Parte 37: Fin

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Ignacio Brown, se encontraba parado en lo alto de la mansión observando el extenso terreno, aquel que lo enamoró desde el primer momento que lo pisó.

Había pensado no deshacerse de esa mansión, había muchos recuerdos en ella de los cuales no quería olvidarse, pero si quería continuar con su vida, si quería empezar de cero debía dejarlos atrás.

Hizo un recorrido por la enorme mansión ya vacía, todo lo que un día decoró esa casa, todo había sido sacado, solo quedaban las paredes enormes en las cuales resonaba el eco de las pisadas fuertes que hacían las plantas de los zapatos de Ignacio.

Se detuvo en la sala y pudo remembrar el día que ella llegó, la vio frágil y nerviosa, más cuando la apuntó con aquella arma.

Él jamás, pero nunca imaginó que esa mujer podría llegar a su corazón, y en tan poco tiempo llenó el vacío que dejó su ex.

Soltó un suspiro, dejando ir así el recuerdo de Paulette, miró hacia la puerta y remembró el momento en que Ana Paula ingresó por esa puerta siendo una niña, aquellos ojitos iluminados estaban llenos de terror.

Dejando salir el aire de sus pulmones miró hacia arriba, sonrió cuando la recordó a ella. Eran solo dos jóvenes enamorados, tenían muchos planes, por ella decidió acabar con el cártel, nunca pensó que la perdería poco tiempo después de empezar la destrucción de su propia organización.

—¿Será que el señor Brown no quiere irse? —se giró a ver a su esposa que se encontraba cruzada de brazos, y sonrió —¿Hasta qué hora tenemos que esperarlo? —caminó hacia ella, se detuvo a pocos centímetros y la miró a los ojos.

—Estoy dejando todos mis fantasmas atrás.

—Solo no me dejes a mí —colocó las manos sobre el hombro y suspiró cerrando los ojos.

—Solo estoy dejando aquella niña rebelde que decía odiarme hasta más no poder —Ana Paula sonrió y musitó.

—A esa estúpida, ahógala y entiérrala en el patio —envolvió los delgados brazos y acercando el rostro cerró los ojos y suspiró—. No la quiero en tu cabeza —musitó rosándole los labios.

«Aquel día, Milo dejó su rostro sobre el pecho de Ana Paula, dejó de sollozar, solo las lágrimas le brotaban de los ojos y corrían por el puente de su nariz, de pronto, en aquel silencio escuchó los leves latidos del corazón. Algo que Ignacio no pudo escuchar por el dolor y llanto desolador que tenía. Se apartó de ella, la observó bien, le parecía extraño que entre el tiempo que llegaron e Ignacio la lloró, había pasado casi tres minutos, los cuales pensaba llevaba de muerta, pero el cuerpo no se enfriaba, por ello llevó sus dedos al cuello de ella y no sintió el pulso, o quizás si lo tenía, pero demasiado bajo.

—¡Por Dios! ¡No estás muerta!

—No lo está —dijo la mujer que acababa de llegar—. Pero si no cerramos la herida si morirá —con el ceño fruncido Milo la observó.

—¿Y usted quién es? —la mujer se acercó de inmediato y buscó entre las cosas que su hijo había dejado.

—Soy doctora —había seguido a su hijo durante todos esos meses, quería impedir que cometiera un error, sin embargo, llegó tarde—. Debo cerrar esa herida —aunque no sangraba ya que, el suero que Aníbal le colocó mientras realizaba la operación le había detenido el sangrado, y adormecido el cuerpo por completo.

—Llamaré una ambulancia...

—Puede hacerlo después, ahora dígame ¿Qué tipo de sangre tiene? —esperaba que fuera una que pudiera usar, de lo contrario no tenía manera de salvarla.

Ignacio BrownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora