13. Efectos secundarios

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—¿Qué más descubriste?

El sedán negro corría a una velocidad superior a la permitida, pero al conductor no podía importarle menos que lo detuvieran. Bastaba con mostrar su placa policíaca y saldría impune.

—Elizabeth Solis. Sale con la jefa de pediatría de su hospital —informó David con tedio, mientras procuraba que los topes en las calles no entorpecieran su conducción—. El idiota no es rico, digamos que él no es quien manda sobre el hospital. No es un tipo muy sociable, no tiene nexos con personas influyentes, importantes o siquiera interesantes. Honestamente no sé por qué alguien querría secuestrarlo.

"—No encontré ningún vínculo reciente con Dri antes de eso. No son tan cercanos; tú mejor que nadie sabe eso. Sigues teniendo acceso a sus redes sociales, ¿no?

—Excepto MyText —dijo Joey antes de dar una larga fumada a su cigarrillo—. Adrianne se volvió paranoica y le puso una contraseña de huella digital.

—¿Por qué?

—Ya sabes; esas estafas que hacen por mensajes rápidos. Adrianne podrá no tener a Armstrong en ninguna red social, pero podría apostar a que habla con él todos los días por mensaje.

—¿De verdad piensas que te está engañando con él?

No. Joey no tenía pruebas. Había tenido ese enfermizo sentimiento antes, y muchas veces comprobó que Dri siempre terminaba prefiriéndolo. Sin embargo, desde la llegada de Michael a su vida, ella había cambiado en su manera de hablarle, de verlo. Como si él... ya no fuera la figura digna de admiración que siempre se creyó en la mente de su prometida.

—Estoy seguro. —Joey comprobó el mapa, y notó que el camino estaba teñido de rojo, lo que indicaba una congestión en el camino.

Ambos detectives se sentaron mejor en sus asientos en cuanto vieron decenas de ambulancias llegar a la par que ellos.

—Mierda, Adrianne... —susurró Joey.

No esperó a que David frenara por completo para bajar de su vehículo y correr en dirección a la preparatoria Gallagher junto con un par de paramédicos.

Cuando vio a las primeras víctimas de lo ocurrido, clamando por sus vidas con hilos de voz, tuvo que taparse la nariz con la parte interna de su codo. El olor a ácido era demasiado penetrante en el ambiente, y conforme caminaba en dirección al gimnasio, el aroma incrementaba.

Tenía muy bien agarrada su arma, lista para defenderse.

Se detuvo a la entrada del enorme recinto para analizar lo ocurrido, solo que le costó mucho trabajo enfocar, pues las luces que aún funcionaban ahora se encontraban titilantes. El único espacio iluminado por completo era el escenario, y el nombre de Michael Armstrong se mantenía en alto, con letras rojas a lo largo de una pantalla iluminada.

—¡A un lado!

Los paramédicos comenzaron a entrar a su lado con premura y cautela.

—Señor, ¿se encuentra bien? De ser así, necesitamos que evacúe el área. —Un paramédico tomó a Joey del hombro.

Él lo volteó a ver con cara de asco. Al menos el personal de salud contaba con máscaras que los protegían del penetrante olor, y cascos con lámparas. El detective dejó ver su placa en la solapa de su chamarra, así como su arma.

—Mis compañeros pueden proporcionarle una mascarilla afuera —dijo de último antes de que corriera con cuidado al interior.

El piso estaba resbaloso, cubierto de una amalgama gris, roja y café. Joey no perdió tiempo en ir y regresar para investigar con más calma lo ocurrido.

Operativos invisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora