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Me dejo caer en el asiento del copiloto del auto de Sebastian

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Me dejo caer en el asiento del copiloto del auto de Sebastian. Tengo el cuerpo tenso, los músculos contraídos y no me he largado a llorar, pero estoy a punto.

No puedo creer que Rhett haya leído la libreta que me regaló papá antes de morir.

Esa libreta vieja y desgastada es la única manera que encuentro de demostrar mis sentimientos, de sincerarme y de ser yo misma. Nadie sabe lo que escribo en ella porque jamás he dejado que nadie más que yo la toque.

La cuido como si fuera oro porque es una de las cosas más preciadas que tengo. Es lo único que papá me dejó, es el único recuerdo que tengo de él y cada una de las páginas está impregnada de su esencia.

Al igual que de la mía.

Es como mi diario personal. Leerla es como leer mi mente, leer todo lo que he pensado y sentido desde la primera vez que escribí en ella. Es tan valiosa para mí tanto por eso, como porque mi papá me la regaló cuando tenía diez años.

Él sabía que, si había algo que amaba, era escribir.

Que mi manera de expresarme era a través de una lapicera y un papel. Y es por eso que su regalo significó todo para mí.

Es algo tan íntimo, tan privado, tan mío...

Y Rhett la leyó.

Rhett leyó mi libreta. Leyó mis emociones y mis pensamientos.

Y los poemas que he escrito en ella a lo largo de todos estos años.

Maldito, murmuro para mí misma apretando los dientes y los puños.

—¿Qué...? ¿Qué carajos sucedió?

Giro la cabeza hacia mi novio, que me mira completamente confundido y... ¿molesto? Quizás no estuve bien al pedirle que nos fuéramos tan pronto, pero... en serio necesitaba largarme.

Tomo aire por la nariz y bajo la vista hacia mis manos, que juegan con el borde de mi cardigan negro.

—Becca. —Dice, de nuevo.

Suelto un suspiro y miro hacia el techo. Estoy tan furiosa como avergonzada. Furiosa, porque Rhett se cagó en mi privacidad y leyó algo que nunca debió haber leído; y avergonzada, porque...

Porque ahora sabe que le he escrito un poema.

¿Qué habrá pensado al leerlo? ¿En verdad era tan obvio que iba dirigido hacia él? No escribí nombres, jamás escribo nombres, ¿lo que escribí fue tan específico como para que supiera así de fácilmente que me refería a él?

—Rhett me cae como el culo. —Respondo con firmeza.

Mi novio se restriega el rostro y bufa.

—Pensé que habían empezado a llevarse mejor.

—No. —Niego rotundamente—. Es un imbécil. Es un jodido idiota y lo detesto.

—Aún no me dices por qué estaban discutiendo.

Se genera un silencio pesado apenas Sebastian suelta esas palabras. Espera impacientemente una respuesta de mi parte con la mandíbula apretada y una mirada severa sobre mis ojos.

Está claro que no puedo admitir el porqué estábamos discutiendo. Odio mentir, y lo peor de todo, es que últimamente lo he estado haciendo muchísimo.

A Sebastian, y a mí misma.

Y me odio por eso.

—Solo... —comienzo, con voz dura—. No cree que te quiera como digo.

Mi novio frunce el ceño, todavía inmutable. No luce para nada convencido. Y eso me hace sentir aún peor, porque encima de que estoy mintiendo, ni siquiera soy una buena mentirosa.

—¿Qué? —suelta.

Alzo la mirada hacia él. Me encuentro con sus ojos verdes claros que tanto me han hecho suspirar... y no encuentro nada. El brillo de dulzura con el que me miraban antes, ya no está.

Estoy arruinando mi relación de más de medio año por un idiota que lo único que tiene para ofrecerme es un cuerpo atlético y un buen juego de seducción. Porque apenas conozco a Rhett. Apenas sé algunas cosas sobre él y ninguna es lo suficientemente relevante como para decir que estoy interesada en él.

No han pasado ni dos meses desde nuestro primer encuentro y estoy dejando que se meta en mi mente y me haga dudar acerca de lo que siento por Sebastian. Ni mencionar que el hecho de que él sea su mejor amigo parece no importarle en lo absoluto.

Y así no es como actúa una buena persona.

Tengo que dejar que cague su amistad por su cuenta sin que me arrastre con él, y volver a ser la misma Becca que fui con Sebastian todos estos meses.

—Solo... —empiezo a decir como puedo. Tomo una gran bocanada de aire, mis ojos recorren los de mi novio—. Olvidémoslo, por favor. No le caigo bien. Él no me cae bien. Punto. No nos quedará más opción que soportarnos porque yo soy tu novia y él es tu mejor amigo. Intentaré hacerlo, lo prometo. Intentaré aguantarlo.

Sebastian luce tan confuso como estresado. Tira la cabeza hacia atrás contra el respaldo del asiento y resopla. Estoy segura de que no cree ni una de mis palabras pero, a la vez, parece como si quisiera cortar con el tema porque ya está harto.

—Bien. —Dice, y regresa la vista al frente.

Ninguno de los dos emite sonido durante unos segundos.

Hasta que, de un momento a otro, me encuentro tomándolo de la camiseta y besándolo con pasión. El beso le toma por sorpresa casi tanto como a mí. No soy consciente de por qué estoy besándolo... ni por qué estoy haciéndolo con tanta desesperación.

Pero aquí estoy. Subiéndome a horcajadas sobre él para intensificar el beso y sentir su cuerpo más unido al mío.

Probablemente lo único que nos une ahora sea eso.

Nuestros cuerpos.

—Vamos a mi departamento —digo, cuando nos separamos en busca de aire. Su rostro está colorado y sus labios hinchados al igual que los míos. Siento su erección rozando mi entrepierna, demostrándome que está tan excitado como yo—. Por favor.

Sebastian asiente de inmediato y vuelve a colocarme en el asiento del copiloto. En menos de un minuto, estamos en la carretera de camino a mi departamento, transitando por las calles del centro velozmente.

Me encuentro dirigiéndome a la misma cama en la que aquella mañana casi cometo el error de mi vida.

Para tener sexo con mi novio...

Con el único fin de ignorar lo que me está pasando con su mejor amigo.

Cruzar la línea [¡YA EN FÍSICO!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora