Capítulo 14

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Boothill había vuelto a la cama completamente derrotado, buscando refugio bajo las sábanas; observó un rato cómo dormía Argenti  y examinó los ángulos relajados de su rostro iluminado por la luz de la luna que se colaba por la ventana, haciendo brillar su palidez.

Pasó un tiempo más así mientras dejaba de padecer la discusión anterior. No se dio cuenta de que la noche se transformaba en mañana a su alrededor, y para cuando cayó rendido de sueño ya arribaban los primeros rayos de luz.

Argenti fue el primero en despertar y lo hizo silenciosamente. No había dolor de cabeza ni una sed insaciable que anunciara una resaca, simplemente arrepentimiento por haber utilizado el alcohol como excusa para desatar su impulsividad en un hombre vulnerable.

Miró a su lado en la cama, donde reposaba Boothill con una expresión serena. A su alrededor todo estaba bañando en un tono cálido, pero sabía que cuando despertara esa armonía iba a arruinarse. Por eso, decidió levantarse y reparar todo lo que pudiera del daño cometido la noche anterior, comenzando por lavar la propia ropa que había ensuciado y que enjuagó y talló muy bien en el lavabo del baño.

Bajó al primer piso, donde notó el desorden general de la casa. Había platos sucios, vasos medio vacíos, ropa que había sido abandonada a su suerte de manera azarosa y algo de basura tirada sin interés. No parecía un descuido catastrófico acumulado de tiempo atrás, sino algo de unos días de pereza.

Comenzó por dejar secar su propia prenda sobre el respaldo de una silla que luego acercó a una ventana para que recibiera la luz del sol. Después, continuó recogiendo la basura, ya que se sentía intranquilo en medio de la suciedad.

Duró aproximadamente una hora lavando y limpiando. Ya sabía que Boothill se iba a quejar como hacía siempre con todo, pero seguro que muy en su interior apreciaría tener una carga menos.

En cierto momento, levantó una chaqueta y se cayó una billetera que estaba en el bolsillo. El contenido se vació y apresuradamente Argenti lo recogió. No quería tomarse mucho tiempo para eso, pues si Boothill bajaba malinterpretaría la escena.

Al abrirla para meter los billetes, se encontró con una fotografía de tamaño reducido que se cubría con un plástico protector. Se quedó mirándola unos segundos más y se dio cuenta de que eran dos personas: Boothill y Stelle. Ambos estaban jóvenes y sonrientes, seguramente en edad adolescente, pues parecían llenos de la vitalidad característica de esa etapa, además de que tenían puestos sus uniformes escolares.

El hallazgo genuinamente lo sorprendió, ya que él había conocido a Stelle cuando se cambió de dirección al encontrar empleo en una empresa de la zona. Nunca imaginó que Boothill tuviese un lazo más antiguo con la chica, además de que ella le había contado una versión diferente de en dónde se conocieron. Le parecía todavía más raro que ellos dos jamás se hubiesen encontrado ni por casualidad gracias a ese vínculo.

Sin embargo, no quiso verse entrometido a pesar de la curiosidad y dejó la billetera en paz, continuando con su labor.
Al finalizar, miró todo con satisfacción. La casa parecía más espaciosa y sin duda el aire viciado con ambientador era mucho más fresco que el que se respiraba antes de su sesión de limpieza. También se vistió adecuadamente ahora que su ropa estaba seca.

Con el júbilo latente, decidió que todavía podía hacer algo más por Boothill y se puso a preparar el desayuno: un café, su especialidad, y algo de pan tostado con mermelada, ya que no había ningún otro ingrediente en su refrigerador que pudiera convertirse en un buen platillo.

Como si adivinara, o quizás como consecuencia del ruido, Boothill bajó las escaleras con pisadas lentas y llenas de pesar. Estaba tallándose los ojos y tenía el cabello desarreglado, como si todavía estuviera atrapado entre el sueño y la vigilia. La imagen que encontró al llegar al primer piso lo sorprendió más de lo que habría admitido en voz alta.

El aire cargaba un olor artificial a flores que se combinaba con el del café caliente, mezclado también con el aroma de pan tostado. Era una combinación cálida y acogedora que no encajaba con la imagen de desorden que solía definir su hogar.

Se detuvo un momento, pensando que todavía soñaba mientras observaba en silencio cómo Argenti trabajaba. No sabía si se sentía agradecido, irritado por la intromisión o simplemente confundido. Se sentía extraño, surrealista, como si el mundo hubiera decidido ser amable por un breve instante.

Finalmente, rompió el silencio con una voz ronca y aún cargada de sueño.

— ¿Qué estás haciendo?

Argenti se giró con sorpresa, pues no había notado que bajaba la escalera. Tenía una expresión calmada que se transformó en una con vergüenza.

— Estaba arreglando todo un poco. Después de anoche, pensé que esto podría... Ayudar. — Hizo una pausa, mirando a Boothill directamente a los ojos.— Me siento culpable por lo que dije. No debería haberlo hecho y... Lo siento.

Boothill no respondió de inmediato. Primero terminó de acercarse y le arrebató el plato plano con dos rebanadas de pan tostado de las manos, mordiendo una.

— ¿Pides disculpas por ti o por mí?— Preguntó con la boca llena, sin tomar asiento. Lo miraba desde una pared en donde había decidido recargarse.

— Por ti, por supuesto.— Apretó los labios, perdiendo el valor de mirarlo. Entonces empezó a servir el café: solo una taza que le dio a Boothill.— No tienes hielos y acaba de estar listo. No hay manera de hacer que esté frío, así que...— No supo qué más decir, de modo que le entregó la taza e inesperadamente él la recibió sin quejarse. Boothill primero examinó el contenido y luego levantó la mirada.

— Está bien. ¿Tú ya almorzaste?— Su voz fue apenas un susurro sin fuerza ni emoción, pero al menos tampoco cargaba ganas de entrar en una discusión. A Argenti le gustó saber que incluso Boothill tenía momentos de paz.

— No, yo tengo que ir a la cafetería. Suelo preparar algo para mí antes de abrir el negocio.— No quiso agregar demasiado, pues sintió que caminaba sobre la cuerda floja y que cualquier exceso de información aburriría a Boothill. Cabía la posibilidad de que su cordialidad se acabara súbitamente y no quería eso.

— Ah, sí. La cafetería.— Contestó Boothill, todavía masticando pan tostado y probando su café.— Deberías irte, parece que tienes mucho trabajo ahí.

— Bueno, sí, afortunadamente.— Argenti sonrió con calidez, aunque sintió que algo raro estaba ocurriendo sin que él se diera cuenta. Intentó evadir esa sensación.— A veces se necesitan manos extra, pero siempre es bueno que las ventas se mantengan en incremento.

— Debe ser increíble tener un buen trabajo.— Boothill se terminó el café en ese mismo instante, y también arremetió velozmente contra las dos rebanadas de pan.— Al menos no quedaste varado en la calle como un vagabundo después de lo que pasó en la empresa. Ya no me siento tan mal.

Argenti pensó un poco antes de contestar, sopesando qué postura tomar ante semejante comentario que variaba indescifrable entre la burla, el desinterés y la honestidad.

— Me costó tiempo, esfuerzo y muchos ahorros, pero ahora tengo algo estable.— Asintió, no muy convencido sobre el rumbo que tomaban las cosas.— Me enteré que tú también terminaste saliendo de la empresa no mucho después. ¿Te ha ido bien?

— ¡Ja! En absoluto.— Boothill sonrió amargamente, intentando rescatar un sorbo de café, pero ya no había nada más. Dejó la taza y el plato en la isla de la cocina, volviendo después a su lugar en la pared.— Pero me lo merezco. Soy un estúpido que hizo cosas estúpidas y terminó desempleado.— Se encogió de hombros, restándole importancia.— Cuando necesite el dinero buscaré algo. Me las he arreglado hasta ahora con la liquidación.— No dijo que ya se le estaban acabando los fondos, pero Argenti lo dedujo de igual forma, ya que imaginó que habrían recibido una cifra similar tras sus despidos.

— No creo que sea buena idea esperar hasta entonces. Aún debes mantener algo ahorrado en caso de emergencias.— Vio el desinterés al respecto en el rostro de Boothill, que se había llevado una mano a la cadera. Argenti no podía creer la poca importancia que le estaba dando a su vida.— ¿Quieres un empleo? Puedes trabajar en la cafetería. No prometo un salario demasiado elevado, pero podrás llevar una vida tranquila. Si al final no te satisface, entonces sí buscas otra cosa, ¿qué te parece?

Íntima Enemistad | Boothill & Argenti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora