CAPÍTULO 4

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Isabella; 17 años

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Isabella; 17 años

—Ana...

La llamo mientras la veo entrar un montón de ropa en su pequeña maleta color rosa.

—No me harás cambiar de opinión Isabella—. Dice furiosa.

—Pero sí, madre, se entera.

—No se enterará, a menos que vayas de chismosa y le digas.

—Nunca haría tal cosa.

Hace un año con exactitud, Ana me comentó brevemente, como mi madre la prostituía con todos los inversionistas que mi padre conseguía, llego a un punto que no le importaba si eran jóvenes, ancianos o tenían alguna discapacidad física. Pero a ella no le interesaba porque solo quería el dinero y ver como su hija perdía toda su esencia.

—Hubo una vez que ella se quedó dentro de la habitación mientras que Miguel, nuestro antiguo chófer, me hacía un oral—. La escuchaba decir mientras comenzaba a llorar—. Pude ver un momento como ella sonreía. La enferma de nuestra madre disfrutaba verme, llorar y pedir ayuda.

Ese mismo día me comentó también, que a nuestra madre le hacían lo mismo, pero el que la humillaba era nuestro difunto abuelo. Todavía no sé cómo mi padre pudo casarse con ella.

Me imagino que tuvo que salir corriendo de su familia, como lo hará Ana.

—Esa mujer está enferma, Isa.

—Lo sé—. Pero cuando digo estas palabras no puedo mirarla a la cara.

—Lo está haciendo contigo, ¿no es así? —Noto como a Ana se le nublan los ojos—. ¡Maldita sea!

—Lo soportaré.

Mentiras y más mentiras.

—Vámonos juntas. Salgamos de aquí, Ana. No tenemos por qué quedarnos.

—No puedo.

La idea de irme contigo es tentadora, pero no puedo dejar a papá solo. No puedo simplemente desaparecer sin saber cuándo podré volver. Él ha sido mi roca durante toda mi vida, y ahora que me necesita más que nunca, sería una traición abandonarlo. Aunque cada fibra de mi ser me impulsa a escapar contigo, mi sentido del deber me retiene. ¿Cómo podría vivir conmigo misma si lo dejo atrás, sin la certeza de qué le depara el futuro? La incertidumbre me carcome, pero la decisión es clara. Algunos sueños, por más hermosos que sean, tendrán que esperar hasta que llegue el momento adecuado.

—¿Crees que a él le importas, Isa? — Me pregunta Ana, con la voz teñida de amargura.

—¡Claro que le importo! — Le respondo, sintiendo la ira hervir dentro de mí.

—Isa, él ya no nos recuerda —. Sus palabras salen cargadas de un dolor tan profundo que me hacen tambalear—. Era la única persona que podía haber hecho algo para salvarnos, y ni siquiera puede recordar quiénes somos.

Te Encontré [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora