Capítulo 24. Tesoro en Común

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El sol se filtraba tímidamente por las cortinas, bañando la habitación de un suave resplandor. María, envuelta en su bata de baño, se dirigió a la cocina y comenzó a preparar un desayuno nutritivo. La fragancia del café recién hecho se esparció por el apartamento, invitando a Anna a salir de la habitación.

— Buenos días, campeona. ¿Lista para nuestra nueva rutina? — preguntó María, con una sonrisa cálida.

—¡Totalmente! Esta mañana nos convertimos en atletas olímpicas. — aún adormilada le asentí con entusiasmo.

—Más bien en unas principiantes muy motivadas — me corrigió María, sirviendo los platos. —Pero eso no quita que vayamos a darlo todo en el gimnasio.

Mientras desayunábamos, no pude evitar sonreír. La idea de compartir este nuevo hábito con María me hacía sentir más segura y motivada.

—Sabes, María, ayer estaba leyendo sobre los beneficios del ejercicio y es increíble cómo influye en nuestra salud mental. La dopamina, la serotonina, las endorfinas... ¡Todo eso suena como una receta para la felicidad!

—Así es —confirmó María, tomando un sorbo de café—. Y ni hablar de la energía que te da. A veces, después de una buena sesión de ejercicio, me siento capaz de conquistar el mundo.

—Aunque tú tienes una forma muy particular de obtener esa energía —bromeó Anna, lanzándole una mirada cómplice.

María se sonrojó levemente.

— Bueno, digamos que el ejercicio tiene sus ventajas, pero también tiene sus limitaciones.

— Limitarse a una sola sesión de ejercicio al día... ¡qué aburrido! — exclame, riendo.

— ¡Hey! No me malinterpretes —se defendió María—. Solo digo que cada quien tiene sus preferencias. Y yo prefiero el sexo ardiente.

Después del desayuno, ambas nos dirigimos al gimnasio. El ambiente era energizante, lleno de personas enfocadas en sus objetivos. Ambas elegimos una rutina de ejercicios que combinaba cardio y fuerza, y nos pusimos manos a la obra.

A medida que avanzaban en la sesión, Anna sentía cómo su cuerpo se llenaba de energía y su mente se despejaba. La sensación de bienestar era innegable. Al finalizar, ambas estaban agotadas pero satisfechas.

—Creo que ya entiendo por qué te gusta tanto venir al gimnasio — dije, mientras nos estirábamos.

—Es una forma de cuidarnos a nosotras mismas, tanto física como mentalmente —respondió María—. Y, además, es una excelente excusa para ver hombres guapos y musculosos.

—Definitivamente —dije, sonriendo.

Veo a María contestar su teléfono, una sonrisa pícara se dibuja en su rostro.

— ¡Oh, hola! ¿Ya estás por acá? Genial, te veo en unos minutos.

— ¡Diviértete! Nos vemos en la casa.

— ¡Claro que sí! Mamá — me dice en tono de burla — no me esperes despierta. — cuelga y se despide de mi con un beso en la mejilla.

— Adiós — le digo sonriendo.

***

Sola en el camino a casa, Anna no podía dejar de pensar en lo bien que se había sentido durante el día. El ejercicio, la compañía de María y la emoción de la compra espontánea habían llenado su día de alegría.

Me dirigía hacia los ascensores cuando, de repente, mi preciada compra se deslizó de mis manos y cayó al suelo. En un rápido movimiento, me incliné para recogerla, pero una mano tatuada se adelantó con agilidad, atrapando el peluche antes de que tocara el suelo. Intrigado, el hombre examinó el extraño contraste entre el suave pelaje blanco del gatito de felpa y las intrincadas líneas de tinta que adornaban su piel. Sus dedos largos y elegantes, casi sensuales, acariciaron el peluche por un instante antes de elevar la mirada hacia mí.

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⏰ Última actualización: Aug 22 ⏰

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