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Luego de haber abandonado la zona pública, se mantuvo sentado en la banca en medio de los vestidores, con sus pertenencias en el regazo, analizando lo que había pasado hace un rato.

Esos chicos tenían un talento nato para bailar, era magistral la forma en la que podían acoplarse a la música y sentirse plenos al hacerlo.

Sunoo sabía que él también era capaz, pues siempre gustó de esa actividad y sin sonar egocéntrico, lo hacía bien, se defendía correctamente con sus movimientos. Pero pensar en tantas personas mirándolo y toda la atención encima suyo, era algo que sencillamente le causaba escalofríos y no iba a poder lograrlo.

Cuando solicitó el trabajo nunca le mencionaron que tendría que dar ese tipo de espectáculo y ahora que lo pensaba, le parecía incorrecto que no hubiese alguna advertencia o algo por estilo.

Sin embargo, estaba agradecido con que no lo hayan obligado, sencillamente solo tenía que tomar sus cosas, irse a su apartamento y al día siguiente buscar en primera plana los empleos menos mal pagados.

Cuando se dispuso a levantarse, los pasos de alguien lo alertaron y miró por encima de su hombro a ver quién era la persona que estaba entrando. Se encontró con el pelinegro, éste venía con la cara más roja que un tomate y la faz neutra, limpiando las gotitas de sudor con una servilleta.

—¿Te vas?—por primera vez en la noche, Heeseung le dirigió la palabra.—No duraste nada aquí.

—Si, yo... creo que esto no es lo mío—confesó, sintiéndose un poquito ofendido.

—Entiendo, si no lo disfrutas no tiene caso.—Heeseung siguió su camino, hasta llegar a la taquilla que le pertenecía. La abrió y sacó de ella una botella de agua, que terminó tomándose de un solo trago.

Se dio el tiempo de inspeccionarlo; ese chico tenía una belleza atípica, parecía labrado a mano, su mandíbula cuadrada, ojos color café, labios delgados, su cabello en un corte que le iba bastante bien a su imagen.

—Eh, Heeseung, ¿cierto?—el pelinegro se aventuró, esperando una respuesta positiva.

—Ajá, Lee Heeseung, un gusto—se dio la vuelta aproximándose al novato.

—Ustedes bailan muy bien, se desenvuelven con facilidad—comentó con una sonrisa diminuta.

—Gracias, ya tenemos experiencia en esto—le devolvió el gesto.—Tú ni siquiera lo intentaste, ¿por qué?

—Oh, no, es decir... a mi no me gusta eso, bueno, me gusta bailar, claro que lo hago, pero no frente a las personas, no quiero que me toquen o algo así—vaciló, mirando con pena sus propias manos.

—¿Ese es tu temor? Porque si me dices que si, déjame decirte que nadie puede tocarte—explicó y Sunoo lo observó de manera interrogativa.—Nosotros no somos strippers, no nos quitamos la ropa, tampoco nos prostituimos y mucho menos dejamos que alguien nos ponga la mano encima. Solo bailamos, ambientamos el lugar y generamos ingresos buenos para mantener nuestras vidas bastante bien económicamente.

—¿No los tocan?

—No, Jungwon les tiene prohibido el contacto físico y a nosotros relacionarnos con cualquier cliente, es parte de las reglas, te lo dijo—murmuró y se tomó la libertad de sentarse a un lado del recién llegado.

—¿Y si alguien lo hace? Como... ¿Sin nuestra autorización?—inquirió, en voz bajita.

—Si sientes alguna mano intentando agarrarte alguna zona íntima o incomodándote, das aviso y en un dos por tres son votados por completo del bar—dijo, encogiéndose de hombros, pero raramente pasa, porque nadie quiere dejar de venir aquí, es el mejor lugar de Nueva York.

Club Bengala || Sungsun Donde viven las historias. Descúbrelo ahora