14. Camino a Lincoln Park

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Michael y Addie se asomaron por una de las ventanas de la cara principal de la escuela para ver el caos en el exterior. Los paramédicos seguían entrando y saliendo. Algunos ya iban con más calma, con bolsas negras sobre las camillas.

Las luces rojas y azules de los vehículos de emergencias inundaban todo el panorama, haciéndolo más tétrico. Ahora a las ambulancias se le sumaban patrullas y un camión de bomberos. Había muchos testigos contenidos detrás de una línea policial amarilla, apuntando con sus teléfonos celulares hacia el interior de la institución.

—No creo que esto vaya a pasar pronto —susurró Michael.

—Probablemente no.

Adrianne se pegó a la pared y le hizo una señal a Michael para que, como ella, caminaran por el pasillo en cuclillas. Cuando estuvieron lo bastante lejos de la ventana, corrieron en silencio a lo largo del corredor.

Pudieron escuchar claramente la voz de hace años de infinidad de profesores que les recordaban no correr en los pasillos. Bueno, pero también hubieran reprobado el que Michael entrara al baño de las niñas, y el que se retiraran la ropa parcialmente.

Adrianne sonrió ante esa idea. Sonrió como hacía tiempo no lo hacía. Volvía a sentirse parte de los Operativos Invisibles... solo que, por desgracia, si fallaban esta última misión, tal vez no vivirían para contar su más grande hazaña.

Pegado al otro extremo, llegaron a lo que alguna vez fue su laboratorio de ciencias. Al girar la cerradura, desde luego que encontraron el aula con seguro.

Michael no lo pensó dos veces. Estrelló su codo contra el cristal para abrirlo por dentro.

—Una falta más, una menos... —se excusó mientras lograba desbloquear la puerta.

Addie se dirigió hasta las ventanas para cerciorarse de que tuvieran el camino libre.

—¿Este lugar siempre fue tan pequeño? —preguntó Michael.

Ella se dio la vuelta y se tomó un momento para ver el aula.

—Sí... Hay equipo nuevo, pero siempre fue así. —Se concentró en el modelo anatómico al frente del salón, que dejaba ver los intestinos y los órganos—. ¿Lo extrañas?

—En parte. Tú sabes. Lo divertido de la escuela en realidad son los amigos, el almuerzo, las estupideces que hacíamos. ¿La parte educativa? No, gracias. ¿Tú?

Ella negó con la cabeza.

—Creo que no la pasé tan bien como tú. La chica negra, ¿recuerdas? —Alzó la mano como si estuvieran pasando lista.

—¿De verdad la pasaste tan mal? —Su pregunta era bien intencionada.

—No es el momento, Mike. Tenemos que irnos. —Se volvió hacia la ventana.

La razón por la que el laboratorio de ciencias resultaba perfecto era debido a que, si uno abría la ventana y sobrepasaba un espacio de un metro de altura, encontraría el techo de la cafetería.

Cuando estuvieron afuera, caminaron por la estructura, cuidando de que nadie los viera. Se acercaron a uno de los costados para encontrar los contenedores de basura. Solo tenían que dar un pequeño salto hacia abajo. Primero lo hizo Michael. Se hirió el tobillo al caer, pero no fue nada grave. Extendió sus brazos para recibir a Adrianne. Como si lo necesitara. Aún así, saltó a sus brazos.

Bajar del contenedor fue más fácil.

Pegaron sus espaldas a la pared, y nuevamente el celular de Adrianne comenzó a sonar. De mala gana lo tomó con odio y lo apagó.

Operativos invisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora