Capítulo 13. Cena con los Lancaster

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Las imponentes puertas de roble eran macizas y pesadas, adornadas con intrincados tallados que representaban figuras mitológicas y escenas históricas. Un picaporte de hierro forjado en forma de león completaba la imagen de grandiosidad y antigüedad.

La arquitectura solemne se caracterizaba por líneas rectas, ventanales altos y estrechos, y una fachada simétrica que transmitía una sensación de orden y control. La piedra grisácea de las paredes, cubierta de hiedra en algunas partes, acentuaba la austera presencia de la residencia.

Un alto muro de piedra rodeaba todo el perímetro, separando el mundo exterior del tranquilo refugio que se encontraba dentro.

Bratt, percibiendo mi inquietud, tomó mi mano entre las suyas y la besó con ternura. Luego, inclinándose hacia mí, me regaló un casto beso en la mejilla.

—Estás radiante esta noche, Anastasia — susurró a mi oído con voz suave como el terciopelo. Sus palabras, cargadas de afecto y admiración, apaciguaron un poco la tormenta de emociones que se arremolinaba en mi interior.

Las puertas de roble, al abrirse con un crujido, revelaron un amplio vestíbulo iluminado por una tenue luz. Los padres de Bratt nos recibieron con una cálida sonrisa que irradiaba cordialidad y amabilidad.

Al cruzar el umbral de la puerta, nos envolvió un ambiente de silencio sepulcral, solo roto por el ocasional crujido del suelo de madera bajo nuestros pies.

El aroma a madera añeja y pulida impregnaba el aire, mezclándose con un sutil toque de cera para muebles y libros antiguos.

Pasillos anchos y altos, con techos abovedados y ventanales con vidrieras de colores, conducían a las diferentes áreas de la residencia.

Lámparas de araña de cristal colgaban del techo, emitiendo una luz tenue y cálida que apenas iluminaba los rincones más oscuros.

Retratos de antiguos residentes adornaban las paredes, sus miradas severas parecían observarnos desde el pasado.

Vitrinas de madera contenían libros polvorientos y objetos antiguos, creando una atmósfera de misterio y sabiduría.

......

Las similitudes físicas entre padre e hijo eran evidentes: ambos compartían una estructura ósea robusta, una mirada profunda e inquisitiva, y una expresión seria que denotaba un carácter fuerte y decidido. La señora Lancaster, a pesar de su pequeña estatura, irradiaba una presencia serena y dulce, con una sonrisa tímida que iluminaba su rostro con ternura.

—Permítanme presentarles a mi prometida, Anastasia Paine — dijo Bratt con orgullo mientras me presentaba a sus padres.

—Anna, mis padres, Hugo y Mónica Lancaster — dijo Bratt, señalándolos.

—Anastasia, ¡qué placer conocerte! —exclamó la señora Lancaster, extendiendo sus brazos hacia mí en un gesto maternal. Su sonrisa, cálida y sincera, me hizo sentir de inmediato a gusto en su presencia—. Llámame Mónica, por favor.

—Claro que sí, Mónica —respondí con timidez.

—Anastasia, pasa por favor —me invitó el señor Lancaster con un gesto amable—. La cena te espera. Espero que disfrutes de la velada.

.......

Me sentí acogida y bienvenida en la Residencia Lancaster. A pesar de la solemnidad del lugar y las inevitables dudas que aún albergaba en mi corazón, una tenue esperanza comenzó a brotar dentro de mí. Tal vez, solo tal vez, mi intuición no me había fallado en esta ocasión.

Bratt me condujo con semblante serio, tomando mi espalda baja para que camináramos al mismo ritmo. Nos sentamos a la mesa, Bratt a mi lado, su padre en la cabecera y su madre a su derecha. La mesa, larga y ostentosamente decorada, parecía desproporcionada para una cena familiar tan íntima.

El Renacer de un CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora