XX JEONGHAN

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No podía apartar los ojos del nuevo intruso.
Quería retroceder para volverme lo más invisible posible.

Toda la atmósfera de la habitación cambió en el momento que entró. Seungcheol era elegante y frío, tan perfecto como el hielo y tan mortal como el veneno, pero Kento era como un tanque. Un arma apestando a aceite de motorista, luz del sol, y audacia. Mi cuerpo pertenecía completamente a Seungcheol, pero no podía negar que los brazos masivos de Kento, cabello indomable y brillantes ojos color esmeralda no agitaron mi estómago.

Viniendo hacia mí, su ropa crujió cuando extendió la mano.

—No importa lo mucho que temo por la seguridad de mi mano, no puedo ignorar un hombre tan impresionante. —El aire zumbaba con fiera intensidad.

Mi mirada parpadeó a Seungcheol mientras curvaba mis dedos en los suyos. Seungcheol se puso rígido, pero no contraatacó. Mis mejillas ardieron cuando la mano de Kento se envolvió con fuerza alrededor de la mía.

Él era tan cálido.

Un horno en comparación con Seungcheol. Y sus ojos. Oh, Dios mío, nunca había visto esos ojos verdes tan verdes.

—No es tu mano por la que deberías estar preocupado.

Sólo la tuya, Kite. Le lancé el mensaje silencioso a Seungcheol.

Kento rió. Sonaba como un terremoto retumbante. Negó con la cabeza casi con tristeza, mirando por encima del hombro a Seungcheol antes de mirarme de nuevo a mí.

—En ese caso, no sé si debería estar celoso de la mano de Choi o apesadumbrado por la mía. —Su voz profunda era rítmica, un acento diferente a la nítida locuacidad del coreano de Seungcheol.

—¿Tú eres japonés?

Kento dio un paso atrás, pasándose una mano por el cabello oscuro que le llegaba a la barbilla. Parecía salvaje, feroz, pero con un quebrantamiento sobre él que indicaba imprevisibilidad.

¿Qué lo hirió? ¿O quién?

La vulnerabilidad oculta bajo su exterior áspero llamaba el lado paternal de mí. Quería protegerlo de algo. ¿Pero qué? No existía nada en el mundo que podría perjudicar a este inmenso hombre.

Kento asintió.

—Sí, señor. Nacido y criado en Tokio.

—¿Qué estás haciendo tan lejos de casa?

Sus grandes botas sonaron a través del suelo de metal mientras se sentaba en el sofá con estampado de blanco y negro junto a la puerta. Puntos de luz relucientes brillaban detrás de él, fundiéndolo en una silueta difusa. Con sus ojos entrecerrados, el tono se volvió oscuro.

—Negocios, principalmente. Y nuevas conexiones.

La forma en que lo dijo no sonaba como negocios. Había estado alrededor de hombres peligrosos lo suficiente para reconocer uno con una venganza.

—¿Y Seungcheol va a ayudarte con eso?

—Jeonghan... no te entrometas. —Seungcheol pareció a mi lado, envolviendo un brazo frío alrededor de mis hombros. Su fuerza me asfixiaba, apretando como una boa constrictor en lugar de un sencillo abrazo.

Mis ojos se dispararon a los suyos. En la presencia de un hombre que llevaba su vitalidad y emociones a la vista, Seungcheol parecía aún más lejano. Una maldita isla rodeada por aguas infestadas de tiburones con hielo por cascadas y nieve por arena.

Saliendo de su agarre, me crucé de brazos.

—¿Sabe Kento lo que me has hecho? ¿Lo que tu familia ha hecho a la mía? —Fue una jugada
ridícula y una que normalmente nunca haría.

Tercera Deuda (D.S #4) JeongcheolWhere stories live. Discover now