23. El otro Cadwell

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William vio con horror al paciente delante de él. Tenía su rostro morado. Era obvio que había sufrido un intento de estrangulamiento. Las marcas en su cuello eran aterradoras. Por lo que se había descrito en su chequeo médico, había abusado de un par de sustancias en días previos, y tenía colesterol hasta las nubes. El tipo era pre diabético, pero lo que más le preocupaba eran los diferentes hematomas por todo su cuerpo.

Sabía la historia, pero el hecho de tenerlo en una cama en su hospital hacía que su corazón temblara.

No otro Cadwell, pensó William, ocultando sus ojos en sus estudios.

—Sé lo de Nina —habló Michael con un hilo de voz, viendo al paciente delante de él.

—¿Qué? —preguntó el doctor, como si no supiera de qué hablaba.

—Y lo de Arlette.

William entreabrió sus labios para soltar otra pregunta, pero no encontró la ideal.

—No quiero entender tus razones, hijo de puta. No me interesan.

El doctor conservó su postura. Cualquier movimiento solo lo delataría. Se dedicó a verlo de reojo.

—Tengo todas las pruebas necesarias para enviarte a que te pudras en la cárcel. Para que clausuren este puto infierno. Tengo razones de sobra para matarte. —Se aferró a los barandales al lado de la cama.

Michael volteó sobre su hombro para verificar que Addie estuviera bien. Ella estaba ensimismada con el panorama fuera de la ventana, dándoles un poco de espacio.

—¿Y qué quieres? —William lo trajo de regreso.

—Que también lo hagas con él.

—No. No puedo.

—¿De pronto decidiste ser un buen doctor? —Soltó una sonrisa—. No seas imbécil.

—Todos tienen la mirada puesta en este hospital.

—Ajá, por Nina, ¿no? —Elevó un poco su voz.

—Por Sanidad, por Nina, por lo que ocurrió el sábado. Una más y todo se puede ir al carajo.

—Bien. —Se volteó hacia Addie—. No esperes que te visite en la cárcel.

—Puedo inducirlo a coma. Hasta que todo pase.

—¿Qué no oíste? Esta mierda no merece seguir viva. Quiero que lo mates.

—Esa es una fuerte declaración, señor Armstrong.

Todas las miradas se dirigieron al detective que entró con su arma por delante.

—Joe... —susurró Addie, pegando su espalda a la pared.

—¿Por qué el doctor Armstrong iría a prisión? —preguntó el detective, ladeando la cabeza en falsa comprensión.

—Fue solo un decir...

—¡¿Por qué mierda este imbécil iría a prisión?!

—Joey, por favor, baja el arma —pidió Addie.

Contrario a su petición, Joey quitó el seguro de la misma y le apuntó a ella.

—Detective, piense un poco —terció William—. Hay un detector de metales en la entrada. El único insensato que ha podido entrar con una ha sido usted. Sería una estupidez accionarla.

—¿Quién dice que un par de tarados no me la quitó?

—Joey.

—¡Tú ni siquiera me hables, zorra infiel! —Volvió a ella—. ¿Cuántas veces te has revolcado con este? Porque eso has estado haciendo en todos estos días, ¿no? Sabía que eras una loca, que eras una tonta por preferir a este bastardo sobre mí.

—Joey... Escucha. —Addie dio un paso hacia él con las manos en el aire—. Estuvimos escapando de él. —Señaló al paciente que necesitaba de un respirador para mantenerse con vida—. Él fue quien nos secuestró.

Joey se tomó un momento para analizarlo. Desde luego que lo conocía. Ladeó un poco su cabeza, intentando que todo tomara sentido, pero no entendía por qué un político frustrado los secuestraría.

—Hace años Michael y yo delatamos el lavado de dinero de su padre, y ahora que está en bancarrota, quiso inculparse y vengarse. Él... Él intentó violarme esta noche.

La ira de Joey creció conforme escuchaba las palabras de Adrianne. A pesar de todo, le seguía creyendo. Bajó el arma con lentitud.

—¿Te hizo daño?

—Estoy bien —mintió ella.

—¿Están seguros de que fue él?

—Absolutamente.

—Si... Si este imbécil no los hubiera secuestrado —analizó Joey—, ustedes no se hubieran vuelto a hablar. Y nada de esto hubiera pasado. Tienes razón.

La detonación del arma tomó a todos en el piso por sorpresa.

—¡Joey!

—¡No!

—¡Mierda!

—Otro Cadwell que muere en el Lincoln Memorial. ¿No es una pena?

William pudo ver con claridad cómo el hospital sería investigado, clausurado, demolido y olvidado. De súbito sintió la impotencia, la rabia y el descontrol que se apoderó de él, y cuando tuvo el control de sí mismo, ya se había abalanzado sobre el detective.

Debido al impacto que tuvo sobre él, el arma salió volando por el piso.

En cuanto Adrianne iba a interceder, Michael la detuvo por los brazos. Parecía que William había dejado de lado su apariencia recatada y mesurada, y se había vuelto una bestia sin raciocinio. William estaba sobre Joey, tomando su cabeza para azotarla contra el suelo, pero solo rebotó dos veces.

Joey tomó el torso de William con su brazo para empujarlo a un lado de manera que su espalda quedara en el piso. Entonces llegó el turno del detective y se montó sobre él para comenzar a golpearlo en el rostro una y otra vez.

—No vale la pena —dijo Michael a Adrianne—. Tenemos que irnos de aquí.

—Pero...

—Vámonos.

Antes de irse, Adrianne pateó el arma de Joey hacia el baño conjunto, justo cuando William tomaba una jeringa de reserva del mueble junto a él y la apuntaba a la pierna de Joey.

Lo último que Addie escuchó de Joey fue un grito desgarrador que llamó más la atención del personal.

—Llamen a seguridad. Alguien está atacando a William —gritó Michael mientras corría hacia el ascensor. 

Operativos invisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora