CAPÍTULO 23

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Desde la ventana del imponente coche, mis ojos se detienen en los dos hombres sentados al frente

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Desde la ventana del imponente coche, mis ojos se detienen en los dos hombres sentados al frente. Son figuras intimidantes, de piel morena y complexión robusta, vestidos impecablemente con trajes negros que realzan su presencia. La elegancia de sus atuendos y la seriedad en sus rostros podrían resultar irresistibles para muchas, pero no para mí. En este instante, la atracción es lo último en mi mente. Solo siento una inquietud helada que me recorre, un miedo irracional que me encoge. Aunque sé que no todos son como él, mi mente, implacable, revive cada instante en que me hicieron sentir insuficiente, cada momento en que me quebré y me convertí en algo diminuto, apenas reconocible.

Admiro a esas mujeres que nunca han experimentado lo que yo he sufrido en carne propia. No me refiero a estar rodeada de familiares, sino a enfrentar el abuso, a vivir con el temor constante de cometer un error y recibir golpes o humillaciones a cambio. A ellas, que pueden estar rodeadas de hombres y sentir seguridad, las envidio. Porque en mi caso, cada vez que una figura masculina se acerca, mi cuerpo se mantiene en alerta, tenso, esperando el próximo peligro en lugar de protección.

—¿Estás bien, bonita?

Escucho voces a mi alrededor, pero mi mente está lejos, atrapada en una espiral de angustia. No dejo de pensar en ese hombre que desata el caos sin remordimiento, en cómo asesina a seres inocentes sin vacilar. Imagino a personas que, aunque no me conocen, están allá afuera, suplicando ayuda, con lágrimas en los ojos, buscando algún rincón donde ocultarse para evitar ser capturados por esos horribles guardias que patrullan sin piedad. Siento el peso de su miedo, de su desesperación. Mi corazón late con fuerza, herido por tanta maldad, pero debo mantenerme firme, porque pronto traeré al mundo a mi pequeño o pequeña, a mi rayo de sol. Rezo en silencio para que, cuando eso suceda, el caos haya cesado, y la vida vuelva a ser segura; que no queden rastros de este dolor, de la miseria y el temor que ahora impiden caminar con libertad por las calles.

—¡Isabella! —La voz de Cam me saca de mis pensamientos mientras siento su mano firme en mi espalda baja. Su susurro, suave, pero decidido, intenta calmarme—. Estaremos bien, solo debemos ser pacientes. Él te protegerá.

Esa misma promesa, esas palabras, las he escuchado desde el primer día que puse un pie en Forres. Pero, si realmente está aquí para protegerme, ¿por qué no aparece? ¿Por qué no está allá afuera, ayudando a aquellos que suplican por su ayuda, a los que realmente lo necesitan?

—No puedo creerte, Cam —. Murmuro, apoyando la cabeza en su hombro y dejando que las lágrimas que he estado conteniendo desde que mi cuerpo tocó estos asientos finalmente escapen. Siento cómo la tensión se libera en cada sollozo, pero el vacío persiste—. No puedo confiar en nadie, Cam. Ni siquiera sé si debería estar aquí contigo.

—Isa...

—Todo lo que está sucediendo es mi culpa, ¿ves eso? —Con un temblor en la mano, señalo hacia las montañas, donde desde la distancia se divisan llamas consumiendo el horizonte—. Soy la culpable de que esas personas estén siendo quemadas vivas. Si tan solo pudiera regresar allá y...

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