II JEONGHAN

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—Detenga el auto. Por favor, detenga el auto.

El policía sacudió la cabeza, agarrando el volante y llevándome más lejos de Seungcheol.

—Lo siento, señor Yoon. El siguiente lugar en el que nos detendremos es Seúl.

El balanceo del vehículo envió escalofríos por mi piel. Cada giro de los neumáticos llenaba mi sangre de temor.

¿Qué hará Seungmin con él? ¿Cómo podía irme?

Estirándome contra mi asiento, me estremecí. Los moretones en mi caja torácica por el RCP, el calor ardiente en mi garganta por el ahogo, y el dolor de cabeza por la confusión todo competía con la sensación aplastante alrededor de mi corazón.

Palmeé al policía en su hombro.

—Por favor, todo esto es un gran malentendido. Lléveme de vuelta. Quiero regresar.

Ahora. Inmediatamente. Antes de que sea demasiado tarde.

—No se preocupe. Relájese. Todo es como debe ser —dijo el oficial.

¡Simplemente me marché! ¿Cómo podría hacer eso?

—No, no lo es. No tengo tiempo para explicar, pero necesito que me lleve de vuelta. —Las deudas y la muerte y los diabólicos Choi ya no me asustaban.

Sólo el pensamiento de lo que enfrentaría Seungcheol me asustaba. No dejaría que sufriera solo.

¿Qué puedes hacer para ayudar?

No le hice caso al pensamiento ni al pánico que trajo. Yo era inútil, pero tenía que intentarlo. Era lo menos que podía hacer. Él se preocupaba por mí. Me envió lejos y se puso en mi lugar.

¡Maldito sea por enviarme lejos!

El oficial perdió su carácter cordial, volviéndose rígido con fastidio.

—Señor, tengo entendido que ha atravesado por mucho, pero los Choi no son una familia con la que se pueda jugar. Hemos actuado sobre los deseos de los medios de comunicación y de su familia, así que no diga que no desea ser rescatado cuando el mundo sabe en qué está enredado.

Mis ojos se desorbitaron.

—¿Qué es lo que sabe el mundo?—Cuando no respondió, pregunté—: ¿Cómo hizo mi padre para lograr que viniera?

Me miró por el espejo.

—Su padre y su hermano no nos hicieron hacer nada. Nosotros fuimos a ellos... teníamos que hacer algo. Su hermano estaba fuera de control.

Mi corazón dolía. Mi cabeza dolía. No le podía dar sentido a este lío.

Presionando los dedos contra mis sienes, le rogué:

—Por favor, lo que sea que haya escuchado, no le preste atención. Se han equivocado.
Solo... por favor, lléveme de vuelta.

Llévame de vuelta así puedo salvarlo. ¡Él me necesita!

Mi alma gritaba por mentir sobre mi hermano, la única persona que tenía mi bienestar en su mente, pero mis lealtades habían cambiado. En algún momento, elegí a Seungcheol sobre todos. Era mi maldición, mi reto, mi salvación, y no iba a dejarlo cuando más me necesitaba.

Lo obligué a fijarse en mí. Lo obligué a apoyarse en mí. Y ahora lo he dejado sin ninguna ayuda.

El auto no se detuvo. Seguimos conduciendo... kilómetro tras kilómetro de colinas, pastizales de ciervos y bosque denso. El auto se quedó en silencio.

El miedo me provocó palpitaciones. La frustración me provocó estremecimientos. Odiaba no estar en control. No había estado en control toda mi vida, y este era solo otro ejemplo en el que los demás creían que sabían mejor.

Primero mi padre. Entonces Seungcheol. Ahora estos idiotas.

Quería sacarles los ojos y pisar a fondo los frenos. Quería gritar y enseñarles de lo que era capaz.

Respira. Cálmate.

¡Eres libre! ¡Deberías estar feliz!

Para impedir que entrara en combustión, miré por la ventana. Nuestra velocidad desdibujaba los montecillos de hierba y plantones.

Acres y acres de bosques y cercas. No es de extrañar que Seungcheol me dejara correr por mi libertad. Nunca habría llegado a la frontera.
Kilómetros ya me separaban del Hall, pero no podía soportar otro metro sin Seungcheol.

Agarrando la manija de la puerta, traté de abrirla.

— Déjeme salir. En este instante. —Permaneció bloqueada e impenetrable.

Una tos me sorprendió, el líquido residual seguía en mis pulmones.

El policía me miró, su ceja levantada.

—Me temo que no puedo hacer eso, señor.

—¿Por qué? ¿Estoy bajo arresto?

Mientras más lejos íbamos, más dolía mi cuerpo; ya no podía distinguir si era por el ahogamiento o por dejar a Seungcheol en las manos del mal.

Una pizca de alivio llegó indeseado. Era libre. A pesar de todo, conseguí salir con vida... a costa de otro. Estoy a salvo.

El oficial sonrió levemente.

—Será completamente interrogado cuando lleguemos a Seúl. Sugiero que tome un descanso.

Cada nueva distancia, mi collar de diamantes se volvió más pesado, más frío. Cada metro que viajamos, mis tatuajes en las yemas de los dedos picaban con rasguños de araña.

Era como si el hechizo que Hawksridge tenía sobre mí tratara de hacerme regresar; la gravedad me estrangulaba con los diamantes y la tinta que brotaba de mi piel, para volver a su amo. Por mucho que despreciaba ser prisionero de los Choi, había encontrado el amor con Seungcheol. Me encontré a mí mismo, y cada colina que ascendíamos, perdía más y más de quien me había convertido.

Mi estómago se revolvió al recordar la tumba con lápidas de mi familia. Voces llenaron mi cabeza, revoloteando como fantasmas.

Dijiste que serías el último. Prometiste que terminarías esto.

Fulminé con la mirada al policía que conducía.

Esto no ha terminado. Aún no. Voy a volver y salvarlo.

¡Voy a detener esto!

Mis ojos se abrieron, notando a los dos policías usando chalecos antibalas. ¿Por qué usaban equipo de allanamiento en una sencilla misión de "rescate"? ¿Estaban los Choi tan seriamente locos? ¿Dispararían a hombres de la ley?

Los hombres permanecieron en silencio mientras nos deslizábamos debajo del portón y el arco de la entrada de la mansión Hawksridge.

Estiré el cuello para mirar el símbolo de la familia de halcones y un nido de mujeres.

—Están cometiendo un error. —Presioné mi mano contra la ventana, deseando poder volver corriendo al Hall, del que había pasado el último par de meses tratando de huir.

El policía murmuró:

—Dígale eso a su hermano.

La conversación se desvaneció, dejando un estancado sabor de confianza y confusión.

¿Qué había hecho Joshuji? ¿Qué pensaban los policías que me había pasado?

Mi estómago una vez más dio un salto mortal.

Estás haciendo lo correcto yéndote. Estás haciendo lo único que puedes hacer.

Seungcheol lo sabía. Era porque se preocupaba por mí que me envió lejos. En su mente, era la única solución. Pero en la mía, era un terrible error.

Pagará por liberarme y será toda mi culpa.

Suspirando, apoyé la frente en la frialdad del vidrio.

Me dolía. Ardía.

Ni siquiera pude decir adiós.

Tercera Deuda (D.S #4) JeongcheolWhere stories live. Discover now