XXI SEUNGCHEOL

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Pasaron dos días.

Dos días en los que evité a Jeonghan, tomé una gran cantidad de drogas, e intenté todo lo posible para nadar de nuevo en la niebla adormecedora.

El encuentro en el Callejón Diamante con Kento y Jeonghan en un espacio cerrado había sido todo un maldito infierno.

Ambos eran demasiado obstinados y de carácter fuerte. Cuando Kento le preguntó a Jeonghan si él amaba y Jeonghan se fracturó en pedazos de dolor, casi me rompí.

Casi.

Él ya debe haber supuesto lo que yo era para este momento.

No fui capaz de mantenerlo en secreto.

Me encontraba en el punto en que, si me preguntaba de nuevo, se lo diría. Le diría cada sórdido detalle y diagnóstico de mierda. No podía ocultarlo más.

La noche después de traerlo de nuevo a Hawksridge, Mingyu y yo estuvimos ocupados con una disputa con uno de nuestros operadores en el mercado negro. Ellos querían más existencias por menos dinero. Nosotros queríamos más dinero por menos existencias. Los antiguos disgustos entre empresas.

Las negociaciones no habían ido bien.

La tensión entre ambos lados me drenó de mi energía, y para el momento que volvimos a casa, no quería tener nada que ver con las personas y hui. Me escondí hasta que la luna se alzó y podía escapar sin consecuencias. Necesitaba aire fresco. Y lo necesitaba ahora.

Aceleré mi motocicleta por el largo camino, alejándome de Hawksridge. Girando a la derecha fuera de la finca, me incliné en una esquina, acelerando hasta que la inercia se volvió un enemigo intentando sacarme de mi vehículo.

El ruido de la máquina me calmó. El viento fresco en mis mejillas me dio espacio para respirar. Y la potencia del motor me hizo invencible.

Pero no era suficiente.

Lo extraño.

Apreté los dientes.

No extrañas nada.

Me negaba a admitir que extrañaba a mi puto caballo.

No había montado desde que Jeonghan pagó la Segunda Deuda. Dudaba que montara de nuevo. No ahora que era el hijo perfecto y la vida dejó de tomarme por un tonto.

Cada kilómetro que viajé, la niebla que ansiaba quedaba detrás de mí hasta que me encontraba lúcido por primera vez en semanas.

Aquí afuera con sólo las ardillas y los búhos de compañía, no importaba. Suspiré de alivio cuando llegué a las afueras de Busan y me detuve en un punto.

No me hallaba lejos de casa, veinte minutos como máximo. Pero las paredes de roca y árboles que sobresalían de los bordes del campo podrían haber estado desde hace siglos; retirados tan lejos de la humanidad y la tecnología.

Apagando el motor, me quité el casco y busqué a tientas las pastillas en mi chaqueta de cuero. No tenía ninguna intención de volver a casa sin más drogas en mi sistema.

—Maldita sea —gruñí, incapaz de abrir la botella con mis guantes puestos. Mordiendo el dedo medio de mi guante, lo saqué con mis dientes.

Los dos tatuajes de las iniciales de Jeonghan brillaron bajo la luna. Me dieron un puñetazo en el estómago.

Mierda.

Todo lo que había mantenido enterrado se levantó sin obstáculos en la parte desolada de la carretera.

Estás arruinando todo.

No estoy arruinando nada.

Estaba protegiendo a mis hermanos, a mí mismo.

Tercera Deuda (D.S #4) JeongcheolWhere stories live. Discover now