Parte 2

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Por la noche, cuando bajo a la cena me siento en el lugar de siempre, en aquel que me senté la primera vez que llegué a esta casa. Él está en frente de mí, con la mirada conectada a la mía, sus dos manos reposan en la fina madera, humedece sus labios y esto es significado de que va a hablar.

—Estuve pensando en lo del divorcio —me remuevo en la silla, el tema que va a tocar es muy importante para mí—. Llegué a la conclusión de que no tiene sentido seguir casado con alguien que no me ama —lo que dice me pone feliz, intento no mostrar alegría para que no se sienta ofendido y cambie de parecer—. Te daré el divorcio —una sonrisa se dibuja en mis labios, la cual se borra una vez que pone su condición—. Pero antes de eso me darás un hijo, caso contrario seguiremos viviendo en este infierno. Y debe ser por contacto, está descartada la inseminación.

—¡Eres un desgraciado! —sonríe y levanta la copa en mi dirección.

—Salud por eso —suspiro con desilusión—. Te estoy dando una salida. Ya cumplí con mi promesa de cuidarte hasta que fueras una adulta, ahora tienes veinte años, aunque falta dos años para que termines la universidad, pero con el estudio que tienes hasta ahora creo que podrás defenderte en la vida. Invertí mucho dinero en ti, fueron millones los que tuve que pagarle a ese hombre para que te dejara libre aún después de haberte ganado en esa apuesta, al menos debo recuperar una parte de eso, y no encuentro otra manera de cómo puedas pagarme si no es, con un hijo.

—Jamás —digo firme.

—Bueno, entonces vete despidiendo de ese tipo, porque no le permitiré que se acerque a ti ni a un kilómetro ¿Entendido?

—No podrás separarme de él, lo amo.

—¿Segura? Mira que ya perdoné que se haya atrevido a tocarte en el pasado, y eso fue porque estaba lejos y aún no eras mi esposa, pero ahora que estamos casados que no se atreva a ponerte un dedo encima porque lo quiebro.

—No conseguirás nada con tus amenazas.

—No son amenazas, son advertencia y en guerra avisada no muere soldado. De ahora en adelante, dos de mis hombres te escoltarán a cualquier parte, ellos te vigilarán hasta dentro del baño —colocan la comida y empieza a comer, yo me levanto y él me detiene—. No te he dicho que puedes irte.

—No quiero comer.

—Lo haces, sabes que no me gusta comer solo.

—Me importa un carajo si no te gusta comer solo, porque no vas y te buscas una amante con la cual compartir y a mí me dejas en paz.

—Siéntate, y deja de amargarme la cena —vuelvo a sentarme, sé que este tipo no me dejará en paz hasta que termine de comer. Una vez que lo hago, me levanto.

—Piénsalo, después de que Nazca mi hijo podrás irte, serás libre y podrás estar con quién te dé la gana —ignoro lo que dice, abandono el comedor, llego hasta mi habitación, después de colocar seguro agarro mi celular y le marco a Milo.

—¿Todo bien, amor? —pregunta y niego, siento que las lágrimas caen sin poder detenerlas— ¿Te lastimó?

—No, pero me amenazó que va a lastimarte.

—Miserable. Buscaré la forma de sacarte de ese lugar Ana, te juro que en esta vez no me marcharé, me quedaré a pelear por ti.

—Dijo que había una solución —digo bajando la mirada.

—¿Cuál? —me cuesta decirle la petición que me hizo Ignacio para dejarme libre.

—Quiere que le dé un hijo —sollozo. Milo se queda en silencio—. Después de que nazca me dejará libre —Milo sigue en silencio observándome fijamente tras esa pantalla—. No pienso hacerlo —digo tras sonar la nariz.

Ignacio BrownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora