CAPITULO 4

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Emilia observa, atónita, cómo la ambulancia se aleja a toda velocidad con Ona dentro.

Su cerebro tarda un tiempo en empezar a procesar las señales que todavía recibe de su entorno.

El fuego sigue ardiendo y el resto de los bomberos siguen con su trabajo como si nada hubiera pasado. Emilia no entiende cómo alguien puede funcionar así.

O tal vez sí, porque cuando Dakota agita una mano frente a su cara para llamar su atención, ella encuentra en sí misma la fuerza para controlar todas sus emociones y responder las preguntas que Dakota le hace con una apariencia de coherencia.

Durante todo el tiempo que Dakota habla con ella, Emilia desea poder preguntarle sobre Ona.

¿Qué pasó?

¿Ella va a estar bien?

Pero está asustada porque Dakota también parece conmocionada.

Dakota le dice a Emilia que llamará a otra ambulancia para llevarlos al hospital porque el paramédico se fue sin revisar a su hijo y el pie de Emilia podría necesitar un yeso.

Ella acepta sólo porque no quiere correr ningún riesgo con el.

Dakota toma la decisión y los deja solos porque todavía tiene un equipo que supervisar y el nombre de Ona permanece alojado como una granada en la garganta de Emilia.

De camino al hospital, Emilia empieza a arrepentirse de no haber preguntado. Al menos debería haber preguntado a qué hospital la habían llevado.

¿Qué pasa si le pasa algo?

Siente que le está a punto de entrar un ataque de pánico, pero el fuerte agarre de los dedos de Conejito alrededor de los suyos le recuerda que no puede derrumbarse en ese momento, así que utiliza las técnicas que su terapeuta le enseñó hace años y lo mantiene a raya.

No puede creer su suerte cuando ve al gran bombero caminando cerca de la entrada mientras la llevan a urgencias.

Entonces casi se detiene para preguntarle por Ona, pero pierde el valor cuando nota que está ocupado hablando con alguien por teléfono.

Hay algo en su manera de comportarse, tenso, pero no devastado, que la tranquiliza.

Después de eso, a ella le resulta más fácil respirar y el tiempo pasa como un borrón mientras los trasladan de una habitación a otra para que les hagan algún examen o procedimiento. Al pequeño le dan un visto bueno y la férula de Emilia se pone de color violeta brillante.

Son las tres de la mañana cuando ella llama a Isa usando un teléfono que le pide prestado a la enfermera que le puso el yeso en el pie.

Mientras esperan, Emilia no tiene más que tiempo para pensar.

Debería haber otras imágenes desfilando por su mente. La de la encimera de la cocina en llamas, la de ella intentando esquivar una viga que se caía y que de todos modos su pie quedó atrapado debajo, la de subir las escaleras para llegar hasta Conejito, la de casi perder la esperanza antes de que… apareciera Ona. Pero la única imagen en la que su mente está fijada es la de Ona en la camilla.

¿Cómo es que Emilia logró encontrar una nueva forma de lastimar a Ona después de todos estos años?

Bajo las luces fluorescentes demasiado brillantes, en la quietud estéril y desconcertante de la sala de espera, hay mucho espacio para que la culpa y la preocupación carcoman el estómago de Emilia.

La culpa no es nueva. Es algo que lleva dentro de sí desde hace años, como un órgano maligno que almacena veneno. Pero esta noche se ha agravado y no sabe qué hacer con ella.

RECUERDOS QUEMADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora