Capítulo 21. La Búsqueda del Tesoro

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Llegue temblorosa al departamento, tratando de tranquilizar mi corazón que latía a mil por hora. Afortunadamente, no habían llegado las chicas, lo que me dio unos preciosos minutos para asimilar el susto vivido. De no ser por la rápida reacción del motociclista, probablemente estaría...

Sacudo la cabeza con violencia, intentando deshacerme de esas imágenes tan dolorosas. No quiero volver a sentir ese miedo, esa vulnerabilidad. Necesito olvidar, aunque sea por un momento.

Veo el horizonte donde el sol se esconde lentamente, arrastrando conmigo los restos de un día lleno de incertidumbre. La ciudad, que siempre había sido mi refugio, ahora me parecía fría y distante. Las sombras que danzaban en las paredes reflejaban la confusión que reinaba en mi interior. Me sentía como una hoja suelta, llevada por el viento de mis propios pensamientos.

Elevo la copa a mis labios y el líquido cálido desciende por mi garganta, llevando consigo una falsa sensación de calma. El vino, mi antiguo aliado en las noches solitarias, hoy se siente amargo y vacío.

Viene a mi mente, las palabras de mis amigas, como un eco del día anterior. Acepto que tienen razón, pero una parte de mí anhela quedarse atrapada en esta burbuja de seguridad, por muy frágil que sea. El miedo a volver a sentir dolor es abrumador.

Con esta determinación, me dirijo a mi habitación y enciendo la ducha. Dejo que el agua caliente me envuelva y me relaje. Siento cómo la tensión se disipa lentamente. Recuerdo que David mencionó a una terapeuta que lo había ayudado no hace mucho tiempo.

Un rato después, decido que no puedo esperar más. Marco el número de David con el corazón acelerado. Necesito hablar con él y pedirle su ayuda. Confío en que él pueda orientarme y ponerme en contacto con ese especialista.

— Anna, ¿todo bien? — pregunta David al otro lado de la línea.

— ¡Hola, David! Sí, gracias. Te quería pedir un favor. — su voz suena un poco nerviosa.

— Claro que sí, dime. ¿Qué necesitas? — su tono es preocupado.

— ¿Te acuerdas de esa terapeuta de la que me habías hablado? La que... bueno, ya sabes.

— Sí, claro. ¿Por qué? ¿Necesitas hablar con alguien?

— Sí, la verdad es que creo que me vendría bien. He estado dándole muchas vueltas a todo lo que ha pasado estos dos años y siento que necesito ayuda para dejarlo atrás.

— Entiendo perfectamente. Yo también pasé por momentos muy difíciles y la terapia me ayudó un montón. ¿Quieres que te pase el contacto?

— ¡Sí, por favor! Te lo agradecería muchísimo.

— Con gusto. Te lo envío ahora mismo. Y si necesitas algo más, no dudes en llamarme. Estoy aquí para ti. — su voz suena cálida y reconfortante.

— Gracias, David. Eres un gran amigo. — suspiro aliviado.

Colgué el teléfono sintiendo un peso menos en el pecho. Con más tranquilidad, me dirigí a mi laptop para ponerme al día con mis pendientes. Había estado estudiando tan intensamente que logré adelantar varias materias y acortar mi carrera a tres años. Ahora solo me faltaba encontrar una pasantía para poder titularme sin más trámites. Tan absorta estaba en mis pensamientos que no escuché cuando abrieron la puerta. Fue el grito emocionado de María y Kate lo que me sacó de mi concentración. Al parecer, habían visto algo que las había dejado muy entusiasmadas.

....

Antes de llegar al departamento....

Las bolsas de compras pesaban poco en comparación con la emoción que María y Kate sentían. Al llegar al ascensor, la puerta se deslizó y un hombre salió, tan inesperado como una tormenta en un día soleado. Sus tatuajes, como serpientes tatuadas en su piel, y esos ojos azules, intensos como el océano, las dejaron sin aliento.

El Renacer de un CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora