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Dante.

Es berrinchuda y odiosa.

Y... Está atrapada aquí conmigo, se fue a su habitación, enojada por lo que le dije.

No quería ser cruel, pero tenía que abrirle los ojos, no quiero que espere algo que no va a pasar.

Lamentablemente, así será su vida, al menos mientras su padre viva, y la mafia detrás de mí se resignen a no dañarla. Corre peligro. Al ser hija de nuestro enemigo en común está totalmente desprotegida y como ya se lo mencioné, en un peligro constante.

No sé que hacer, sé que no lograré tenerla encerrada para siempre, pero lo intentaré. No será su prisión... O no planeo que lo sea o tal vez si, eso dependerá de ella, no aguántare sus berrinches, y si se porta mal, tendrá un castigo.

Tengo que dejarle claro que conmigo no se juega, estando aquí tendrá que cumplir con ciertas cosas, tendrá que hacer lo que yo le diga o de lo contrario me veré obligado a usar métodos que no me gustaría usar con ella.

Paso por afuera de su habitación y me detengo al oír como se queja.

Sin siquiera preguntar paso para comprobar como se encuentra.

Al ingresar me encuentro con ella en posición fetal encima de la cama.

—Dime que tienes.—Exijo.—¿Aún sigues con tus dolores?

Ella levanta su cabeza para mirarme y luego la vuelve a bajar, ignorando mi pregunta.

Ignorando mi presencia.

—Te hice una pregunta.—Añado intentando atraer su atención.

Pero no funciona.

Vuelve a ignorar lo que le digo.

—Angelina, cuando te pregunto algo, contestas. ¿Acaso no te enseñaron modales?

Ella no responde, en cambio, suelta un sollozo.

—D-déjame sola...—Susurra.

—¿Qué tan fuerte es el dolor?—Pregunto posicionándose en la esquina de la cama.—Dime un número del uno al diez.

—Un once.—Susurra.

—Vamos al médico.—Le digo esperando su reacción.

—No, es normal que en mi periodo sufra estos dolores, siempre los he tenido.

—No debería doler tanto.—Comento.—Y si te duele es porque...

—Dante. No iré al maldito doctor.

—¿Por qué no?

—No quiero.—Responde simplemente.—Aparte, ¿no eras tú el que dijo que me buscan para matarme? Es peligroso.

—Es tu salud.—Digo simplemente.—Eso es una buena razón para salir y arriesgarse, es importante.

—No. Ya dije que no, ahora veré que quiero estar tranquila.

Me levanto de la cama y al dar unos cuantos pasos estoy fuera de la habitación, bajo las escaleras y voy al  sauna que tengo en mi casa. Veo los aceites corporales y  tomo uno.

Decidido con el aceite en mano, subo las escaleras hasta donde ella se encuentra, al entrar se me queda viendo.

No sé si funcionará para aliviar su dolor, pero al menos lo estaré intentando.

—Quítate la ropa.—Dejo el aceite en la mesa de noche y empiezo a subir mis mangas.—Te haré un masaje.

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