5. Los Operativos Invisibles

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Había ocasiones en las que Beth no entendía por qué Michael simplemente se desaparecía sin mayor explicación. Si bien, nunca la había dejado sola en medio de un lugar desconocido para ella, sí había veces en las que, sabiendo que estaba en una buena compañía, ni siquiera se despedía ni le avisaba que se iría.

En menos de cuarenta minutos, Michael ya estaba tocando a la puerta de una casa de dos pisos y un enorme portón en los suburbios. Cuando Adrianne abrió la puerta, lo saludó con un abrazo efusivo.

—¿Te costó trabajo encontrar la casa?

Lo guió por el recibidor.

—¿Bromeas? A unas calles vivía Rachel.

El nombre de la chica hizo que Adrianne girara los ojos de inmediato y parara en seco.

—Hacía tanto tiempo que no escuchaba ese nombre. —Se giró a él para evidenciar su hastío.

—Hace un par de semanas me la encontré en Instagram. Sigue igual.

Adrianne fingió una sonrisa que no le importó que se viera por demás falsa. Una carcajada proveniente del jardín hizo que ella recordara un dato importante.

—Ah... Eh... —Adrianne se acercó unos pasos a Michael—. Tal vez sea bueno decirte que Joey también acaba de llegar —le susurró.

—¿Por qué? —Frunció el entrecejo.

—Porque es mi prometido y Hank lo invitó —dijo en tono obvio—. No sabía que vendría... No hay problema, ¿verdad?

—No quería discutir nada de esto delante de nadie más que no fuera Hank. No quiero que la policía se meta en esto. Al menos por el momento.

—Joey podría ayudarnos.

—¿A qué? Solo Hank, tú y yo sabemos lo que pasó hace años.

Adrianne de verdad quería una razón para incluir a su prometido. Quizás fue la aprensión que Joey le había contagiado; esa necesidad por que ella lo involucrara en cualquier dato relevante que surgiera. Pero Michael tenía razón. Joey no podía hacer demasiado en ese caso.

—¿Tía Dri?

Adrianne volteó hacia la pequeña vocecilla que la llevó de vuelta a su realidad.

—¿Dónde te habías metido, pequeño? —Ella se arrodilló para que un niño de cinco años corriera a sus brazos.

Ella lo envolvió en un abrazo y lo cargó para que Michael pudiera verlo. Tenía el rostro de Hank, con la piel un poco más clara que su madre, aunque heredó la misma mirada avellana de su tía. Sus rizos eran de un color chocolate, y mostraba una enorme sonrisa.

—Mickey, te presento a tu tío Michael.

—¡Se llama como yo! —dijo el pequeño, sorprendido.

—Mucho gusto, amigo. —El hombre le extendió el puño para que el niño lo chocara con el suyo.

—Él es un amigo de papá y mío —le explicó Adrianne—. Por él tienes ese nombre.

—¿Y es tan valiente como papá?

—Yo le enseñé a tu padre a ser valiente.

Adrianne giró los ojos al cielo. Clásico Michael. Aunque no podía refutárselo. Era cierto. Ella estuvo ahí.

—¿Alguna vez te dijo que él, tu tía Addie y yo teníamos un grupo super secreto de espías que resolvía los casos más difíciles? Yo era el líder.

El niño volteó a ver a Adrianne con la boca cubierta por sus manos, como si esperara un regaño.

—¿Qué pasa, pequeño? —le preguntó Adrianne.

Operativos invisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora