CAPÍTULO 5

992 53 6
                                    

Isabella; 18 años

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Isabella; 18 años

Me encontraba sentada en medio del jardín, rodeada por el suave murmullo de las hojas al ser acariciadas por la brisa. Observaba cómo dos aves, pequeñas y ágiles, revoloteaban en el aire, enfrascadas en una danza caótica que no lograba descifrar. Por momentos, sus movimientos parecían llenos de una furia desmedida, como si se trataran de exterminar mutuamente. Sin embargo, en otros instantes, se acercaban con una delicadeza casi tierna, como si estuvieran enredadas en un juego de amor tan antiguo como la naturaleza misma. Sus plumajes brillaban al sol, y el sonido de sus alas resonaba como un susurro cargado de intenciones contradictorias. No podía apartar la mirada, cautivada por esa batalla incierta entre la vida y la muerte, la agresión y la pasión, que se desplegaba ante mí en el corazón del jardín.

Hasta que, de repente, una de las aves utilizó su diminuto pico y mató a su compañera. Sentí la necesidad de separarlas, pero algo dentro de mí me lo impidió. Pude ver con claridad las pequeñas gotas de sangre que brotaban del cuello de la víctima, y cómo la otra ave continuaba clavando su pico en la herida, como si no pudiera detenerse.

Era como si esa escena reflejara algo que ardía dentro de mí. Necesitaba hacerlo, necesitaba matar a alguien, y sabía perfectamente a quién.

Todavía con la mirada fija en las aves, percibí a alguien acercándose. No necesitaba ser una adivina para saber que era mi madre. Sus enormes zapatillas negras con tacones de unos siete centímetros resonaban en el suelo, mientras su falda de látex ajustada se movía al compás de sus pasos.

—Es hora de irnos —. Dijo, ya a mi lado.

No hice el menor esfuerzo por mirarla; simplemente me levanté con la intención de caminar directamente hacia el coche de Rafael, quien, suponía, nos estaría esperando. Pero antes de que pudiera dar un paso, mi madre tomó uno de mis brazos con fuerza.

—Si no cumples lo prometido, Isabella, te mataré con mis propias manos —. Su voz, fría y amenazante, solo me provocó una risa sarcástica.

—Feliz cumpleaños para mí, madre. —Respondí con indiferencia, mientras el eco de mis palabras se mezclaba con el silencio del jardín.

Comencé a caminar, sintiendo cómo cada parte de mi cuerpo se desmoronaba, como si la gravedad misma intentara arrastrarme hacia el suelo. Sabía que hoy, miércoles veintiuno de agosto, sería el día en que entregaría mi cuerpo por completo a Rodrigo, sin escapatoria, sin opciones. La realidad de lo que estaba por suceder pesaba sobre mí, y el aire se sentía más denso, casi sofocante.

Entré en el coche y me senté, esperando a mi madre. El silencio dentro del vehículo era casi tangible, una quietud que solo intensificaba el nudo en mi estómago.

—Podemos irnos —. Dijo ella finalmente, con una frialdad que me resultaba familiar.

Sin decir una palabra, me preparé para lo inevitable, mientras el coche comenzaba a moverse, llevándome más cerca del destino que tanto temía.

Te Encontré [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora