Capítulo 31

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No creyó que lo primero con lo que se encontraría al llegar a la ubicación sería un gran edificio que fácilmente albergaba en su interior a más de doscientas personas. Stelle le había advertido que sería algo no precisamente pequeño, y Argenti decidió pensar en que podía ser una reunión de amigos algo amplia, pero no tanto.

Tampoco estaba bien enterado de si Boothill estaría ahí o no, ya que Stelle se había retirado de la cafetería antes de recibir una respuesta a sus mensajes; tenía que reunirse con alguien y arreglarse, según entendió. Pensar en las probabilidades indeterminadas de encontrárselo le daba pánico. No porque no quisiera interactuar con él, sino porque quería que sus encuentros permanecieran privados.

Tras unos segundos de reflexión se dio cuenta de que era extraño que permaneciera ahí tan tranquilo frente a la puerta sin decidirse a entrar, así que tomó coraje para hacerlo, sacudiendo su traje gris mientras caminaba en un intento de entrar con la imagen más presentable posible. Pensó también en que tal vez había elegido un atuendo demasiado formal para la ocasión, pero luego, ya en el interior del edificio, notó que cada quién llevaba lo que quería y a nadie parecía importarle el resto del mundo. No había un código de vestimenta y todos estaban bien con eso.

Caminó sintiéndose desorientado, confuso. Realmente no sabía bien qué hacer en un evento de tal calibre, y todo lo que quería era encontrar a Stelle para sentirse un poco menos solo entre tanta gente desconocida. La buscó con la mirada por todas partes, evitando áreas donde era improbable que estuviera, y la encontró cerca de la mesa de regalos. Argenti ni siquiera sabía por quién se había organizado todo eso, pero sin duda parecía ser alguien muy querido.

— Stelle.— Dijo, saludando. También le regaló una sonrisa de cortesía al grupo de personas que la rodeaba.

— Ahí estás, Argenti. Pensé que te habías arrepentido de aceptar y ya no llegarías.

— Cerré tarde la cafetería. Lo siento.— Vio que Stelle se apartaba del grupo un momento para dirigir su atención a él. No la había visto con detenimiento, pero cuando pudo hacerlo le encontró bastante atractiva. Ese tono de rojo le brindaba un porte sensual realmente único.— Te ves muy bien esta noche. ¿Estás probando un nuevo estilo?

— Sí, algo así. No fue mi idea, pero ya no me disgusta por completo.— Estaba bastante contenta por los buenos comentarios, lo que era diferente pero llevaba a la misma ecuación de satisfacción.— Veo que tú también vienes con tus mejores prendas. Pareces modelo con ese traje. Combinamos bien, ¿no? Vamos a juego con el cabello del otro.

— Es verdad. Prometo que no lo hice a propósito.— La situación le hizo gracia. Parecía que se habían puesto de acuerdo para coordinarse. Sin embargo, antes de que pudiera alargar la conversación, alguien le tocó el hombro a Stelle para llamar su atención y ella pareció perder el interés en él.

— Creo que aún quedan algunos tentempiés por allá, si quieres ir a ver.— Le dijo previo a concluir su conversación, apartándose de su lado y abandonándolo nuevamente.

Argenti, sin saber bien qué más hacer, fue hacia la mesa alargada en la que habían varios recipientes, charolas y estructuras de formas extrañas con gran variedad de aperitivos. Iba a tomar lo que parecían ser uvas envueltas en chocolate, pero alguien le rozó la espalda con las puntas de los dedos tímidamente y captó su atención.

Al voltear se encontró con una mujer de baja estatura, con rizos entre el rubio y castaño y de ojos grandes y dorados. Parecía nerviosa y su voz suave casi no se podía escuchar bajo la música.

— Disculpe, usted... ¿Viene solo, o lo acompaña su pareja, o...?— Se le pusieron las mejillas coloradas al instante. Su piel blanca como la nieve la traicionaba.— Lo lamento, es muy indiscreto, yo no debería...

— Oh, no, no se preocupe. Vengo solo.— Se quedó ahí, a su lado, olvidándose de su objetivo inicial de comer algo para centrarse solamente en ella. Parecía un angel: su salvación de la soledad.— No despreciaría un poco de compañía de una bella mujer, por supuesto.— Se apresuró a decir, con un tono más bajo, cautivador.

— Menos mal, me alivia. Lo vi a la distancia y me pareció extraño que un hombre con su porte estuviera tan solo.— Ella le sonrió dulcemente, con la ingenuidad propia de una persona que recién entra a los veinte años y ha experimentado poco en la vida.

— He de admitir que a mí me sorprende más que se haya fijado en mí. Parece que soy privilegiado.— Le devolvió la sonrisa, con toda la intención de coquetearle. Ella pareció darle permiso de hacerlo, porque no se alejó cuando él dio un paso y redujo un poco la distancia que los separaba. No obstante, al escudriñar los alrededores solo para asegurarse de que no hubiese nadie que pudiera reconocerlo, distinguió a la distancia, detrás de la chica, una silueta bien conocida en medio de donde los animados cuerpos bailaban a un ritmo desacompasado, como absortos en el espectáculo que aquella persona al centro de todo estaba brindando.

— Era difícil no fijarme. Es usted un hombre muy atractivo...— La joven siguió hablando, pero Argenti ya no era capaz de enfocarse por completo en ella. Más bien, no podía despegar la mirada de Boothill, que bailaba al centro de la pista completamente lleno de energía. Estaba solo, seguramente alcoholizado, pero no lo parecía porque sus movimientos estaban perfectamente coordinados, fluyendo con la música como solo un profesional podría lograrlo. A Argenti le pareció increíble aquello. Stelle le había dicho antes que Boothill era ruidoso y llamativo en las fiestas, pero nunca se imaginó por qué. ¿Había practicado baile durante toda su vida? ¿Era un pasatiempo que tenía? Más importante aún: ¿Cómo era capaz de moverse así después de lo que habían hecho el día anterior? Tal vez esa era su excusa, calentar los músculos con cualquier cosa para aparentar normalidad después. O quizás solo estaba ignorando descaradamente la sensación punzante en la cadera.

— Lo lamento, disculpa, debo ir rápido a... Bueno, volveré, te lo aseguro.— Dejó a la chica, intentando no ser muy duro, aunque no había tenido tiempo de descubrir siquiera su nombre y esa era desconsideración pura. Había algo en la atmósfera, en la pasión que desprendía Boothill al bailar, que lo tenía realmente impresionado. No parecía el tipo de hombre que hiciera esas cosas con tanta destreza y de pronto comprendió también por qué era tan elástico. Los recuerdos le llegaron como una ráfaga de balas y, aunque lleno de vergüenza, continuó acercándose a él, como hechizado, cada vez más próximo a la multitud a la que le sonreía con tanta vivacidad, como un artista a un grupo de fanáticos.

De pronto se sintió celoso de la atención que recibía Boothill. No porque él quisiera recibirla, sino porque deseaba ser el único que pudiera admirarlo de ese modo.

Entonces, cuando estuvo a punto de cruzar entre las filas de gente para alcanzarlo, vio que una mujer de cabello negro y ojos rasgados, con los labios rojos y un vestido corto, llegó antes que él al costado de Boothill y se adaptó rápidamente a sus movimientos, con la misma habilidad. Argenti se quedó quieto en su lugar, paralizado, sin saber qué hacer ahora, y justo cuando iba a darse la vuelta para volver sobre sus pasos, con el corazón latiendo rápidamente con una desagradable sensación de fastidio e impotencia, sus ojos se encontraron con los de Boothill.

Fue un contacto fugaz, suficiente para que se reconocieran mutuamente y a ambos se les acelerara el pulso. Argenti, por su lado, se quedó quieto unos segundos más, esperando con ansias que Boothill diera el primer paso y se acercara a él, que interrumpiera todo y cortara la distancia de tajo. Pero no fue así. Boothill hizo todo lo contrario: no solo no se acercó, sino que dejó de bailar y tomó a la chica por un brazo, y después la acercó por la cintura a su cuerpo. Como si todo fuese parte del espectáculo, con Argenti como principal espectador, se acercó a besarle los labios sin ningún recato.

Argenti sintió que se le detenía el corazón, como si algo de repente hubiese dejado de funcionar en él. Esa mujer no se apartaba de Boothill y él se quedó ahí, preso de sus labios mientras lo miraba a él y su expresión descompuesta, con toda la intención de demostrarle que un beso no tenía nada de especial.

Íntima Enemistad | Boothill & Argenti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora