Capitulo 22

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SOUVENIR


Como una maldición que no se termina llego al parque donde se estacionó su auto ayer, está vacío y me siento a observar la nada. 

Marta se irá para siempre... quizá en este momento su avión ya despegó. Nunca la volveré a ver, nunca la abrazaré de nuevo, ni contemplaré mi silueta reflejada en sus ojos. Firmé un documento en el que acepto no verla y olvidar que los días que viví con ella.  

Uno no puede saber qué tan alto ha llegado hasta que ocurre la caída. 

Sé que no debo llorar, pero es que esto me sobrepasa. Y cuando la primera gota resbala por mi mejilla me llevo la mano al pecho, para comprobar si mi corazón aún late. 

A lo lejos distingo a dos mujeres. Una de ellas es rubia, alta, de un cuerpo fenomenal y la distancia me juega una mala broma, evidenciando un endemoniado parecido entre ella y Marta. La mujer forcejea con una chica, intenta abrazarla y esta se zafa, de alguna forma se parece a mí, y cuando le asesta un puñetazo a la rubia confirmo que, definitivamente, me han clonado.  

La joven logra salir de sus brazos y se echa a correr, intenta huir, pero los carros transitando a toda velocidad frustran su escape y la mujer vuelve a alcanzarla, de nuevo la abraza por la cintura. No puedo escuchar lo que hablan, pero la chica parece renuente a aceptar cualquier cosa que salga de los labios de aquella desconocida.

Allí están, peligrosamente cerca una de la otra, indiferentes a todo aquel que las mira al pasar, como si solo existieran ellas dos y tal vez es así o fue así por un momento. Contemplo como de a poco la muralla de indiferencia va cediendo y comienza a dejar a la vista los sentimientos, sentimientos poderosos que se perciben más allá de las grandes distancias, de los océanos, del tiempo, de todo lo que un día la sociedad declaró moralmente aceptable. 

Hay un beso cargado de ternura. 

Alguien está teniendo un final feliz justo frente a mis ojos. Si fuera una película de Disney en este momento las aves revolotearían sobre las enamoradas y una canción estúpida sonaría de fondo.

Pero nadie hace películas de lesbianas teniendo un final feliz. 

Las contemplo y luego echo un vistazo a mi interior, soy un desastre. La envidia me golpea directo en las costillas con fuerza.  

Un hombre pasa trotando cerca, y justo en ese momento sale una voz de su radio. 

—Intercepten al sujeto.  

Aumenta la velocidad y un tipo que aparentemente se encontraba junto a un árbol haciendo estiramientos comienza a correr a su lado, es evidente que van hacia la pareja. 

La rubia pone las manos detrás de su cabeza. El pánico se apodera de mí, es tan parecida a Marta que me siento tentada a correr hasta ella y ayudarla. Pero el grito de la chica me trae a la realidad, esa no es mi historia. Accidentalmente me colé en la de alguien más. Sin embargo, tengo miedo, temo por ellas. 

¿Cuánto duran los finales felices?  

Solo un par de minutos. Lo acabo de comprobar.  

Empieza a llover como si el cielo quisiera limpiarme la tristeza, pronto mis lágrimas se confunden con las gotas pesadas que caen sobre la ciudad.  

El aire frío disipa la niebla gris que perturba mi mente y recuerdo cuando decidí que deseaba a Marta. Lo hice mientras Claudia le hablaba a la oscuridad, dentro de aquel cuarto de hotel. Ella había dicho que podíamos manejar solo sexo, sin flores ni poemas. Pero cuando nos alejamos de lo cursi inventamos nuevas formas de romance.

PÍDEME LO QUE QUIERAS (MAFIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora