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Sus párpados se sentían pesados y se negaba a alzarlos, estaba cómodo, envuelto en sus mantas de dormir afelpadas y con su almohada siendo abrazada por el confort que significa descansar plácidamente. Tenía que levantarse ya, vería a Felix cerca de la una de la tarde; quedaron en empezar una serie juntos y el encargado de preparar los aperitivos esa tarde sería el australiano.
      
Recordó pedirle la dirección de su casa, no sabía muy bien cómo llegar aún. Desconocía que hora era con exactitud, pero confiaba en que le daría tiempo de tomar una ducha rápida, cambiarse y poder irse en un taxi, no se quería perder.
 
Giró con tranquilidad, enterrando la cara en uno de los tantos cojines, inspirando el aroma usual de su hogar...

Un minuto...

Esa no era su casa.

No se sentía como su colchón, en el que estaba era más blando, la habitación más fría y las cobijas más delgadas. Había un aroma dulce, diferente al que el solía olfatear en su espacio, no menos agradable pero no era el suyo... Entonces, su mente hizo click.

—Ya llévame, Dios—musitó, al tiempo en que volvía a rodar como un tronco, quedando boca arriba y se dio el valor de abrir los ojos por fin.

Lo primero que vio fue el techo con la luminaria apagada, después viró hacia los muros, los muebles, la televisión y el enorme ventanal con las cortinas cerradas para no permitir el paso de la luz solar.

Si, se había quedado en la casa de Sunghoon.

Por un instante lo olvidó, fue como si hubiese perdido la noción, pero luego los recuerdos de la madrugada lo abofetearon sin piedad; él montando al mayor, acabando con su energía y terminando molido, tendido y siendo igual de inservible que un costal de papas.

Llevó las manos a su rostro, tallando sus ojos hinchados y asimiló lo transcurrido en las últimas horas. No arribó a su departamento, era la primera vez desde el día en que llegó a Nueva York, que faltaba a dormir, a excepción de la vez en que Jake celebró su cumpleaños.

Se sentó en el mismo sitio, todavía adormilado y con muchas cosas vagando sin explicación. Vislumbró prendas regadas por el área, su camiseta colgando del escritorio y los pantalones de Sunghoon en una esquina arrumbados.

Observó la entrada cuando un ruido le indicó que la puerta fue abierta sin aviso y se cubrió el pecho desnudo con la sábana. La silueta del ojiazul hizo su aparición, tenía la cabeza agachada y sacudía sus cabellos avellana con los dedos.

Sunoo produjo demasiada saliva, al ver una toalla en la cintura de Sunghoon: su torso descubierto, brillando por las gotitas de agua que caían sobre el tono bronceado de su piel y usaba un par de sandalias que dejaban huellas de su andar.

—Ah, ya despertaste—exclamó con sorna, luego de alzar el rostro y se acercó a su armario arrastrando los pies.

El menor parpadeó rápido, inclinando su cabeza hacia un lado.

—Buen día...—pretendió no estárselo comiendo con la mirada.

—¿Día?—Sunghoon se rio, buscando su atuendo en el mueble. —Pasan de las doce.

—¿Las doce?

—Sí.

—¿Mediodía?

—¿Eres tonto acaso?

—No me jodas, no me jodas—gruñó, buscando su celular que ni siquiera recordaba haber visto desde que llegaron ahí.

—Ayer pediste lo contrario—bromeó, eligiendo una camiseta.

—Que ordinario eres—Sunoo bufó, sobándose las sienes.—¿Viste mis pantalones?

—No, párate a buscarlos.

Club Bengala || Sungsun Donde viven las historias. Descúbrelo ahora