Capítulo 23 - Todo era una mentira

17 2 0
                                    

Cuando desperté, Felix estaba a mi lado, llorando.

— Perdón... Perdón... No quise... Perdón... Por favor, despierta...

— Oye, estoy bien. No me pasó nada.

Se lanzó sobre mí y me abrazó con fuerza.

— Perdón... Perdón por lastimarte... Prometo que no lo haré nunca más... Perdón...

— Oye, oye. Tranquilo. Estoy bien. No me pasó nada. Debo decir que se sintió bien venirse por unos segundos más.

— Fueron más que unos segundos...

— No importa —le di un besito en la frente—. Te detuviste y eso es lo que importa.

— Porque sentí tu dedo en mi culo, solo por eso.

— Me alegra que lo sintieras. Eso es lo importante. Te estuve tocando mientras lo hacías y también te hablé, pero no me escuchaste. Así que me alegra que eso te haya hecho reaccionar.

— Pero, ¿qué hubiera pasado si...

— No te preocupes. Ya sabemos que eso funciona. Es lo único que importa. Ahora, cuando quieras beber mi semen, hacemos el sesentaisiete y te como el culo.

— Sesentainueve —y rio—. Bueno. Me parece bien. Tu semen estaba muy rico y sí sabía dulce.

— ¿En serio?

— Sí. No era ambrosía, pero era rico.

— ¿Te volviste adicto?

— Sí, pero el miedo a hacerte daño me impide pedirte más.

— Pero yo quiero que sigamos haciendo cositas...

— Yo también, pero es por tu bien. Será mejor que...

— Que aprendamos a lidiar con esto. No quiero dejar de hacer cosas contigo solo por miedo. Si quieres evitemos que me la chupes, pero hay muchas otras cosas que podemos hacer.

— Bueno, sí, pero... Es muy peligroso. El solo saber que estoy cerca de tu semen, yo...

— No pasa nada. Encontraremos juntos una solución, de a poquito. Un día a la vez.

— Te amo, Changbin. Gracias por quererme como soy.

— Obvio que te quiero como eres. Porque eres tú. Y no me agradezcas. También te amo, Felix —y lo abracé con fuerza—. ¿Qué quieres que hagamos hoy?

— No sé qué quiero. Además, todavía estás débil y...

— Estoy bien. ¿Sabes qué? Iré a comprarte uno de esos brownies que tanto te gustan.

— Pero yo puedo hacerlos sin problemas.

— Lo sé, y los tuyos son los más sabrosos, pero quiero consentirte. ¿Qué te parece?

— Está bien. Gracias, rollito de canela.

— De nada, merenguito.

Cuando llegué a la tienda más tarde ese día, me crucé con la persona más despreciable de la Tierra: mi madre.

— Hola, hijito mío. ¿Cómo estás? ¡Hacía mucho que no te veía! Estás más gordito. Deberías dejar de comer tantos panificados.

— Hola, madre. Estoy con prisa, así que no puedo...

— Ay, yo también vengo a la panadería, así que podemos ponernos al corriente mientras esperamos que nos atiendan.

Realmente consideré irme y volver en otro momento, pero decidí esperar porque no pensé que fuesen a tardar tanto.

Aprendí de sexo con un íncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora