14. Atado de manos.

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POV Israel.

—Hola, llegué.

Entré a la casa de mis padres y dejé las llaves de mi auto en la mesa.

—Mi vida, que bien jugaste, felicidades.

Apareció mi madre desde la cocina, me dió un gran abrazo y un beso en la mejilla.

—Gracias, má.

—Israel.

Dijo mi padre, apareciendo desde el mismo lugar, yo rodé los ojos.

Tenía esa típica cara de «¿Ahora que hiciste?» que, para ser sincero, estaba comenzando a fastidiarme.

—¿Ahora qué, papá?

Hablé con ironía, hacía mucho tiempo que había dejado de tenerle miedo.

—¿Me puedes explicar, idiota, qué es esto?

En su teléfono podía verse una historia de Santiago Giménez abrazando a su esposa y a sus padres.

—Se llama amar a tus hijos, papá, te lo presento porque sé que no lo conoces.

Rodé los ojos.

Su cara se comenzó a tornar de un rojo preocupante.

—¡Lo que está detrás!

Achiqué un poco los ojos y lo ví, al fondo de su historia se podía ver al Israel de hace dos días besando a Julieta.

—Papá...

No me dió tiempo de terminar de hablar, su celular se estampó contra la pared de la casa haciendo que instintivamente, mamá y yo nos hiciéramos pequeños en nuestro lugar.

Una sensación horrible me inundó, un mundo de recuerdos, recuerdos de mi infancia en los que mi padre nos gritaba y nos insultaba.

Me había prometido a mí mismo que nunca más me haría pequeño ante él.

—¿Qué rayos te pasa, papá? ¿Estuviste tomando otra vez?

Usé el único mecanismo de defensa que sabía que sacaba a mi padre de sus casillas, el sarcasmo.

—No te quieras pasar de listo, Israel.

Me tomó del cuello de la playera, yo me solté de un jalón.

—No sé que quieres que te diga.

—Puedes empezar explicándome que mierda hacías besando a esa niña, ¿quién es?

—No tengo porqué darte explicaciones de mi vida.

—Claro que tienes que hacerlo, empieza a hablar.

De nuevo esa sonrisa, esa sonrisa de superioridad.

Me tenía atado de manos y lo sabía perfectamente, podría jurar que incluso lo disfrutaba.

—Se llama Julieta, es mi asistente.

—No puede ser, ¿la mesera? ¿la corriente que vive en aquel inmundo barrio a dónde tu primo se fue a refundir?

—No te permito que hables así de ella.

—Tú a mí no me permites o prohíbes nada, no te equivoques, aquí el papá soy yo y tú solo eres el estúpido hijo que se dejó engatuzar por una cualquiera.

Me ardía la cara, si no fuera mi padre las cosas estarían siendo muy diferentes.

—Pues, ¿Qué crees, papá? ya no me importa lo que pienses tú o alguien más, me gusta Julieta y quiero estar con ella.

Aprender a soñar. ||Israel Reyes||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora