Capítulo.8. La mercancía.

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Donnato Morrigan

La noche era oscura y fría, el tipo de noche que se siente en los huesos. Caminaba por las calles desiertas del centro de Cavoria, con mis serpientes a mi lado, hombres leales que harían cualquier cosa por mí. Pero esta vez, no era por mí. Era por Mirko.
Mirko, mi hermano, mi sangre. No había regresado a la mansión y mi preocupación crecía con cada minuto que pasaba. Sabía que no se había llevado suficientes cuervos, nuestros hombres de confianza. En su lugar, había salido con dos de sus amigos de la infancia, aquellos que conocíamos desde que éramos niños en este mismo lugar.
Cada sombra parecía esconder un peligro, cada sonido me ponía en alerta. Mis serpientes, siempre atentos, se movían con sigilo, sus ojos buscando cualquier señal de Mirko. Mi mente no dejaba de pensar en todas las cosas que podrían haber salido mal. ¿Por qué no había regresado? ¿Qué le había pasado?
La ira y la preocupación se mezclaban en mi pecho, creando un nudo que apenas podía soportar. Mirko siempre había sido impulsivo, pero esta vez había ido demasiado lejos. No podía permitir que algo le sucediera. No a él, a ninguno de los dos.
Seguimos buscando, calle tras calle. Pero nadie miraba ni sabía nada. La desesperación comenzaba a apoderarse de mí. No podía perder a Mirko. No ahora ¿como se le ocurre al idiota irse solo con sus dos amigos?.
La búsqueda continuó durante unas horas más, pero no había rastro de Mirko. Cada esquina, cada callejón, cada sombra parecía burlarse de mi desesperación. Mis serpientes, aunque incansables, comenzaban a mostrar signos de agotamiento. Finalmente, tuve que aceptar la realidad: no lo encontraríamos esta noche.
Con el corazón pesado, decidí regresar a la mansión. Mientras conducían de vuelta, saqué mi teléfono y marqué su número una vez más. El tono de llamada sonaba interminablemente, pero no había respuesta. Cada vez que escuchaba el tono, mi esperanza se desvanecía un poco más. Llegamos a la mansión y mis serpientes se dispersaron, exhaustos y preocupados. Subí las escaleras lentamente, cada paso resonando en el silencio de la madrugada. Entré en mi habitación y me dejé caer en la cama, mirando el techo, incapaz de encontrar consuelo. ¿Este idiota no se cansa de hacerme lo mismo?. La luna brilla a través de la ventana, su luz plateada bañando la habitación. Cerré los ojos y, en un susurro, le pedí que lo trajera de vuelta sano y salvo.

—"Por favor, devuélvemelo.— murmuré, sintiendo un corto nudo en la garganta.

El cansancio finalmente me venció y me quedé dormido, con la esperanza de que el amanecer trajera buenas noticias. Pero en el fondo, sabía que la preocupación no desaparecería hasta que Mirco estuviera de vuelta, a salvo en casa.

El sonido de la alarma me despertó. Abrí los ojos lentamente sin las 7 de la mañana, sintiendo el peso de la noche anterior aún sobre mis hombros. Miré el reloj en la mesita de noche y suspiré. Era hora de empezar el día.
Me levanté y me dirigí al baño. El reflejo en el espejo mostraba un rostro cansado, pero muy determinado. Me di una ducha rápida y me vestí con esmero. Elegí un traje oscuro, perfectamente ajustado a mi talla, y una corbata roja que complementaba el conjunto. Quería verme impecable, como siempre.
Bajé las escaleras y le pedí el desayuno a nuestro mayordomo. Mientras esperaba, revisé algunos documentos y mensajes en mi teléfono. La preocupación por Mirko seguía presente, pero tenía que mantenerme enfocado. Hoy era un día importante. Después de desayunar, me dirigí al almacén.
El lugar donde se cocina la droga esta bien escondido, lejos de miradas indiscretas. Al entrar, el olor químico me golpeó, pero ya estaba acostumbrado, ademas de que la máscara siempre me acompaña. Saludé a los trabajadores, hombres y mujeres que conocen su trabajo a la perfección.
Observé con atención cómo fabrican y empacan la droga. Cada paso del proceso era meticuloso, desde la mezcla de los ingredientes hasta el empaquetado final. Me aseguré de que todo estuviera en orden, verificando la calidad del producto.
Me acerqué a una de las mesas donde empaquetaban la droga para exportarla en dos semanas. Tomé uno de los paquetes y lo examiné detenidamente. La calidad era excelente, como siempre. No podía evitar sentir una punzada de orgullo. Este imperio, mi imperio, nuestro imperio, era el resultado de años de trabajo duro, sacrificio y un excelente maestro, Lucius Morrigan. Sonreí, satisfecho. Sabía que, a pesar de los desafíos, estábamos en el camino correcto.
Y aunque la preocupación por Mirko seguía latente, en ese momento, me permití un breve respiro de satisfacción. Mi imperio seguía creciendo, y yo estaba decidido a mantenerlo así.

"LOS MORRIGAN"©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora