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Me dirigía al club como de costumbre tras las clases. Esperaba encontrarme con el clásico bullicio de gente que solía haber en la puerta buscando el momento oportuno para acercarse a Jay o a mí, pero esta vez no había nadie. Revisé la hora varias veces para comprobar que no iba ni muy temprano ni muy tarde y efectivamente iba a tiempo. Entré sin problemas, colaborando esto con mi buen ánimo, y saludé a los chicos que había ya allí con la mano. Mi vista se fijó en Jay, que me miraba fijamente, con los ojos bien abiertos y una expresión completamente seria. ¿Había sido él? ¿Él las había puesto en su lugar finalmente? Si no era así... ¿Qué quería de mí? Las comisuras de mis labios se alzaron sutilmente, sintiendo una ola de felicidad recorrer mi interior. ¿De verdad estaba haciendo eso? ¿Significaba lo que creía que significaba? Sentí una mano posarse sobre mi cintura, sacándome de mis pensamientos y haciéndome levantar la vista hasta encontrarme con el corpulento rubio, mirándome con una sonrisa.

¿Qué tal el día, preciosa?
—Muy bien, Hak, definitivamente está yendo muy bien.
—Puedo verlo, desde luego.

GeonHak posó su brazo rodeando mi cuello, para caminar así hasta la puerta del vestuario, donde entraría a cambiarse. Aunque GeonHak caminaba a paso firme, giré mi cabeza para mirar por encima del hombro a Jay, sin querer romper el contacto visual. Para mi gran sorpresa, parecía que él tampoco, y una sonrisa asomó en sus labios mientras negaba con su cabeza y se hacía cada vez más y más grande hasta lograr ver una sacudida en sus hombros causada por una pequeña risa. No podía verme a mí misma, pero juraría que mis ojos brillaban ante aquel gesto. Su sonrisa se me contagió con facilidad, por lo que acabé mirando al suelo mientras GeonHak me contaba de forma genuina cosas que le habían pasado durante la mañana antes de entrar al vestuario. 

No solamente a mí se me había levantado el ánimo

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No solamente a mí se me había levantado el ánimo. Volvía a haber una gran conexión y compañerismo entre los jugadores. El cambio más notable había sido el de Jay, que volvía a brillar en la cancha con esplendor. Se veía increíble, desprendía un aura diferente a la de las primeras fotos que le tomé; sentí que ese día que estaba feliz y es por eso que todas las fotografías salían de maravilla, y si seguía así acabaría con la memoria pronto.

El silbato sonó a mitad del entrenamiento, haciendo que todos pararan lo que estuvieran haciendo y dieran unos cuantos pasos hacia el entrenador y hacia mí para tomar su respectiva toalla y botella de agua. Sostenía la cesta de toallas contra mi cintura para poder llevarla en una sola mano y en la otra llevaba un pequeño taco de papeles llenos de preguntas de lo más mundanas para dejarse conocer un poco más al público de la universidad. Las preguntas eran tan simples como: "¿Cuál es tu color favorito? ¿Y tu comida favorita? ¿Qué equipo de fútbol americano apoyas?" Y así. Miré a GeonHak con ojitos de cordero, estirando mi mano para darle el taco de folios.

¿Puedes repartirlos mientras termino de entregar las toallas?
—Por supuesto que sí.
—tomó los folios e hizo lo que le pedí.

Todos parecían divertirse con el repentino interés en cosas tan simples y lo rellenaban con simplicidad y rapidez. Cuando ya había cumplido con las labores, me acerqué a GeonHak mientras rellenaba el cuestionario. Los demás miembros iban dándome sus papeles rellenos y los bolígrafos prestados y yo agradecía con un gesto de cabeza. Alguien tocó un par de veces mi hombro y me giré para recoger el papel que me entregaría. Jay se encontraba frente a mí, mirándome con cierta timidez, como si fuera la primera vez que se acercara a mí. Extendí mi mano para recibir su folio y él se encargó de hacerme sentir como la yema de sus dedos rozaba los míos. Sus ojos no se separaban de mí, y el roce de sus tibios dedos hizo que mi piel se erizara con facilidad.

Me giré para seguirle con la mirada y ver hacia dónde se dirigía. Por la dirección que había tomado supuse que iría con el entrenador, por lo que no le tomé mucha importancia. No sabría de esto hasta años después, pero Jay se acercó a la famosa y ya conocida cesta de móviles donde dejaban los teléfonos antes de entrar al campo. El entrenador le miraba de forma discreta. Pensó que había tenido un buen día y no quería que el hecho de coger el teléfono lo arruinara. Jay abrió la cámara de su móvil y enfocó haciendo zoom en mi dirección, capturando durante unos instantes una sonrisa que en la realidad sería efímera, pero que en el arte de la fotografía sería eterna.

Jay se dio cuenta de que el entrenador estaba observándole y pensó que tal vez le reñiría o le juzgaría; sin embargo, el viejo sonrió de forma cómplice, asintiendo con su cabeza. Jay llevó uno de sus dedos hasta sus labios y lo posó sobre estos en señal de que mantuviera aquello como "su pequeño secreto". El entrenador le siguió el juego e hizo una cremallera en sus labios, levantando ambas manos con inocencia.

No me culpes, el amor me volvió loco. 

Don't Blame Me.- Park Jay y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora