Capítulo 13

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La habitación se había sumido en un silencio intenso, como si el interior estuviera vacío o ellos fueran incapaces de emitir algún ruido. Solo el golpeteo de la lluvia en la ventana irrumpía, como un efecto de sonido ambientando el escenario. En medio de todo aquello, Boothill sonrió con una facilidad que contradecía la intensidad de sus ojos y se dispuso a hablar.

— ¿Una foto te afecta, después de todo? ¡No me digas!— Le gustaba la sensación de poderío que le brindó ver por primera vez la molestia en esos orbes verdosos. Era novedosa, genuina, una escena irrepetible. El alcohol estaba demostrando la parte descompuesta de Argenti y eso para Boothill era digno de apreciar. De pronto, su voz se volvió más suave, como si se llenara de una incomprensión sarcástica.— ¿Te preocupa que encienda un rumor sobre alcoholismo, pero ahora con evidencias? No deberías estar tan alerta por eso, ya no eres alguien importante.

— Solo... No quiero que Stelle me vea en este estado.— Intentó seguir hablando, pero todo lo que logró fue articular un sonido similar a una queja a pesar de que ahora se sentía mejor, más espabilado. Expulsar el alcohol de su sistema de la forma en que lo hizo minutos atrás había sido una especie de desintoxicación parcial inmediata.

— Es tu imagen a cambio de la mía. A mí me conviene convencerla con pruebas.— Siguió sonriendo, pero su voz ya no tenía ni pizca de suavidad.

— Yo hablaré con ella. Le diré que solucionamos el problema y entonces podrás... Escuchar su respuesta, si eso es lo que deseas.

— ¿Crees que tu palabra tiene más peso que la mía?— Sus labios se fruncieron en una mueca. Había algo en ese hombre que lo hacía sentir incómodo. Tal vez era la dignidad que mantenía sin importar su condición.

— No va a creerte que ahora somos casi amigos si no se lo confirmo personalmente.

— ¡Ja! ¿Amigos? Lo último que quiero es ser tu amigo.

— No me importa si quieres o no.— Argenti notó que perdía el control, y aunque sabía que hacerlo enfadar era un error, dejó que el agotamiento y la frustración guiaran sus palabras.
  — No estoy aquí para hacerte feliz y tampoco debería seguir apoyando a una persona inmoral con un alma horrible que solo piensa en destruirme, pero lo intento de todas formas. Acepta mi ayuda por una vez.

Boothill se inclinó hacia atrás, como si aquellas palabras le hubiesen propinado un duro golpe. Sus ojos destellaron con sorpresa y por unos segundos se le desvanecieron las palabras de la boca. Creyó que, llegado el momento, se deleitaría viendo cómo la fachada dura de Argenti se desmoronaba lentamente, revelando las emociones desordenadas y la vulnerabilidad que se escondían debajo, pero se había equivocado. Ver a una persona pura envenenándose no era en absoluto satisfactorio. Se dio cuenta de que realmente odiaba eso. Se odiaba él por provocarlo y no poder detenerse, como si de una compulsión se tratase.

— ¿Crees que eres mejor que yo? ¿Que porque sigues jugando a ser el noble, eso te da algún tipo de superioridad? Sigues estancado en la vida. Usar palabras bonitas y adular a todo mundo no te lleva a ningún lado. Nunca lo ha hecho.

Argenti apretó los puños, sintiéndose abatido. Quería responder, quería decirle a Boothill que estaba equivocado, que aún podía levantarse por sí mismo, pero las palabras no salieron hasta que cambió su discurso.

— ¿Y a ti a dónde te ha llevado arruinar todo a tu paso? Siempre pensando que haces lo correcto y que nada que no hayas decidido tú importa. Hasta tu aprecio por Stelle es egoísta. Quieres que alguien te ame, que te demuestre que no eres tan malo, pero eso no pasará...— Sus dedos se enredaron en las sábanas, sintiendo que podría rasgar la tela de la impotencia. — Estás podrido. Nadie amaría a una persona podrida.

— Vaya, el idiota tiene la lengua afilada. Que valiente te pones cuando estás a punto de caer inconsciente...— Intentó mofarse de él y encontrar una estructura mental a la cual anclarse, pero sus palabras se le enterraron como dagas en la carne y llegaron hasta los huesos, y sintió que su orgullo flaqueaba. En el rostro de Argenti se había borrado todo ápice de compasión, existiendo solo una mezcla de crueldad y frialdad. Aunque vio que Boothill perdía la voz, no se detuvo.

— ¿Ves lo que digo? — Preguntó Argenti. Su voz apenas era un susurro, un hilo débil.— No eres más que un hombre roto, intentando aferrarse a lo poco que le queda. Y, sinceramente, no sé si merece la pena siquiera molestarse en derrumbarlo del todo.

— No, eso no es...— Boothill alzó la vista, con los ojos llenos de una furia muda que luchaba por expresarse. Pero antes de que pudiera decir algo, Argenti se recostó en la cama, dándole la espalda, como si él mismo se hubiese herido con sus propias palabras. Por un momento lo miró, inmóvil y silencioso, pero después se llevó una mano al pecho, prestando atención a sus latidos lentos y acompasados, pero cargados de un dolor punzante.

Se levantó de la cama, aunque le costaba moverse y le dolía respirar. Sintió la saliva espesa y un nudo en la garganta que quería deshacerse en gritos; con cada paso, también se prolongaba su tormento.

De repente, se detuvo en medio de la habitación, sintiendo que la tristeza lo arrastraba, sin saber a dónde. Un montón de dudas llenaron de golpe su cabeza: ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿A dónde podía ir para alejarse de esos sentimientos negativos que lo enfermaban? ¿Cómo huía del dolor si Stelle estaba enojada con él y no podía protegerse con su abrazo como había hecho muchas otras noches vacías y oscuras? Además de ella, no le quedaba nadie. Argenti tenía razón. Era una persona horrible y los había ahuyentado a todos. ¿Qué cambiaba ahora que lo había aceptado? Nada. Todavía necesitaba desesperadamente ser salvado.

Íntima Enemistad | Boothill & Argenti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora