XXV SEUNGCHEOL

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Los pasados días, lo único que hice fue conspirar sobre la manera de poner fin a este desastre. Jugué mi papel, tomé mis pastillas, y evité al amor de mi puta vida.

Cada vez que pensaba en un plan, investigaba cada ángulo y lo planeaba. Pero cada vez existían fallas, precipitándome más profundoen el desaliento. Cuanto más tiempo no podía solucionar mi problema, más tiempo evitaba a Jeonghan.

Estaba tan jodidamente cerca de destruir todo.

Lo extrañaba. Demasiado.

Hasta ahora, había descartado once maneras diferentes de asesinar a mi padre.

Opción cuatro: Invitarlo a ir de cacería. Dispararle y hacer que se vea como un "lamentable accidente".

Debilidades: Demasiado arriesgado. Testigos. Él tendría un arma con la que responder.

Opción siete: Invitarlo a cenar. Envenenar la comida del bastardo con cianuro... lo mismo con lo que me amenazó toda mi vida.

Debilidades: La dosis podría ser la equivocada. Contaminando a otros.

Opción Nueve: Arreglar que un mercenario le atacara a mitad de un envío, acabar con él y mantener las manos libres de asesinato.

Debilidades: Gyu podría estar con él y salir herido en el fuego cruzado.

Cada una parecía bastante plausible hasta que hacía una inspección más profunda. Pero todo eso fue tirado a la mierda la tarde en que me llamó a su oficina.

Una vez más, de alguna manera, lo sabía.

¿Cómo diablos es que siempre lo sabe?

¿Era su extraño sexto sentido? ¿Un constante monitoreo de mi comportamiento? ¡¿Cómo?!
¿Qué me delató? ¿La expresión de disgusto que nunca podría ocultar lo suficiente? ¿La mueca de odio que nunca podría borrar?

Fuera lo que fuese, me encontraba una vez más malditamente jodido.

En su oficina, con una lluvia torrencial en las ventanas, me mostró su preciada y protegida Voluntad Final y Testamento.

Era un tomo del tamaño del Real Decreto. Páginas y páginas de enmiendas de notario y apéndices. Y enterrado en letras pequeñas se hallaban dos áreas destacadas.

Primogenitura: la sección mía, mi papel como primogénito, y lo que heredaría. Esa parte se prolongaba durante hojas y hojas.

Su muerte: lo más importante, su muerte prematura.

Seungmin era un hombre de negocios. También era astuto, despiadado, e inteligente.

La cláusula declaraba que ninguna muerte no natural, ya fuera a partir de picaduras de abeja o ahogamiento, caídas de caballos o accidentes de coche, incluso algo tan simple como morir en su sueño, dejaría su entera voluntad nula y sin efecto.

Y no sólo para mí, sino para todos nosotros.
Mis hermanos serían echados. Seungkwan sería enviado a una clínica de reposo en contra de sus deseos. Los Diamantes Negros serían disueltos. Mingyu sería desechado sin un centavo.

¿Qué quería decir eso?

Sencillo.

Seungmin abía señalado que en caso de morir de algo que no sea cáncer o de una condición probada médicamente, Hawksridge sería demolida. Cualquier muerte que potencialmente pudiera ser falsificada
maliciosamente, nuestras minas serían detonadas. Nuestra riqueza sería donada a causas que no tenían derecho a recibir caridad.

Sería el fin de nuestro estilo de vida.

Era su último sacrificio y salvaguarda para asegurar que nos mantuviéramos leales.

A diferencia de él, no me importaba el dinero o los antiguos escombros. Si eso significaba que podía ser libre, que así sea. Pero ninguna cantidad de drogas me haría dejar de preocuparme por mis hermanos.

Y Seungmin lo sabía.

Me mostró su carta de triunfo.

Junto con el encarcelamiento de Seungkwan en una casa de descanso para discapacitados, su poder fiscal despojado, y la renuncia de Mingyu, me volvería en un protegido de la corona, puesto en una camisa de fuerza, y tirado a una habitación ñacolchada.

Tenía documentos auténticos afirmando mi condición mental. Un montón de testimonios e historias, probando que no era legalmente apto para representarme a mí mismo. Todas las decisiones que hiciera debían ser ante el criterio de mis médicos enlistados; médicos que habían sido sobornados y coaccionados por años y que conocían mi pasado. No tendría ningún poder ni espacio para discutir.

Los documentos se presentaron con una carta a su abogado, indicando que, si algo impropio le pasaba, no se buscara más el cuerpo del delito, ya que todos los dedos apuntaban hacia mí.

Sería lanzado a un manicomio... uno del que nunca podría escapar.

Necesitando aire fresco, bajé mi pluma y crucé por la oficina.

Tiene que haber otra manera.

—¡Joder! —susurré, dando un paso hacia el balcón Julieta de la misma manera en que lo había hecho infinidad de veces antes. La brisa fresca silbó por mi espalda y el dolor en mi pecho se profundizó.

Sin embargo, a diferencia de una infinidad de veces antes, mi maldito corazón se rompió en un billón de piezas.

Debajo de mí, con su pelo ondeando tras él y la más feliz y un poco terrorífica sonrisa en su rostro, se hallaba Jeonghan.

Era un cometa gris. Un estruendoso y peligroso estrella plateada.

No podía haber sido más majestuoso o sublime.

Las elegantes piernas de Polilla destrozaban el césped, en dirección al prado sobre el que había galopado muchas veces a solas.

Caballo y jinete se fusionaban en su mayor perfección. Solamente que no estaba solo.

El sonido de una risa masculina vino con la brisa mientras Mingyu pasaba junto a él sobre Plaga Negra, con la mano en el aire y una sonrisa pegada en su cara de mierda.

La imagen que presentaban me arrancó el corazón, convirtiéndolo en polvo.

Durante todo este tiempo, trabajé hasta el cansancio para proteger a Jeonghan, Mingyu, y Kwan. Durante todo este tiempo, me distancié y había hecho lo que era necesario.

¿Y cómo era malditamente recompensado?

Siendo olvidado.

Jeonghan se encorvó aún más sobre Polilla, galopando más rápido. Juntos, salieron disparados hacia la distancia, dejándome afectado... hueco.

Ninguna cantidad de pastillas me podía detener de sentir la oleada de estruendosa desolación.

La niebla adormecedora no me podía ayudar.

Este era mi punto de ruptura. Mi tristeza absoluta.

Quería experimentar eso con él. Hubiera querido hacerlo sonreír y reír y deslizarme dentro de él en el mundo oscuro y secreto de los establos.

Hubiera querido darle un regalo mejor que cualquier cosa material.

Pero eso me había sido robado.

Por el único hombre que creía que me apoyaría por siempre.

Traidor. Ladrón. Desertor.

Me di la vuelta y volví a mi oficina.

Pero volví vacío.

Mi corazón se quedó siguiéndolo como un cometa, con sus cuerdas atadas a Jeonghan mientras galopaba más allá bajo el cielo lleno de nubes

Tercera Deuda (D.S #4) JeongcheolWhere stories live. Discover now