Capítulo 22 ⚠️

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Argenti se reprendió mentalmente por acceder tan fácil y luego se sintió avergonzado, pero en cuanto se dio el contacto directo de la mano que le ascendía por el torso, por debajo de la camisa, algo dentro suyo se volcó con agitación, enrojeciéndole también el rostro.

— No deberíamos hacer esto aquí...— Mantuvo sus orbes clavados en cada reacción de Boothill por mínima que fuera, pues no quería perderse ni un segundo de su seductora expresión mientras esos dedos largos curioseaban en su piel. No se dio cuenta de que esas serían las últimas palabras que le daría tiempo a decir antes de que se aferraran el uno al otro con una urgencia escurridiza, olvidándose de cualquier duda precedente.

Se quitaron mutuamente la camisa con una excitación frenética. Boothill le acarició la cintura y después el pecho. Seguidamente, probó su cuello y lo mordió para marcarlo con una impaciencia característica suya. Argenti le permitió hacerlo mientras le aflojaba el cinturón con las manos llenas de una candente torpeza, como si no supiera por dónde empezar.

Boothill sintió que se le iba el aire; la excitación espesa flotando en la atmósfera no lo dejara respirar. Se le colorearon las mejillas y pronto su entrepierna comenzó a reaccionar a todo aquello con más velocidad de la que hubiese podido encubrir. Recorrió los brazos de Argenti con las manos completas, ya que quería conocer su cuerpo sin que se le escapara ningún detalle.

Argenti no quiso quedarse atrás y subió las manos para tocar su duro abdomen. Continuó ascendiendo hasta el centro de su cálido pecho, apoyándose ahí un momento. Sintió que los latidos del hombre estaban igual de agitados que los suyos, lo que le hizo sentir satisfacción.

— ¿Qué emoción hay en esto si no puedo besarte, eh?— Boothill sonrió con seguridad, como si diera por hecho que con algunas palabras iba a convencerlo, cosa que no pasaría. Precisamente para evitar caer en su trampa, Argenti se atrevió a bajar, recorriéndole desde el pecho hasta los muslos con las puntas de los dedos, hasta que él mismo quedó de rodillas.

— Hay cosas más emocionantes para hacer con mi boca que simplemente besarme...— No supo de dónde había sacado el valor para decir algo como eso, pero fue suficiente para distraer al hombre de probar sus labios. Boothill se adaptó deprisa a su iniciativa y le tomó el cabello con la mano derecha. Lo empujó contra la pared que le quedaba detrás, arrinconándolo ahí contra su cuerpo. Con la izquierda le tomó la barbilla, agachándose un poco. Parecía que le habían vuelto las energías.

— Besos no, pero esto sí. No me quejaré, no puedo resistirme...— Terminó por acariciar sus labios mientras Argenti lo estimulaba por encima de la ropa interior. Boothill sintió que se le despertaba una erección, como si se le erizara la piel pero con una sensación de calor subsecuente.

— Usa un condón.— Argenti sintió que bajaba la voz, aunque no supo explicarse a sí mismo por qué lo hacía. Quizás porque Boothill estaba muy cerca.

— Bien.— Fue la primera vez que lo obedeció en algo con tanta sencillez. De hecho, se sorprendió a sí mismo al ver que llevaba consigo uno de emergencia en el bolsillo trasero de su pantalón. Siempre lo tenía, por si acaso. Nunca lo usaba y solo lo cambiaba por uno nuevo. Ahora por fin valía la pena.— Esto no fue premeditado, solo soy un hombre precavido...— Quiso aclarar, pero a Argenti no podía importarle menos.

— Guarda silencio.— Le dijo con simpleza, despojándolo de cualquier prenda inferior que le quedara.

Boothill tomó fuertemente aquel cabello rojo brillante. Le dio tiempo de conocer sus medidas, permitiéndole tocarlo un poco antes de introducir su hombría despacio en su boca. Argenti lo recibió con una habilidad sorprendente y una expresión que denotaba experiencia.

— Que grata sorpresa, ¿ya sabías hacer esto...?— La presión ejercida por sus labios incrementó en una clara señal de que no debía hacer ese tipo de preguntas. Boothill pensó en que si ese era el castigo por hablar, definitivamente no quería callarse. No obstante, se le diluyeron los pensamientos en un chorro de placer cuando la lengua de Argenti lo envolvió.

Percibió el interior de su boca húmedo por la saliva y se sintió lascivo al disfrutar tanto de la obscenidad de sus caricias y movimientos que apenas comenzaban. Quiso evitarlo, pero su impulso fue más rápido y pronto empujó la cadera un poco más allá, más profundo. El tacto de las manos apoyadas en sus muslos le daba cosquillas, pero también cada acción le sorprendía y lo hacía estremecerse, volviéndolo incapaz de controlar las reacciones de su cuerpo.

Los novedosos estímulos lo impulsaban inmediatamente a adentrarse más y más en ese contacto. Sintió que su cuerpo adquiría una temperatura tórrida bajo las manos que lo apresaban y que aquella lengua explorando su hombría lo estaba volviendo loco. Por eso, para aferrarse al último hilo de cordura que lo sostenía, se separó súbitamente, mirándole los labios húmedos e intentando regular la respiración descontrolada.

— ¿Qué ocurre, no puedes manejar esto?— Argenti sonrió con un orgullo nunca antes visto por Boothill. Ese carácter lujurioso tan bien escondido le generaba muchas dudas, pero ahora mismo no tenía tiempo de hacer preguntas. Se sentía más bien ansioso por continuar la velada, así que lo levantó de su lugar en el suelo, moviendo su cuerpo hacia la isla de la cocina con una fuerza sorprendente.

Argenti iba a decir un buen halago acerca de la facilidad con que lo había cargado, pero Boothill deslizó sus manos despacio debajo de sus últimas prendas y lo distrajo al apartarlas de su camino. Por supuesto, procuraba exponer la menor cantidad de piel posible del cuerpo de Argenti, como si quisiera descubrirlo poco a poco. Siguió descendiendo de la cadera a los muslos, hundiendo los dedos en la carnosidad de su cuerpo al tenerlo desnudo.

— Carajo, detesto seguir las reglas.— Dijo al darse cuenta de que otra vez intentaba acercarse a sus labios. Cambió la ruta hacia aquella curvatura varonil en su garganta, dejando ahí el beso planeado, y le abrió las piernas sin ninguna anticipación para comenzar los preparativos.

El allanamiento de sus dedos sorprendió a Argenti y lo debilitó, haciéndole recargarse por un momento en el hombro de Boothill, como buscando algo de estabilidad en las sensaciones de su cuerpo. Iba a hablar, pero las palabras se le enredaron al interior de la boca. Inhaló profundamente, recargando ambas manos sobre la superficie lisa para tener un punto de apoyo a los costados de su cuerpo. Su cerebro no podía seguirle el ritmo a todo aquello y era su cuerpo el único que respondía.

— No... No hagas eso...— Casi había olvidado cómo se sentía algo así y eso no lo pudo esconder de la mirada de Boothill. Sin embargo, sus verdaderos pensamientos contradecían sus palabras, cual si no hubiese notado la incoherencia de aquello.
Se volvía susceptible cuando la temperatura de su cuerpo se elevaba de tal modo, además de que no pensaba adecuadamente con el disfrute cegándolo. Antes de que se diera cuenta, era Boothill quien estaba a punto de ingresar.

— ¿Cómo voy a detenerme? Mira lo que causaste. Tienes que solucionarlo.— Se mordió los labios solo para aguantar el jadeo que iba a escapársele mientras llenaba despacio su interior. También le rodeó la suave cintura con los brazos, pegando sus cuerpos para escuchar mejor a Argenti cuando gimiera.

Fue impaciente y aumentó súbitamente el ritmo, sin parar a preguntarse cómo lo estaba tomando Argenti, aunque por su expresión era fácil descifrar que le encantaba. Le tocó las piernas descuidadamente y después siguió apretando cualquier parte de su cuerpo de forma azarosa.

Todo eso eran informaciones y datos de los que Argenti solo fue vagamente consciente mientras Boothill lo penetraba con avidez. Se sentía morir y revivir luego de tanto tiempo sin actividad. Boothill era agresivo, brusco a su modo, y eso lo tenía fascinado.

Lo único que pensó con claridad fue que ese estado de euforia y ese impulso de idiotez eran lo equivalente a estar ebrios o locos. La diferencia es que lo iban a recordar cuando terminaran.

Quiso verle el rostro a Boothill solo por un segundo, pero justo cuando sus miradas se conectaron, fue como si hubieran recibido un impulso eléctrico con una intensidad vibrante que los hizo correrse de inmediato.

Íntima Enemistad | Boothill & Argenti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora