12. Te quiero, Isra.

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—Oye, ¿estás bien?

Preguntó Alfredo sentándose a mi lado en la cama de la habitación de aquel hotel en Atlanta.

—No.

Dije poniéndome de pie, él me miraba confundido.

¿Alguna vez les dije lo loco que estaba por este chico?

Este sentimiento me perseguía desde la primera vez que lo ví en el restaurante de su abuelo, tan sereno y tímido a la vez.

Toda su familia compartía una gran cualidad; tenían los ojos más lindos del mundo. Pero él, Alfredo era diferente.

No eran marrones como los de su hermana o su prima, sus ojos verdes eran lo único en lo que podía pensar en todo el día.

Lo peor de todo era que no me había podido perdonar el sentir todo lo que sentía por él, incluso después de lo que había pasado en el despacho.

—Creo que necesitas tu espacio, será mejor que me vaya a mi habitación.

Se puso de pie y caminó hacia la puerta.

Quise ir tras él pero no me atreví, las piernas no me respondían.

Hasta que algo inesperado pasó, el pelinegro se detuvo en seco y volteó a verme.

—Solo para que lo sepas, yo no me merezco esto.

—Freddy...

—No me digas Freddy, no tienes ningún derecho de llamarme así, me usaste para satisfacer tu curiosidad y alimentar tu ego y después me ignoraste el resto de los días que hemos trabajado juntos. Me invitaste a este viaje para que te ayudara con asuntos de trabajo y aún después de que mi abuelo me dijera que no podía venir, vine.

Su mirada estaba llena de rabia.

—¿Y todo para qué, Julián? ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué quieres?

Su voz salía con desesperación, estaba seguro de que tenía unas ganas inmensas de golpearme.

—Yo nunca te usé, Alfredo.

—¿Entonces qué fue lo que hiciste? ¿Por qué tuviste intimidad conmigo en la estúpida bodega de tu estúpido despacho y luego evitaste mirarme a los ojos por tres semanas? ¿Qué esperas que piense?

—Son demasiadas preguntas, yo solo—

—No —Dijo interrumpiendome— no me digas que tu cabeza no da para tanto y que te agobias porque ya no te creo.

—¡Estoy asustado, Alfredo!

—¿Asustado de qué? ¿Tan mal te sienta la posibilidad de tener algo con alguien como yo?

—¿Qué? ¡Claro que no! Deja de decir tonterías.

—Tú no eres claro conmigo, ¿qué esperas que piense?

—¡Estoy asustado porque nadie sabe que soy gay!

Él me miró por unos segundos, pude ver como su cuerpo se relajaba y abandonaba esa postura defensiva.

—Nadie sabe que soy gay tampoco, Julián. No es de la incumbencia de nadie más que mía.

—No lo entiendes, mi padre me rompería la cara si se enterara, es extremadamente machista, y mi primo... él nunca podría verme igual. No puedo hacerles esto.

—¿Hacerles qué? ¿Por qué tú orientación sexual sería algo suyo? Quienes somos es lo único que nos pertenece, no se lo des a alguien que no te amaría sin importar las circunstancias.

Me puse de pie y lo abracé.

Al principio se negó pero terminó correspondiéndome.

—Me gustas, Julián. Pero solo quiero estar contigo si yo también te gusto.

Aprender a soñar. ||Israel Reyes||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora