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Para Sunghoon, ya no era nada del otro mundo encontrarse una vez a la semana en el consultorio de su psicóloga.

Ya no miraba sus tenis cuando ella le cuestionaba por su estado de ánimo, sus uñas permanecían libres de mordidas y sus dedos ya no jugueteaban entre sí a causa del nerviosismo que le llegó a amedrentar en un inicio. La opresión en su pecho iba disminuyendo con el paso de las sesiones, su confianza ascendía y Samantha se encargaba de registrar su avance.

Como una verdadera profesional, la mujer con quince años de experiencia en su ramo, veía el progreso de Sunghoon como una reconstrucción a su salud emocional y mental; el chico llegó hecho trizas, vulnerable y en busca de una salvación que no lo dejara a la mitad del laberinto.

Fueron días complicados, le costó formar el vínculo habitual con su paciente, tuvo que buscar las palabras correctas para ir llevando la terapia por el buen camino y no orillarlo a desistir, que no abandonara la ayuda que por fin había solicitado luego de tantos años de dolor contenido.

Pero gracias a que el castaño consiguió desenvolverse en las pláticas y tuvo la dicha de contar con el apoyo de sus seres queridos, afrontó su realidad y alcanzó ese nivel de confianza en sí mismo que le permitió expresarse sin temor a ser juzgado.

Liberaba su carga emocional, el autoconocimiento le aportaba los granitos de arena necesarios en su desarrollo personal y su calidad de vida mejoraba al priorizar la intervención que lo dotaba de herramientas para cambiar ciertas actitudes indebidas.

Los beneficios iban recolectándose.

—Entonces, ¿todo fue bien esta semana, Sunghoon?—Samantha deseó saber, mientras presionaba las teclas de su ordenador—. ¿Cómo te sentiste?

—Bien, estuve muy ocupado con mis deberes y eso, pero todo fue de maravilla—murmuró, descansando los brazos a los laterales de la silla.—Con mi trabajo y mi vida personal, creo que encontré un equilibrio.

—Muy bien, de hecho, te veo más animado—sonrió, sin dejar de mirar la pantalla de la computadora.

—Lo estoy, cada que vengo aquí es un alivio para mí—declaró.

Era una especie de lugar seguro donde encontró resguardo, un cobijo en otra perspectiva que le auxiliaría para gestionar sus conflictos internos.

—Vamos bien, Sunghoon—volteó a mirarle y la mitad de su rostro se iluminó con la luz de la pantalla.—¿Recuerdas lo que te mencioné hace algunas sesiones sobre tu diagnóstico?

Él asintió, era consciente de su valoración.

—Bueno, me gustaría explicarte un poco más a fondo lo que te concierne sobre el tema—la especialista entrelazó los dedos sobre el escritorio y ladeó su cabeza.—¿Estás de acuerdo?

—Sí.

Con el consentimiento, Samantha se levantó de su cómoda silla ejecutiva y se aproximó al librero donde tenía los expedientes de sus pacientes. Sus tacones resonaron en el piso vinílico y cuando estuvo frente al mueble, buscó aquella carpeta que llevaba el seguimiento clínico de Sunghoon.

La tomó antes de volver a su sitio y luego de acomodarse mejor en su asiento, la abrió en la última hoja impresa que también contenía notas hechas a mano distribuidas en el rectángulo de papel.

Sunghoon intentó echar un vistazo, pero no alcanzó a leer nada que le fuera de utilidad.

—Bien—no dejó de analizar el documento—, como ya te lo he mencionado, lo que tienes se originó a raíz de tu nifiez y adolescencia, gracias a los problemas que tuviste con tu familia y desgraciadamente, eso repercutió en lo que hoy en día te sucede.

Club Bengala || Sungsun Donde viven las historias. Descúbrelo ahora