Capítulo 22. Terapia

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Aunque había pasado casi una semana desde que el misterioso "Dios Griego" del edificio no volvió a aparecer, aún no sabíamos quién era ese enigmático inquilino.

....

Expulse un pesado suspiro, mi estómago se revolvía con una mezcla de nervios y determinación. Sabía que había llegado la hora. Era ahora o nunca. Esto era por mi bienestar.

Antes de cruzar la calle, revise dos veces el entorno con cautela, buscando cualquier señal de peligro. No podía permitirme más contratiempos en mi vida.

Con la tarde libre y la sensación de haber cumplido con mis obligaciones, confirme la hora de mi cita y empuje la puerta del consultorio. Allí, me esperaba la doctora Sarah Matus, con una sonrisa tranquilizadora.

Tragué saliva y suspiré al ver la cálida sonrisa de la doctora Matus. Me invitó a pasar al área de espera, donde encontré una mesa con una botella de agua, una caja de pañuelos desechables y una pequeña esfera llena de dulces. Me senté en el sillón, tratando de mantener la espalda recta y los hombros relajados. El diván era largo y, a primera vista, parecía muy cómodo.

— Antes de empezar, me gustaría que te pongas cómoda, te quites el reloj, te sueltes el cabello y apagues tu celular. — fruncí el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y desconfianza. ¿Acaso me estaba preparando para algo más profundo que una simple conversación? Sin embargo, asentí y seguí sus indicaciones.

— Ahora quiero que tomes una bocanada profunda y la retengas en el pecho, expulsándola cuando te indique. — Asentí y seguí sus instrucciones. Sentí cómo una ola de tensión se retiraba de mis hombros y mi pecho se expandía con cada respiración profunda. Fue como si un peso invisible se hubiera levantado de mí.

La doctora Matus me observaba con una expresión cálida y acogedora, manteniendo un contacto visual constante. Su voz era suave y tranquilizadora.

— ¿Cómo te sientes ahora? — preguntó.

— Más relajada, — respondí. — Es extraño, pero siento como si pudiera pensar con más claridad.

— Eso es muy bueno, Anna. Cuéntame, ¿por qué estás aquí hoy?

— Bueno, la verdad es que... — Comencé a hablar, sintiendo cómo las palabras salían de mi boca con más facilidad de lo que esperaba. — He estado sintiéndome muy perdida últimamente. Siento que algo me falta, pero no sé qué es.

— Entiendo perfectamente cómo te sientes, Anna, — respondió la doctora con una sonrisa cálida. — En terapia, buscamos crear un espacio seguro donde puedas explorar tus emociones y encontrar las herramientas necesarias para sentirte mejor. Es como un viaje hacia el autoconocimiento, donde vamos descubriendo qué nos hace sentir bien y qué nos causa dolor.

— No sé qué pensar, es la primera vez que hago esto. ¿Por dónde empezamos?

— El primer paso ya lo disté, al decidir venir aquí. Es muy valiente de tu parte. En terapia, vamos explorando diferentes aspectos de tu vida, como tus relaciones, tus pensamientos y tus emociones. No se trata de juzgar, sino de comprender y aceptar lo que sientes. ¿Qué esperas lograr con esta terapia?

— Quiero sentirme más feliz y en paz conmigo misma. Siento que algo me falta, pero no sé qué es.

— Eso es un excelente punto de partida, Anna. Para comenzar, me gustaría que me hablaras de tus relaciones con tu familia. ¿Cómo describirías tu relación con tus padres, hermanos y abuelos?

— Mi familia siempre ha sido mi refugio, mi mayor apoyo. Los quiero mucho a todos. Siempre han creído en mí y me han animado a seguir adelante. Pero... todo cambió cuando conocí a Bratt. Él me hizo sentir tan pequeña, tan insignificante. Dudaba constantemente de mí misma. Me hacía sentir que no merecía nada bueno. Mi voz se quiebra al recordarlo, porque me destruyó la confianza que tenía en mí misma.

— Entiendo perfectamente lo que estás diciendo, Anna. Es muy doloroso pasar por una experiencia así. ¿Cómo crees que esta situación ha afectado tu relación con tu familia? ¿Han podido hablar sobre lo que sucedió?

— Ellos me apoyaron desde que todo empezó, estuvieron ahí dándome su infinito amor, consejo y distracción. Mis hermanos siempre estaban distrayéndome y haciéndome reír. Pero no lo hablamos mucho, ya que ante mi dolor y el miedo al qué dirán, preferí escapar de Nueva York y empezar una nueva vida en Londres. Sentí que, si hablaba de lo que me había pasado, reviviría todo el dolor. Así que simplemente dimos vuelta a la página, pero nunca lo hablamos a fondo. Y yo, para evitar volver a sentirme herida, me rodeé de un círculo de amigos y evité involucrarme en relaciones serias. Me creé una burbuja a mi alrededor para sobrevivir. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, a veces siento que esa burbuja está a punto de explotar y vuelvo a caer en la misma tristeza.

— Es comprensible que hayas querido protegerte de ese dolor, Anna. Crear esa burbuja fue una forma de hacer frente a una situación muy difícil. Pero es importante reconocer que reprimir tus emociones puede dificultar el proceso de sanación. ¿Crees que no haber hablado sobre lo sucedido te ha impedido superar completamente esta experiencia?

— Pienso que sí, porque aún siento una profunda tristeza y soledad. Me duele pensar que el hombre del que me enamoré y a quien le confié mi vida, me traicionara de esa manera. Se siente como si me hubieran arrancado un pedazo de mi corazón. A veces me siento como una tonta por haber creído en sus promesas vacías. Y lo peor es que aún tengo miedo de volver a confiar en alguien.

— Entiendo perfectamente lo que estás diciendo, Anna. Es completamente normal sentirte así después de lo que has pasado. Es un dolor muy profundo. Anhelabas una conexión auténtica basada en el respeto y la confianza, y te sentiste profundamente traicionada. Es comprensible que sientas que tu valor como persona quedó reducido a tu valor económico. ¿Cómo crees que esta experiencia ha afectado tu capacidad para confiar en los demás?

— Siento que ya no soy capaz de confiar en nadie. Me cuesta mucho abrirme a nuevas personas porque tengo miedo de volver a ser herida. Además, me siento muy insegura y no creo que merezca una relación sana y feliz. A veces me siento como una niña de 20 años otra vez, vulnerable, insegura y como si hubiera perdido una parte de mí misma. Siento que esta experiencia ha afectado mi confianza en mis relaciones personales y profesionales.

— Es muy común sentirse abrumada y perdida después de una ruptura tan dolorosa, Anna. Puedo imaginar lo difícil que debe ser para ti revivir estos recuerdos dolorosos. Pero quiero que sepas que eres más fuerte de lo que crees y que eres capaz de superar esto. ¿Qué aspectos de tu personalidad te han ayudado a superar otras dificultades en el pasado?

— Creo que siempre he sido bastante resilente. — le comento mientras me quedo pensando — He enfrentado otros desafíos en mi vida y, aunque ha sido difícil, he logrado superarlos. Pero esta vez se siente diferente, como si una parte de mí se hubiera roto.

— Entiendo lo que quieres decir. Es como si esta experiencia te hubiera dejado una cicatriz emocional muy profunda. Pero quiero que sepas que esas cicatrices no te definen. Eres más que tus heridas. ¿Qué te gustaría que cambiara en tu vida ahora mismo?

— Me gustaría sentirme más segura de mí misma y poder confiar en los demás sin miedo a que me lastimen. También me gustaría encontrar una forma de expresar mis emociones de manera saludable y dejar de reprimirlas.

— Esos son objetivos muy valiosos, Anna. Para lograrlos, podemos trabajar juntos en varias áreas. Primero, quiero que te enfoques en desarrollar tu autocompasión. Es importante que seas amable contigo misma y que te permitas sentir tus emociones sin juzgarte. ¿Qué podrías hacer para practicar la autocompasión?

— Tal vez — me quedo pensando.


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