25 •| Porque cuando sabes, sabes

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Christopher

—¿Nervioso?

Miro al Ministro y también a Reece a través del gran espejo. Sacudo la cabeza ajustándome la corbata con precisión.

—Puedes decírnoslo, sabes —cada uno apoya una mano sobre mis hombros—. Es un gran día para los dos.

—No se compara al valor emocional que tiene para ella —hablo con tono inexpresivo, cero conocedor de como ponerle nombre a las emociones que me recorren y hacen estragos crudos en mi interior.

«Tal vez solo necesito su cercanía junto con un beso suyo...»

—Nos consta que haces todo esto por ella, de lo contrario no estarías aquí. —Al menos lo reconocen—. Pero queríamos agradecerte, no pensamos que este día llegaría, no por tú voluntad propia, y no sabes el orgullo que nos das. Lo felices qué estamos de que tú seas feliz con alguien que en serio amas.

—No sé cómo ella lo hizo, pero se lo agradezco —es lo único que dice Alex.

La puerta de la habitación es tocada y dos segundos después Patrick es quien cruza el umbral cargando a mis hijos en sus brazos.

—Hola, novio —ya empezó.

Christina abre y cierra sus palmas en mi dirección y para mí sorpresa, Owen; el crío anti-cualquier-otra-persona-que-no-sea-su-madre. Extiende sus brazos para que también lo tome.

—Deja de tocarme las pelotas, Patrick.

Arreglo el pomposo vestido de mi hija y le siseo a Owen cuando trata de sacarse la pajarita. Tiene su típica mala cara de funeral.

—¡Es hora! —chilla Banner.

Reece, Alex y Patrick me dan aliento como si fuese a entregarme al mayor sacrificio de mi vida y los aparto. Dejo a los mellizos en el suelo y en seguida toman las manos de Luisa que los guía, no sin antes agitar sus diminutas manos en mi dirección.

Nos dirigimos al gran salón donde se oficiará la boda. Fue acondicionado y preparado con meses de antelación para que todo cumpliera las expectativas de Rachel de un paraíso invernal; el motivo por el que invitamos a todos a Rusia.

Me pidió hacer una excepción: no celebrar la boda estilo militar. Nada de oficiales armados y uniformados ni protocolos impuestos por la milicia, y cómo no poseo el poder de negarle algo que bien esté o no a mi alcance, por supuesto que acepté.

La puertas del salón fueron transformadas en la entrada a un paraíso invernal con luces y también grandes cantidades de ramas que son réplicas de árboles congelados reales. El interior del espacio se encuentra repleto de funcionarios, conocidos, socios, militares retirados, amigos, familia cercana y no tan cercana. Y tan solo un par de reporteros y fotógrafos reconocidos. Los invitados parecen estar maravillados con el trabajo realista de los decoradores y el gusto magnífico de mi esposa.

Atravieso el pasillo cubierto por una extensa alfombra color perla hasta posicionarme en el altar donde espera pacientemente el sacerdote, el mismo que se asemeja a un maldito enano por la espalda tan torcida y los hombros tan encorvados que pareciese que está a punto de tocar el suelo con la punta de la barbilla.

Desde mi posición me cercioro de que todos mis hombres del Mortal Cage se encuentren en su lugar con las armas ocultas, tengo la propiedad doblemente reforzada y alertas en las cámaras que me pondrán en aviso ante cualquier movimiento sospechoso o presencia indeseable, sin embargo, no es suficiente.

Patrick y Simón se posicionan a mi lado. El primero frotándose las palmas con emoción.

—¿Recuerdas tus votos?

•| 𝑯𝒂𝒑𝒑𝒊𝒏𝒆𝒔 𝒊𝒔 𝒂 𝒃𝒖𝒕𝒕𝒆𝒓𝒇𝒍𝒚 |• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora