>[DOCTOR FÉNIX]<

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Las primeras luces del amanecer apenas comenzaban a filtrarse a través de las rendijas del camarote, creando un suave resplandor dorado en el ambiente. Marco, aún en la misma posición que la noche anterior, seguía a lado de Ace, que descansaba sobre la manta suave en el suelo. La calma que Marco había buscado establecer durante la noche parecía estar dando sus frutos. Ace, aunque todavía afectado por su celo, se había relajado un poco bajo el constante cuidado de su Alfa.

Marco sabía que el celo de Ace era una prueba exigente para ambos. Había enfrentado estas situaciones antes con otros Omegas, pero cada experiencia era única. Con Ace, sentía una conexión aún más profunda, y eso le daba la fuerza para enfrentar cualquier desafío que surgiera.

Con cada movimiento, Marco procuraba ser lo más reconfortante posible. Su toque era suave y constante, como una caricia que parecía calmar el ardor en el cuerpo de Ace. Sabía que las feromonas seguían presentes, pero su cercanía y sus caricias ayudaban a moderar el impacto de esos instintos.

Mientras Ace seguía tumbado, Marco empezó a murmurar palabras suaves, llenas de cariño y seguridad.

-Todo estará bien, pequeño lobo -susurró Marco, inclinándose para besar la cabeza de Ace con ternura-. Estoy aquí contigo, no tienes que preocuparte por nada.

Ace levantó ligeramente la cabeza, buscando el contacto de Marco. Sus ojos, aunque aún llenos de necesidad, reflejaban una calma creciente. El roce de los labios de Marco en su frente le proporcionaba un alivio temporal, un recordatorio de que no estaba solo en su lucha.

Marco, consciente de que Ace necesitaba más que solo palabras para superar el desafío de su celo, comenzó a ofrecerle cuidados más intensos. Con movimientos delicados, desabrochó parte de la manta para asegurarse de que Ace estuviera cómodo, y luego se tumbó a su lado, envolviéndolo con sus brazos.

-¿Te sientes un poco mejor? -preguntó Marco, su tono mezclado con una dosis de preocupación.

Ace asintió lentamente, su cuerpo todavía caliente pero claramente más relajado. Marco continuó acariciándolo, moviendo sus manos por el pelaje de Ace con una ternura infinita. Sus dedos se movían en patrones rítmicos, casi como una danza calmante que ayudaba a aliviar la incomodidad del lobo.

De vez en cuando, Marco se inclinaba para darle pequeños besos en la cabeza de Ace, en la parte superior de sus orejas, y en el hocico. Cada beso era un símbolo de su devoción y compromiso. La calidez de sus labios parecía ofrecer a Ace un consuelo adicional, y aunque el ardor del celo no desaparecía por completo, la presencia constante de Marco hacía que fuera más manejable.

La mañana avanzaba, y el sol seguía elevándose en el cielo. Marco no tenía prisa, entendiendo que el celo de Ace era un proceso que requería tiempo y paciencia. A medida que el día avanzaba, mantenía a Ace en su regazo, susurrándole palabras suaves y ofreciendo caricias continuas. Cada gesto, cada palabra, era una expresión de su amor incondicional.

Ace, aunque aún atrapado en el torbellino de su celo, sentía el profundo afecto que Marco le ofrecía. Su respiración se hacía más estable, y el calor dentro de él, aunque aún presente, se sentía más manejable gracias a la constante atención de Marco. La conexión entre ellos era fuerte, y la seguridad que Marco brindaba ayudaba a Ace a soportar el tormentoso estado en el que se encontraba.

Finalmente, cuando el sol estaba alto en el cielo y la luz inundaba el camarote, Marco vio que el cuerpo de Ace estaba más relajado. La intensidad de su celo había comenzado a disminuir, aunque todavía había una necesidad latente que no podía ignorarse por completo. Marco, sin embargo, estaba preparado para continuar brindando su apoyo, sabiendo que el proceso no había terminado, pero confiado en que el amor y el cuidado que le estaba ofreciendo a Ace les permitirían superar juntos esta prueba.

𝙼𝚒 𝚙𝚎𝚚𝚞𝚎ñ𝚘 𝚕𝚘𝚋𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚙𝚎𝚌𝚊𝚜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora