Se rindieron sobre la cama con una debilidad propia del cansancio extremo. No se enteraron de en qué momento habían cambiado de escenario en medio de tanta acción. Tampoco sabían bien cuánto tiempo habían pasado juntos, pues apenas recordaban la primera ronda. La tira de condones en el suelo con algunos empaques abiertos parecía un recordatorio tangible de que habían sido más.
Pero ahora, con la respiración estabilizándose y el sudor secándose en sus cuerpos, la habitación se sentía más grande y fría. El silencio entre ellos estaba lleno de todo lo que no eran capaces de decirse.
Boothill presionaba con los dedos las sábanas arrugadas que le cubrían hasta la mitad del torso mientras mantenía la mirada fija en el techo. Argenti, a su lado, evitaba moverse para no romper la tregua no declarada entre ellos.
Se dieron cuenta de que, ahora que estaban tan exhaustos, no tenían nada más qué hacer. No compartían ningún interés real, nada en común más allá de la satisfacción del momento. No había palabras cómodas ni conversaciones casuales para aligerar el ambiente. Desde luego, tampoco tomarían la iniciativa dulce de un par de amantes para compartir algo más profundo.
Boothill fue el primero en abrir la boca, aunque su voz sonó extrañamente distante, como si él mismo no estuviera del todo presente en lo que decía.
— Supongo que no vamos a hablar de esto.— Dijo, con una vacilación impresa en sus palabras. Argenti se giró levemente para mirarlo, pero evitó contacto visual.
— ¿Hablar de qué?— Respondió a secas, ocultando su propio desconcierto— ¿Tienes algo qué decir?
El silencio volvió a instalarse entre ellos, más denso esta vez. Boothill apretó los puños, pero no enojado, sino más bien inseguro.
— No sé, quizá podrías... No sé... Decirme cómo te sientes, o algo.— Se odió por cómo sonaba aquello, tan impropio de sí mismo. Torpe, innecesario. Le habría gustado quedarse callado.
— Bien. Me siento bien.— Volvió a contestar con pocas palabras. Se sentía saciado, claro, pero no se sentía realmente bien. Ahora parecía un fiasco aquello de llenar el vacío emocional con contacto físico.— Bueno, a decir verdad... No me siento tan bien... ¿Sabes qué? Ese no era mi rol. Normalmente yo no... Hago las cosas de esa forma.
— Deja de hablar como idiota. Nos acostamos, ¿qué te avergüenza ahora?— Boothill tomó asiento en la cama, llevándose las sábanas con él. Dejó al descubierto medio cuerpo de Argenti, que inmediatamente fue envuelto por la frialdad del clima.
— Sí, tienes razón. Es solo que, cuando estas cosas pasan con un... Hombre, no soy yo quien deja que alguien más domine la situación, ¿lo entiendes?— Boothill lo miró, inexpresivo, como si no entendiera el objetivo de sus palabras. Luego, pareció rechazarlo con una mueca en los labios.— Pero no fue malo, no me malinterpretes.
— ¿Pensaste que te iba a dejar meter algo en mi interior?— El silencio de Argenti fue más claro de lo que habría sido una respuesta. Boothill soltó una risa corta, incrédula.— Deja de imaginar estupideces y duérmete.— Terminó recostado otra vez y dándole la espalda, cubierto por completo de sábanas. Argenti se sintió abandonado, como si la distancia entre ellos fuese mayor que antes. No entendía en lo más mínimo a Boothill. No sabía qué pensaba ni qué sentía, y no le gustaba encontrarse en esa posición de no hallarle el sentido a algo.
Sintiéndose más abatido que antes, se levantó de la cama y se dirigió al baño para limpiar los últimos residuos de su aventura. Al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que Boothill había sido tan salvaje como creía.
La piel de su cuello estaba enrojecida, con una marca violácea ahí, además de otra entre sus clavículas. En su cintura también habían quedado las franjas de los dedos largos que lo sujetaron con demasiada fuerza unos minutos atrás. No quiso ver más allá.Boothill, por su parte, se durmió al instante, ignorando cualquier mínimo indicio de hambre naciendo en su estómago. Argenti lo vio cuando salió del baño, enroscado con las telas delgadas. Se acercó al borde de la cama y se detuvo ahí un momento para apreciar la imagen, sin saber que Boothill había hecho lo mismo con él unos días atrás.
El rostro de Boothill, relajado en el sueño, era una imagen de serenidad que contrastaba con la intensidad de su carácter. Argenti se encontró siguiendo los contornos de su mandíbula, la suavidad de su cabello y cómo la luz de la luna realzaba la palidez de su piel. Parecía casi irreal, una figura sensible y vulnerable, ajena a los conflictos que habían desbordado entre ellos antes. Luego, empezó a roncar y se le perdió el encanto.
Argenti se llevó una mano al cabello y lo revolvió. Después buscó un conjunto para dormir, algo que le brindara un poco de calor en vista de que Boothill no parecía dispuesto a compartir las sábanas. Se recostó a su lado, aunque dudó un poco al hacerlo, como si no fuese bienvenido ahí a pesar de ser su propia cama, y terminó por dormir sin sentirse a gusto del todo.
Para cuando llegó la mañana siguiente, atravesando las cortinas con sus sutiles rayos de luz, la alarma en su celular lo despertó. Argenti se levantó apresurado, como si se le hiciera tarde, pero luego vio con más detenimiento la fecha y se percató de que no abría la cafetería ese día. Volvió a recostarse y se sintió extraño.
Miró a un costado suyo y el espacio estaba vacío. Había un bulto de sábanas, pero Boothill ya no estaba ahí. Aunque esperaba que eso pasara se sintió un poco decepcionado; no porque anhelara despertar a su lado, sino porque esa ausencia le dejaba más en claro que todo había sido un error. Uno grave.
Volvió a encender su celular y leyó la notificación de un mensaje. Lo desbloqueó y vio que se trataba de Stelle. Lo había recibido desde la tarde anterior, pero él simplemente no se había dado cuenta.
"Fui a buscarte y la cafetería estaba cerrada. Me dijeron que te retiraste temprano. ¿Está todo en orden?"
Argenti dejó caer el teléfono sobre la cama, con la mirada fija en la pantalla por unos segundos más. El mensaje de Stelle, tan sencillo y directo, le provocó una sensación incómoda, como si fuese una extensión de todo lo que estaba mal en su vida en ese momento. Stelle parecía llegar justo en el momento en que menos podía concentrarse en otra conversación complicada.
Se pasó una mano por la cara. No estaba listo para hablar con Stelle, pero tampoco podía ignorar el mensaje. No ahora, no después de lo que había pasado con Boothill. Era como si todo estuviera cayéndose a pedazos, y la única manera de mantener un mínimo de control era fingir que lo tenía.
"Me sentía un poco mal y tuve que volver a casa pronto, pero ahora estoy mejor. ¿Me necesitabas?"
Envió la respuesta antes de apagar el teléfono y dejarlo sobre la mesa de noche. Le mintió por primera vez, pero pensó que sería mejor que darle cualquier otra explicación. Finalmente, decidió levantarse de la cama para tomar una ducha. Se vistió rápidamente y fue directo a la cocina. La comida que había preparado anoche seguía ahí, a excepción del primer plato que había servido, como si alguien simplemente hubiese desaparecido esa porción. Le dio una ojeada rápida al asunto, pero la idea de pensarlo mucho le resultaba absurda. Había sido Boothill.
Él también iba a comer, aunque en su lugar se preparó un café, esperando que la familiaridad de esa rutina le ayudara a centrar sus pensamientos. Un nuevo mensaje lo sacó de su ensoñación.
"Hablé con Boothill y quería contártelo. Pensé que, como eres bueno entendiendo a la gente, tal vez podrías ayudarme a que no todo termine tan mal con él. Lo aprecio. Es un gran amigo, a pesar de todo."
No supo qué contestar. Por un lado, él ya estaba enterado de lo que había ocurrido y no le generaba ninguna sorpresa. Por otro, tampoco quería que ella supiera que la relación entre Boothill y él había llegado tan lejos. Se inclinó más hacia la opción de pretender que desconocía los hechos.
"¿Por fin hablaste con él? No te preocupes, iré enseguida a tu casa y podrás contarme. Verás que todo va a estar bien."
Quiso creer que esas últimas palabras también eran ciertas para él, pero solo a Stelle le brindaban consuelo.
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Íntima Enemistad | Boothill & Argenti
FanfictionCuando Boothill y Argenti, ex compañeros del trabajo que nunca lograron tolerarse mutuamente, escucharon la frase "el mundo es pequeño", jamás imaginaron que se volverían a encontrar compitiendo por el amor de la misma chica. Aún menos se esperaban...