Capítulo 18 - Discusiones (sin editar)

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Las cosas no salieron como las planee. Esperaba que ese día pudiéramos salir a algún lugar y mostrarle algo nuevo que nunca antes hubiera visto o hecho, pero en su lugar nos quedamos en casa. Después de nuestra discusión y con el ojo algo hinchado, Felix se había hecho un bollito en el sofá y no quería moverse a ningún lado.

— ¿Ni siquiera quieres que vayamos a ver ropa o al cine como la otra vez?

— No, no estoy con humor para hacer nada.

— De acuerdo. ¿Qué te parece si te mimo y tenemos una cita en casa?

— ¿Cómo es eso?

— Ah, ya verás. Primero que nada, nos daremos una ducha.

— No me quiero bañar. Hace frío.

— No te preocupes. Encenderé el calefactor y estará calentito para cuando volvamos. Vamos a bañarnos juntos, ¿te parece?

— No, porque querré manosearte y no puedo.

— ¿Quién te dijo que no podías?

— Tú —y me señaló con el dedo acusador.

— Pero ahora estamos en una relación. Aunque no tengamos sexo hay cosas que sí puedes hacer.

— ¿Cómo toquetearte?

— Sí. Si me siento incómodo, te lo diré. Pero no debería haber problema.

— ¿Me tocarás también?

— Si eso quieres, sí. Te avisaré si hay algo que sienta que todavía no pueda hacer, como meterte un dedo en el culo.

— De acuerdo.

— Bien, vamos entonces —Felix estiró los brazos buscando que lo alzara, así que cedí ante su pedido y lo cargué en mis brazos hasta el baño—. Eres muy liviano. Deberías comer más.

— Es la primera vez que alguien me dice eso. Siempre me dicen que estoy gordo.

— Todo lo contrario. Si algún día tenemos sexo, siento que te partirías en dos.

— Ah, es porque no sabes qué tan resistente soy.

— Me imagino —reí—. Eso me alegra. Podremos hacerlo todo lo que queramos.

— Sí. Apresúrate y cumple tu promesa así lo hacemos.

Me quedé en silencio. Mi promesa era tan vieja que probablemente debía reverla, pero no me atrevía a hacerlo porque sabía que evocaría recuerdos que no quería rememorar.

— Vamos a bañarnos —le dije cambiando el tema.

Nos metimos al baño y me encargué de desnudar a Felix con cuidado. Cada vez que le sacaba una prenda le daba un beso y poco a poco la situación se fue calentando. Primero en la mejilla, luego en el hombro, después en la espalda, en uno de sus glúteos y por último en su pene.

— ¿Qué quieres que hagamos? —le pregunté mientras lamía su pene.

— Lo que tú quieras —me dijo mirando a otro lado.

— No me digas que ahora te da vergüenza.

— No es eso... Bueno, un poco sí. No me acostumbro a que tomes la delantera.

— ¿Quieres hacerlo tú?

— No, no quiero.

— ¿Puedo hacer lo que crea que te va a hacer sentir bien?

Aprendí de sexo con un íncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora