>[ABRUMADO]<

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El primer amanecer en el Moby Dick para Ace trajo consigo una sensación de novedad que no había esperado. El sol se filtraba por la pequeña ventana del camarote, arrojando rayos dorados que acariciaban suavemente su rostro. Mientras parpadeaba para alejar el sueño, sintió el ligero movimiento del barco bajo sus pies, un recordatorio constante de que estaba en un lugar distinto, lejos de la vida que conocía en tierra firme.

Marco ya estaba despierto, observando el horizonte con una calma que parecía natural para él. Al notar que Ace se movía, se giró y sonrió.

-Buenos días, pequitas. ¿Dormiste bien?

Ace se sentó en la cama, estirando los músculos aún adormecidos. No estaba acostumbrado a compartir espacio, y mucho menos con alguien como Marco. Al escuchar el apodo, frunció el ceño, su irritación evidente.

-Te dije que no me llames así, Marco -respondió Ace, mostrando sus colmillos de lobo con una amenaza clara en su tono.

Marco, lejos de intimidarse, soltó una risa suave.

-Vamos, pequitas, no te pongas así. Es solo un apodo cariñoso.

La paciencia de Ace se agotó en ese instante. Sin decir una palabra más, su cuerpo comenzó a transformarse. En cuestión de segundos, estaba en su forma de lobo, una majestuosa criatura de pelaje oscuro con ojos brillantes de enojo. Con un gruñido bajo, Ace saltó hacia una esquina del camarote, encogiéndose para meterse en la ventilación y desaparecer antes de que Marco pudiera reaccionar.

-¡Ace! -Marco exclamó, sorprendido por la repentina transformación y desaparición del joven.

El resto del día fue un caos para Marco. Se dedicó a buscar a Ace por todo el Moby Dick, recorriendo cada rincón y preguntando a la tripulación si lo habían visto. Sin embargo, nadie tenía idea de su paradero. Ace, gracias a su excelente control del haki de ocultación, se mantuvo fuera del alcance de Marco, escondiéndose en los recovecos del barco donde nadie pensaría en buscar.

Cada vez que Marco creía estar cerca, Ace se escabullía por otra ventilación, desapareciendo de nuevo entre las sombras del barco. La frustración de Marco crecía a medida que pasaban las horas, sin señales claras de dónde podría estar su compañero.

La tarde se desvaneció en noche, y el cansancio comenzó a hacer mella en Marco. Finalmente, decidió regresar a su camarote, esperando que el descanso le ayudara a pensar en cómo manejar la situación al día siguiente.

Pero cuando abrió la puerta de su camarote, se encontró con una sorpresa. Ace estaba allí, en su forma humana, sentado en la cama con una expresión indescifrable. Antes de que pudiera moverse, Marco cerró la puerta y se abalanzó sobre él, acorralándolo contra la pared con un movimiento rápido.

-Te he estado buscando todo el día -dijo Marco, su voz baja pero cargada de emoción-. ¿Qué crees que estás haciendo, escondiéndote de mí así?

Ace lo miró, todavía algo desafiante, pero también cansado. No había esperado que Marco lo atrapara tan rápido, pero ahora que estaba acorralado, no había escapatoria. Para su sorpresa, sintió que el calor subía por su cuello y se instalaba en sus mejillas, un rubor que lo tomó desprevenido.

-Te dije que no me llames así -murmuró Ace, desviando la mirada mientras el rubor se hacía más evidente.

Marco, que no perdió detalle de ese sonrojo inesperado, mantuvo su posición, su rostro a solo unos centímetros del de Ace. La cercanía era electrizante, y ambos lo sabían.

-¿Y crees que huir todo el día lo iba a resolver? -replicó Marco, con una chispa en sus ojos que Ace no pudo descifrar del todo.

Ace intentó controlar el sonrojo, pero la proximidad de Marco lo mantenía en un estado de vulnerabilidad que no estaba acostumbrado a sentir.

𝙼𝚒 𝚙𝚎𝚚𝚞𝚎ñ𝚘 𝚕𝚘𝚋𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚙𝚎𝚌𝚊𝚜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora