Colgando una toalla alrededor de mi cintura, salí de mi cuarto de baño lleno de vapor y caminé a través de mi habitación para conseguir el botiquín de primeros auxilios.
Mis nudillos se encontraban destrozados, y apenas podía ver a través de mi ojo derecho, mi labio estaba partido y salpicaban mi torso un sinnúmero de moretones. Pero joder, me sentía mejor de lo que me había sentido en meses.
Me estremecí como un maldito adicto necesitando otra dosis, pero disfruté del triunfo y la adrenalina de jugar a ser Dios sobre otra persona para un cambio.
Pasando frente al espejo de cuerpo entero, me encogí ante mi reflejo. No lucía como si hubiera sido el vencedor, pero todavía me hallaba aquí y ellos no.
Jodan eso, imbéciles.
Agarrando el botiquín de primeros auxilios de la cómoda del siglo diecisiete, volví a mi cama para comenzar los arreglos.
No necesitaba puntos de sutura o atención médica grave, pero necesitaba crema antibacteriana y unas curitas de mariposa para sujetar el corte en la frente en lo que se sanaba.
Malditos jodidos perras caníbales, pensaron que podría matarme cuando me encontraba solo. Mañana, su presidente tendría una desagradable sorpresa cuando el agricultor local inspeccionara su campo de patatas y encontrara tres nuevas variedades brotando en el lugar.
Dejé una tarjeta de presentación en cada uno, un diamante sin valor. Cortesía de mi familia y de nuestro poder sobre la inmortalidad.
No habría ninguna represalia. Se hallaban en nuestro territorio, así de jodidamente simple.
Me dolían los músculos, mi cabeza palpitaba, pero mi mente se hallaba benditamente clara. Podía pensar bien, libre de emociones y presión. No me topé con nadie desde mi llegada.
Una nueva receta para píldoras se hallaba sobre mi mesita de noche. Por mucho que me encantaba esta claridad, no podía soportar que llegara mañana. Hice una nota para tomar una en el momento en que terminara de parchearme.
Sentado en el borde de la cama, abrí la tapa del botiquín y escogí un tubo de antiséptico.
Mi puerta se abrió.
Mierda, olvidé cerrar la maldita cosa.
Levanté la mirada, esperando ver a Gyu, mi padre, o incluso a Minhyun para una charla a las tres de la mañana. En su lugar... Jeonghan jodido Yoon se hallaba paralizado en el umbral.
Dejé caer el tubo de crema.
Blandía su daga robada y un candelabro de bronce de una de las mesas que se encontraban en los pasillos. Llevaba el cabello suelto, una cortina de medianoche sobre su hombro y su camisola negra con pantalones cortos secaron mi boca instantáneamente.
Mierda, mierda, mierda.
¿Qué demonios?
Me puse de pie al instante.
El botiquín se cayó al suelo, arrojando sus gasas y vendas a todos los rincones de la habitación.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Caminé hecho una furia, dispuesto a cerrarle la puerta en la cara. No podía estar aquí. No con mi apariencia o condición.
—Oh Dios mío. Te encontré.
Agarré el pomo de la puerta.
—Vuelve a tu habitación, señor Yoon.
—¡No, espera! —Se precipitó en el interior antes de que pudiera cerrarla. Lanzándose a mi cama, corrió alrededor del gran colchón, colocándolo entre nosotros y blandiendo sus armas—. He estado buscando durante horas. He intentado todas las habitaciones en la planta baja. Casi me rendí cuando encontré una puerta secreta en el salón.
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Tercera Deuda (D.S #4) Jeongcheol
Fiksi Penggemar"Él me sanó. Me destrozó. Me liberó. Pero estamos en esto juntos. Terminaremos esto juntos. Las reglas de este antiguo juego no pueden ser quebrantadas." Yoon Jeonghan ya no se reconoce a sí mismo. Dejó a su amante, su coraje y su promesa. Dos deuda...