cometen los mediocres.— Boothill no sintió más que desdén ante el resultado obtenido con tanta facilidad. Cuando vio a Argenti juzgándolo con sus ojos verdes supo que esa no era la prueba.

— Inténtalo solo, entonces.— Se cruzó de brazos, incitándolo con una expresión desafiante.

Boothill sonrió con suficiencia, sintiéndose confiado mientras tomaba la jarra de nuevo. Imitó los movimientos que Argenti le había mostrado, inclinando la taza y vertiendo la leche con lo que él pensaba era la precisión necesaria. Al instante, la espuma se dispersó de manera desordenada, creando una mancha sin sentido al centro de todo. Quiso corregirlo, pero había llenado demasiado el recipiente y terminó desbordándose.

Miró a Argenti en espera de un veredicto, pero él no pudo contener la risa. Era una risa sincera, libre de sarcasmo, y tan contagiosa que Boothill, a pesar del fracaso, sintió la necesidad de sonreír.

— ¿De qué te ríes? Fue un pequeño desliz.—  Se quejó Boothill, aún con la jarra en la mano y el orgullo ligeramente herido.

Argenti intentó hablar, pero nuevamente comenzó a reír, sin saber por qué no podía detenerse. Se dio media vuelta para no mirar la expresión de Boothill, pensando que así lo superaría, y luego tomó una gran bocanada de aire mientras se mentalizaba para volver a mirarlo.

— Es que... No creí que ibas a ser tan malo... Parecías muy seguro de ti mismo.

Boothill se giró para mirarlo con indignación y en ese instante una extraña sensación lo invadió. La luz tenue iluminaba el cabello rojo de Argenti, haciendo que sus ojos verdes brillaran aún más bajo la risa que se escapaba de sus labios. Por un momento, Boothill pensó en lo mucho que se asemejaba a una rosa, y se dio cuenta de que era aquello lo que lo había hecho embobarse mirándolo cuando durmió a su lado. No era su rostro perfecto, sino su largo cabello rojo lo que le llamaba la atención. De inmediato se sintió ridículo por pensar así.

— Cállate. Deja de burlarte.— Susurró, volviendo a centrarse en la jarra y en su propia torpeza, intentando ignorar el extraño calor que le había subido al rostro por ese pensamiento fugaz. No obstante, sabía que ese pequeño instante de vulnerabilidad no se borraría tan fácilmente.

Íntima Enemistad | Boothill & Argenti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora